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Año VIIINúmero 381
06 DICIEMBRE 2024

Lola Herrera: “Necesito el teatro no por el aplauso, sino por compartir con alguien una historia”

Lola Herrera camina por la vida y por su profesión como si de una principiante se tratara. Y es que a la madurez de una gran dama de la escena española se une el entusiasmo por cada trabajo que emprende y desempeña, la seriedad y el amor por su profesión, la única que le ha sido fiel y que nunca le ha dado la espalda. Sigue llenando teatros a sus 88 años, y siente que es querida. Además, se siente cercana al público, pero su timidez y pudor le impide disfrutar al máximo cuando le reconocen su gran éxito. Una pequeña radiografía de cómo es Lola Herrera se muestra a continuación, aunque no es partidaria de contestar de forma rápida. Disfruta más de una buena conversación. Aún así, la mejor hora del día para nuestra protagonista es al levantarse. Durante muchos años ha sido la noche. Pero ahora es la mañana. El juguete de la infancia que recuerda con más cariño son sus cuentos. La primera oportunidad profesional se la dio Radio Valladolid. En una fiesta de carnaval se disfrazaría de sí misma. Cuando se encuentra sola delante de un espejo afirma que no le desagrada verse, que ha cumplido años, está orgullosa de sus arrugas y contenta de verse. No se siente especialmente orgullosa de ningún rasgo físico. Se acepta. Pero no se siente orgullosa de nada. Se considera una mujer vergonzosa, y que en la actualidad tiene miedo a muchas cosas. Sería capaz de mentir por salvar a alguien, si considerara que mintiendo lo salvaría. Cada vez pierde menos los nervios, y al otro sexo no le envidia nada. “Creo que somos diferentes. Los hombres y las mujeres. Ahora mismo me siento tan orgullosa de ser mujer. Siempre me sentí orgullosa de ser mujer. Pero estamos en una etapa de crecimiento. En derechos y en tantas cosas que no puedo envidiar a los hombres en nada. Creo que nosotras tenemos la llave de muchas cosas. Aunque aguardan otros, pero nosotras tenemos la llave”. Lola Herrera no tiene un infierno particular. Pasaría una noche de conversación con alguien que le aportara cosas, que le enseñase algo nuevo. Lola tiene ansias de saber siempre.

Desde que sabían que venía a entrevistarla a su casa, ha habido un grupo de mujeres que querían también hoy estar presentes en esta conversación. Como no es mi casa, no las he podido invitar. Me estoy refiriendo a Estela Anderson, a Carmen Sotillo, Alejandra, Etel, quería estar también Matilde, Lili… ¿Quiénes son estas señoras? ¿Las recuerda, las conoce? ¿Qué le une con ellas?

Me une haber intercambiado nuestras vidas en momentos determinados. Ellas me han prestado su vida, yo les he prestado la mía… Y entre las dos, cada vez con una, pues realmente hemos hecho un personaje, que tenía vida propia, que es una cosa como mágica, que con lo que te dan y lo que tú tienes se pueda crear una tercera vida, que es la del personaje.

¿Quién es Lola Herrera?

Pues una mujer de Valladolid, con toda una familia de Valladolid, de Castilla, una tierra muy seca y muy amarilla, como es Castilla, pero con mucho calor dentro. Castilla tiene una aridez aparente, pero la verdad es que hay mucho corazón, mucho calorcito. Y esos silencios. Es gente más silenciosa, más introvertida… Sobre todo la Castilla de la que yo vengo. Ahora ya todo es casi igual, es muy ruidoso.

¿Qué quería ser Lola Herrera de pequeñita?

De pequeñita no quería ser nada. Cuando empecé a ser un poquito más zangolotina quería ser peluquera, porque tenía una vecina que era peluquera. En aquella época se ponían peluquerías en las casas, en los pisos. En un piso en el edificio en el que yo vivía, estaba Esperanza, que era una peluquera, donde yo me pasaba las horas muertas viendo cómo peinaba, cómo hacía permanentes y cómo hacía todas esas cosas, y yo quería ser peluquera. Y hubiera sido una buena peluquera.

¿Cómo la llamaban de pequeña en casa?

Loli, Lolita. Lolita más que Loli.

¿Cuál es el recuerdo de aquella casa en Valladolid? En un barrio ferroviario, ampliamente ferroviario, porque se construyó en torno a unos almacenes donde trabajaba su padre. ¿Qué recuerda de aquella casa, del calor de aquel hogar?

