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Año VIIINúmero 390
09 FEBRERO 2025

Cuando la cárcel no es sólo dentro o fuera

Cuando teatro y cárcel aparecen en el mismo argumento parece inevitable evocar “Cesare deve morire” (2012), de los hermanos Taviani, y más aún cuando la realidad se empeña en actualizar constantemente el “Julio César” de William Shakespeare. O quizá la comedia francesa recién estrenada en España “El triunfo”, de Emmanuel Courcol, en la que “Esperando a Godot” es la piedra angular de la trama. Nada de eso. “El cuaderno de Pitágoras”, dirigido y escrito por Carolina África, camina por otros derroteros bien diferentes en los que el texto a representar no es un clásico sino las propias vidas, fundiendo las escenas con los recuerdos y la realidad con el escenario. 

La producción “El cuaderno de Pitágoras” del Centro Dramático Nacional inicia gira tras su estreno en el Teatro Valle-Inclán de Madrid. Una obra basada en la experiencia como voluntaria en un módulo penitenciario de su autora y directora, Carolina África y que reflexiona sobre la posibilidad de reinserción

Las dos caras de las rejas que separa a los seres humanos en dos, los de adentro y los de afuera. Mundos que circular independientes y que se ignoran mutuamente, “El cuaderno de Pitágoras” explora los escasos territorios fronterizos que separan a unos de otros, los que tropezaron y cayeron, y a los que la sociedad marcará para siempre imposibilitando el regreso pleno, y aquellos que perteneciendo al afuera, tratan de tender su mano a través de las rejas. 

Una obra, donde late la posibilidad o imposibilidad de la reinserción, del retorno a la libertad, de la fragilidad de ésta y de la necesidad del ser humano de encontrar una isla de tierra firme en mitad del naufragio. Es una obra de gentes que habitan las prisiones y la libertad siempre provisional, pero también de aquellas otras que deciden tratar de ser pequeñas tablas de salvación, personas que aún sabiendo que no son más que pequeñas tiritas en un sistema que se desangra, deciden hacer algo, por pequeño que sea. Seres que cruzan las rejas para tender la mano, enseñar a leer, hacer teatro, cuidar o simplemente hablar. Alejada de todo buenismo bucólico, y centrando el foco en quien sufre la pena, “El Cuaderno de Pitágoras” es también la obra de quienes habitan las prisiones desde el otro lado de las rejas y que voluntariamente cruzan las diecisiete puertas con cerrojos, los diecisiete controles y los diecisiete pasillos para difuminar fronteras. 

Así casi comienza “El cuaderno de Pitágoras”, escenificando el terror humano ante el laberinto que separa el adentro del afuera, en el que la escenografía diseñada por Ikerne Giménez alcanza uno de sus momentos más brillantes acompañada por un brillante coreografía actoral. Es el movimiento escénico creado por Elena López Nieto, uno de los grandes puntos fuertes de la obra. Magistrales transiciones que consiguen hacer fluir de manera natural una obra compleja en la que se suceden flashback, espacios escénicos, tramas y en la que ocho actrices y actores dan vida al menos el triple de personajes con personalidad propia. 

Un trailer para desplazar el material y tres días de montaje dan una idea de las dimensiones de la puesta en escena de esta producción del Centro Dramático Nacional. Escenografía, iluminación, sonido o texto tampoco servirían de mucho sin el trabajo actoral, del que baste con decir que el elenco es terriblemente creíble de unas vidas, que a pesar de todo, siguen discurriendo en la cotidianidad humana con sus penas, alegrías y sus diez minutos de descanso para echar un cigarro. Para enmarcar, la belleza melancólica de la escena final. Uno de los finales teatrales más redondos de los últimos tiempos. 

 

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