Aquel hogar ya no existe, lo han tirado, y han hecho una casa muy bonita encima. Aquel barrio para mí es Valladolid, o sea, mira que tiene cosas preciosas Valladolid, tiene mucho mérito, y mucha historia, mucho todo, pero para mí la calle Arca Real número 8, con todos sus vecinos, es Valladolid. Lo he dicho muchas veces, pero lo repito, puedo oír sus voces ahora mismo y ver sus caras. Eran unos años muy difíciles. Entonces la gente estábamos muy unidos, todos, en la carencia absoluta de todo, porque era la carencia de todo. Pero había muchas risas, se cantaba mucho, el botijo se compartía, no se bebían cervezas ni nada de eso, o un porrón, para los hombres, o el botijo, el botijo que cada uno bajaba al fresco. Era muy cálido, muy cálido, yo guardo un recuerdo maravilloso.

Sin embargo, si le preguntaran por un recuerdo rápido que le asaltara a la memoria, de su infancia, de su niñez, ¿cuál se le viene ahora mismo a la cabeza?

Pues para mí, no sé si es una deformación, pero se me viene siempre lo mismo. Para mí la fiesta, la gran fiesta, era cuando la señora María, que tenía un huerto al final de la calle, llamaba a mi madre y le decía: “Lola, ¿me dejas a la niña, que voy al huerto? Entonces me llevaba en el carretillo, y me sentaba allí por donde podía, y me iba trayendo cosas del huerto, desde un tomate, hasta cuando había fruta, fruta, cuando había un pimiento verde comíamos el pimiento verde, porque entonces no había de nada, eso era como una cosa, como el Edén. Eso lo recuerdo con una calidez… Y las flores, las rosas. Yo todavía puedo sentir ese olor de las rosas aquellas que tenía la señora María, que me cortaba para que yo llevase al colegio y llevase a mi casa. Ese es, digamos, el recuerdo bonito, bonito. Y luego el de susto, de mucho susto, era oír la Pirenaica todas las noches. Mi padre ponía la Pirenaica en una radio que tenía, mala, con muchos ruidos, se subía, se bajaba sola, y había mucho miedo, mucho miedo porque estaba prohibidísimo eso, pero mi padre la oía todas las noches porque decía que entra la Pirenaica y Radio Nacional él sacaba sus conclusiones.

¿Puede vivir sin el éxito, sin el aplauso del público, sin el teatro?

Yo, sin el aplauso, puedo vivir. Pero el aplauso es una consecuencia de, entonces es imposible separarlo. Supongo que tenemos que hacer el teatro para alguien. Yo creo que se puede vivir divinamente sin estar en el teatro. Pero yo necesito para mi vida el teatro, no por el aplauso, sino por el compartir con alguien una historia. Ese acompañamiento, ese toma y daca que se produce en el teatro, esa transmisión de un montón de cosas que se producen, son unas energías que a mí me dan vida, me fortalecen mucho.

Teatro Bellas Artes. Cinco Horas con Mario. Lola Herrera da una clase magistral sobre el escenario de interpretación, de saber estar. Sin embargo, recibe el aplauso del público tímidamente, con pudor. ¿Por qué?

Ah, no, yo no trabajo alargar el aplauso. No lo trabajo. Mira, con Josefina Molina tengo una anécdota, cuando estrenamos el Mario en el Marquina, en el año setenta y nueve. Un día me dijo: “Acabarás saludando en el camerino”. Porque yo cada día me retiraba más. Esa parte no la he aprendido nunca, no sé si es que no he querido aprenderla, todavía no lo sé, pero yo lo de alargar los aplausos… Me gusta dejar a la gente que aplauda tranquilamente, pero no sé hacerlo, no sé, me da vergüenza, me da mucho apuro… Porque cuando terminas la función, y además hay obras y obras. Haces una comedia y tienes otro enganche distinto. Pero en una obra donde terminas muy dramáticamente es que se rompe algo con el aplauso, se rompe algo, entonces tienes que salir de donde estás, y yo se conoce que salgo lentamente (risas) porque los resultados son los que son.

¿A qué teme más Lola Herrera, a los dolores del cuerpo o a los del alma?

Yo creo que a los del alma. Los del cuerpo se pueden encontrar ayudas más fácilmente. La medicina está muy avanzada. Pero los del alma, los del alma son muy difíciles de curar, de atenuar.

Y el sufrimiento, ¿nos hace mejores?

Yo creo que los límites siempre nos enseñan muchas cosas, descubren muchas cosas de nosotros mismos, o nosotros mismos descubrimos cosas que tenemos y que no sabemos. El sufrimiento parece que es un masoquismo, pero no, los límites esos te llevan a una serie de entendimiento.

¿Se crece en las adversidades? Dicen que los grandes se crecen…

Sí, siempre. Yo me he crecido siempre, porque he vivido en la adversidad (risas). Hay mucha adversidad entre comillas, porque si lo pones al lado de la gran adversidad que es levantarte, no tener que comer, estar en una guerra y todas esas cosas, pues eso fue muy poquito tiempo. Luego comíamos algo, entró la posguerra… Hay partes del mundo que están completamente destrozadas. No te puedes comparar con eso, con esas adversidades como irremediables, porque hay una parte del mundo que de alguna manera, no sé si se han propuesto, creo que sí, pero se han propuesto acabar con otra parte del mundo. Acaban poco a poco. La gente se ha hecho resistente y la verdad es que los mueven de un sitio a otro. La cantidad de gente que hay en el mundo, en tierra de nadie, esperando, no se sabe qué. Así que, bueno, mi adversidad ha sido la mía y la he tenido que vivir yo, pero bueno, no ha sido un camino fácil, pero lo he llevado y, sobre todo, me he crecido siempre en la adversidad. He sufrido mucho cuando tenía que solucionar un problema, pero lo solucionaba. He llegado hasta aquí, o sea, que esto quiere decir algo.

¿Qué ha aprendido del dolor?

Pues que siempre hay otro más grande. Siempre hay gente que sufre más, siempre hay otras cosas. Es que todo lo agrandamos mucho. Yo cada vez me quejo menos de todo, de todo lo que es lo horrible de la vida porque realmente tenemos capacidad para aguantarlo, tenemos capacidad y aprender a cuidarnos, a compartir lo que nos pasa. Estoy en un momento de mi vida difícil, es un momento ya muy avanzado, pero no quiero el dolor, no lo quiero. Por ejemplo, yo me caí hace muy poco tiempo, hace un año, en la calle, resulta que me tropecé con el bordillo y me hice polvo. Ha tenido unas consecuencias. Ahora acabo de ir a la unidad del dolor pero no se me acaba de quitar el dolor. Lo que te decía, que para el dolor físico se puede encontrar atenuantes, y si puedo evitar el dolor, lo evito. No soy masoquista, no quiero estar dolorida. Yo preferiría ante una adversidad, enfermedad dolorosa, o lo que sea, pues que me dejasen ir tranquilamente. El desfile fíjate tú cómo está siendo de toda la gente de mi generación es tremendo. La foto de la que hablabas tú antes, hace muy poco vi esa foto yo y dije, Dios mío de mi vida, pero cuánta gente se ha ido en tan poco tiempo de aquí.

¿A qué tiene miedo Lola Herrera?

Pues tengo miedo, entre comillas, a tener que depender de alguien, a tener que ser una carga para alguien. Eso me da pavor, pavor, eso no quisiera que sucediese. Quiero irme en paz, no quiero que me enchufen a ningún sitio, que me hagan durar y esas cosas, no, no, no, no, no, no, lo tengo muy claro eso, no quiero.

Lola, aunque tengamos mucha gente alrededor ¿estamos solos?

Creo que es bueno estar solo, que aunque tengas mucha gente necesitas también tu espacio de soledad, tu espacio de tu tiempo, estar contigo mismo… A mí me gusta. Aprendí muy pronto a estar a gusto en la soledad, y la verdad es que creo que es el regalo que me ha hecho la vida más valioso. Por ejemplo, cuando oigo a la gente decir “se murió y estaba sola o estaba solo”. Yo digo, si para morirse no hace falta nadie. El que se tiene que morir, se tiene que morir. Ahora, si estás dando gritos porque quieres la compañía de alguien pues me parece que eso es terrible porque es una falta de libertad de ti mismo. Yo estoy muy bien sola, y disfruto mucho de la compañía, no de toda la compañía, porque, bueno, con los años te haces de lo más selectiva. De lo más. Aguantas muy poco porque es un tiempo que pierdes y no puedes perder tiempo cuando tienes muchos años en aguantar a gente tonta. Pero bueno, tengo muchos amigos, no muchos, los que hay que tener, y la verdad es que nos vemos poco porque yo estoy siempre trabajando, pero estamos conectados, y bueno, me siento muy querida

Lola, yo no sé cómo es la gente de Valladolid. ¿En su casa hay un potaje para el que llega?

Para el que llega supongo que sí. Yo ahora de Valladolid sé muy poco. Sé todo el cariño que me dan, todos los premios que me dan, todos los agasajos que me hacen en mi ciudad, y mi gente, mis hermanos están en Valladolid, mis sobrinos están en Valladolid, y algunos cuantos amigos, pocos, que me quedan en Valladolid. Pero yo el Valladolid de ahora mismo no lo conozco. Yo únicamente voy a Valladolid a trabajar, o a recoger un premio, pero no he podido ir a Valladolid a pasar unas vacaciones. Porque es que no tengo casi vacaciones, y cuando tengo vacaciones me meto en casa y digo: “qué bien estoy aquí en mi casita”. Y cuando me quiero dar cuenta ya se han pasado las vacaciones.

¿Cómo ha pasado el amor por la vida de Lola Herrera? ¿Cómo ha sentido el amor a lo largo de su vida?

He deseado el amor más que lo he sentido. Los principios de cada relación son muy bonitos. Yo recuerdo el noviazgo con Daniel, fíjate los años que hace, un siglo, pero sin embargo sí me acuerdo lo bonito que era. Pero luego lo de convertir en realidad una unión, y todas estas cosas, para mí ha sido muy devastadora. He tardado mucho tiempo en comprender que con las personas con las que he compartido mi vida pues no me podían dar más. Pero lo he entendido, que no está mal, porque no me quedan rencores. He pasado épocas muy malas. El amor me ha hecho sufrir. Porque yo quería estar enamorada y que me correspondiesen en la misma medida. Y, sobre todo, la lealtad. La lealtad me parece que es importantísima en el terreno del amor. Es algo muy importante. Yo con los hombres que me he encontrado en mi vida han sido desleales totales. Entonces es un dolor muy grande. Una parte importantísima del amor es la lealtad.

¿Ha perdonado de corazón o para olvidar?

Yo es que no he tenido que perdonar. Quiero decir. ¿Quién soy yo para perdonar? Lo que sí es no me quedan angustias, me he quedado con los buenos recuerdos que he tenido, y los malos momentos como que se han esfumado. Si tengo que recordarlos los recuerdo pero como que le ha pasado a otra ¿sabes? Pero la verdad es que mientras se pasa, se pasa muy mal. Pero ya hace tantísimos años que pasé todo eso, tantísimos años que decidí que yo no quería compartir mi vida con nadie, que no estaba cerrada el amor, por supuesto, ni al encuentro con un hombre que apareciese en mi vida, que siempre sueñas como que va a aparecer alguien estupendo, y resulta que he vivido, he vivido alguna historia bonita, pero que no he dejado que pasara de un punto. He hecho un poco lo que he querido, lo que he querido y he podido hacer, dentro de las relaciones que he tenido. Y la verdad es que no he echado de menos el compartir mi vida con un hombre. Terminé tan harta que son aleluyas todo (risas).

He visto y leído muchísimas entrevistas en las que hay un denominador común en todas: la verdad. La verdad que le enseñaron sus padres, su abuela. Esa maravillosa palabra que es la verdad. ¿Qué es la verdad para Lola Herrera?

Habla de la realidad, de cosas reales que tienen puntos de vista. No contar una cosa por otra, no adornar, y la verdad, sobre todo, en cuanto a las cosas más esenciales de la vida. Ser leal con tus amigos, ser amoroso y cuidadoso de la gente que quieres, ser respetuoso con la vida de los demás. Esas cosas que son esenciales las he vivido en mi casa. Era gente muy respetuosa y muy clara de mente, gente sin estudios, gente aparentemente elemental, pero viva la elementalidad esa. También era la educación que habían tenido en su casa. Era el resultado de, pero lo cierto es que a mí me tocaron unos padres maravillosos.

Muy elementales pero ¿a que había calor de hogar?

Mucho. Y ahora eso se está perdiendo. Porque indudablemente el mundo, en este progreso, en la incorporación de la mujer al trabajo. Nosotras estamos muy contentas de que nos hemos ido a trabajar, que tenemos la habitación propia, y todas estas cosas, pero claro, indudablemente ¿quién hacía el hogar? La mujer. Esperaban al hombre con las zapatillas, venía muy cansado, no quería hablar, leía el periódico, los niños que no le molesten… Quien hacía realmente el hogar era la mujer, y la mujer ha salido de su casa. Ha volado para desarrollar sus propias necesidades. Una mujer no es solamente madre, sino que es una persona que necesita realizarse a sí misma. Eso de parir y ya está todo, y luego a criar a los niños, y ser ama de casa nada más pues, verdaderamente, lo que se ha perdido en eso se ha perdido porque la mujer también tenía derecho a volar y ha volado. Y ha cambiado todo. Desde que la mujer empezó a trabajar ha cambiado todo.

¿Qué tiene en el camerino?

Ya nada. No tengo nada. Antes llevaba vírgenes, fotos de mis padres, muchas cosas de superstición. Ya no llevo nada. Llevo las cosas de pintarme, que me pinto muy poco, dependiendo del personaje que sea, y nada más, no tengo nada más.

¿Alguna manía antes de salir a escena?

No. Estar relajada. Sobre todo estar relajada y en silencio, y un ratito, nada más. Y estar muy concentrada en lo que vas a hacer.

¿Quién le hubiese gustado que la dirigiera y que no ha podido ser?

No quiero ni decirlo. Yo no quiero trabajar con nadie que no quiera trabajar conmigo. Porque es un desencuentro ya de entrada que lo pone todo muy difícil. He admirado a los grandes, pero no he trabajado con casi ningún grande, con muy pocos grandes he trabajado yo. Ellos no me han llamado para trabajar y yo no me he hecho la encontradiza. Yo leo biografías de actrices de Hollywood que se presentaban en los despachos de los directores y decían pues quiero que me hagan una prueba. Yo no. Yo con quien no me vea para un personaje, no quiero hacer ese ejercicio, porque ya es bastante con el trabajo como para hacer todo eso, no soy capaz.

¿Cree que no la han llamado por ser una gran actriz?

No creo ni muchísimo menos eso. Vivimos en un país que da actrices a punta pala. Con calidad. Toda la vida. Ahora está un poco más diluido, porque se ve menos lo bueno porque hay mucho. Hay muchísimas buenas. Siempre ha habido muchísimas buenas actrices en este país y la gente ha elegido. Yo he trabajado siempre, con lo cual, vivir en esta profesión y trabajar siempre pues es fantástico.

¿Algún personaje que no haya hecho, que se le haya escapado, y que le hubiese gustado hacer? Un clásico, una fantasía…

No he tenido tiempo de tener sueños. He tenido que vivir pegada a la realidad y haciendo lo que iba llegando en cada momento. Me parecía que ya lo que me llegaba era un premio, porque podía vivir de lo que me gustaba, de mi trabajo. Cuando he visto esos personajes maravillosos, tan bien hechos, he dicho “ya están hechos”. ¿Para qué? Dices, bueno, pues a lo mejor personajes de Tennessee Williams que yo he hecho en televisión. Se va a hacer un repertorio de Tennessee Williams, por ejemplo, en el Teatro Español. Cada actriz va a hacer una cosa, pues eso, pero como que no se hacen esas cosas, pues te quiero decir, no he echado de menos no hacer personajes con los que no he soñado nunca. He vivido pegada a la realidad continua, quemándome las pestañas, estudiando como una loca y ya está. Y estoy contentísima, contentísima, con lo que me ha tocado. ¿Que podría haber sido mejor? Pues sí, pero, oye, cuántas quisieran haber hecho el camino que he hecho yo. Yo estoy contentísima, con los claros y con los oscuros, de haber trabajado en muchas cosas que no me gustaban, que eso no me canso de decirlo, y hacer posible que me gustasen y que les gustasen a los demás. Eso es mucho trabajo.

¿Cómo le gustaría que la recordaran con el paso de los años?

Yo creo que la gente te recuerda mientras vives y mientras estás, pero luego ya viene el olvido, como de todo. Sí, sí. Lo que he hecho ha sido un trabajo que he compartido con los demás. Los demás tienen que decir, o sea, tienen que sentir lo que sea, no lo sé. Pero yo lo que sé es que mientras estoy aquí me siento muy querida. Me siento querida además como alguien muy cercana, como la vecina del segundo, ¿no? Entonces eso es muy gratificante, porque no hay distancias, hay una cercanía en la gente muy emocionante, muy emocionante.

¿La vida ha sido justa con usted?

Yo creo que sí. Al lado de otras vidas a mí me han tocado muchas cosas buenas. A nuestra generación, a mi generación, que es una generación que hemos vivido muchas cosas muy difíciles aquí en este país, pues la verdad es que no me puedo quejar, no me puedo quejar de todo. He mirado siempre a los lados, y la verdad es que hay tanta gente que lo ha pasado tan mal que no tengo ningún derecho. Creo que me ha tratado bien la vida. Tengo salud, tengo buenos genes, que tengo que agradecer a toda mi familia que han comido mucha legumbre en Castilla y eso debe ser muy saludable. Y la verdad es que no me quejo de nada.

¿Qué le falta?

A mí no me falta nada. Me faltan los seres que se me han ido. Me falta mi madre, mi padre que es una cosa que hecho tanto de menos. Amigos del alma que se me han ido con los que yo compartía mi vida (se emociona), y que se me parte el corazón, porque eran todavía jóvenes y podíamos disfrutar de esas conversaciones, de esas reuniones, de esas cenas. Es como que se te va parte de tu vida con la gente que quieres. A esos los hecho de menos, y me gustaría que estuvieran aquí…

¿Con qué se emociona o con qué es capaz de llorar Lola Herrera?

Con el amor. Con el amor a la gente que he perdido. Y que me han dado tanto. Porque en la vida tienes que encontrarte por el camino muchas cosas. Yo he encontrado muchas. ¿Cómo voy a ser desafortunada? Si me he encontrado gente maravillosa.
Que me ha entendido. Que me ha dado la mano. Que hemos compartido problemas. O sea, que me han dado su amistad, incondicionalmente, su lealtad. Pues es que es un regalo maravilloso.

¿Qué es lo mejor que ha hecho en la vida Lola Herrera?

Pues yo creo que cuidar de los míos, de mis mayores. Mis mayores para mí han sido lo primero. Mi padre, mi madre, mi tía. Antes mi abuela. La madre de mi madre. He sentido verdadera pasión por mis mayores. Y por darles todo lo que yo podía. Eso de arreglarles los pies, de cortarles las uñas de las manos, de peinarlas a mi madre, a mi tía, a mi abuela. He desarrollado la afición a la peluquería con ellas. Porque no querían ir a la peluquería. Decían, no, Lolita, que tú nos lo haces mejor. Y ahí me tienes estando de primera actriz en un teatro, y por las mañanas haciendo peluquería.

¿De qué se arrepiente?

No, no me arrepiento. He ido pasando por la vida como he podido. Salvando los baches. Enfrentando las cosas como buenamente he podido. Pero no me quejo del balance.

¿Quién ha sido la persona más importante en la vida de Lola Herrera?

Ha habido muchas personas importantes. Tendría que empezar por mis padres. Porque son los que me han dado la vida. Y aparte de todo, me han dado un amor infinito, y una educación que me ha servido muy mucho para andar por la vida.

Y usted, ¿para quién cree que es la persona más importante?

No lo sé. Supongo que seré para mis hijos. Supongo. Pero no sé si ellos lo saben. Porque cuando vas caminando no te das cuenta. Cuando te paras ya, cuando cumples muchos años… una cosa es decirlo y otra cosa es saber que eso es así. La gente, cuando eres joven, estás entretenida en tu vida. En desarrollar. Y cuidas. Yo siempre he cuidado. Pero es que también mis padres siempre me han cuidado. Nunca me han soltado de la mano. Que sin ser padres pesados ni nada de esto. Pero nunca me han soltado de la mano. Han adivinado mis necesidades y han salido al encuentro. Como yo he adivinado las suyas y he salido al encuentro. Yo creo que el amor a los tuyos, el amor a la gente que ames tienes que adivinar un poco lo que pueden necesitar, si no te lo piden. Pero tiene que haber un intercambio potente. Sin que nadie venga a decirte: “Me gustaría a mí…”. No. Tiene que salir de dentro.

Para mí, un acto de generosidad es lo que hizo su padre cuando se jubiló. Se vino a Madrid para cuidar de sus hijos….

De sus primeros nietos. Si, si. Y además por sorpresa. Porque supongo que él también sabía que si a mí me lo decía yo no lo iba a consentir. Porque sabía que era mermar su jubilación ponerles a criar niños otra vez. Que ya habían tenido bastante con sus hijos. Pero lo hizo con el consentimiento de mi madre, claro está, porque los dos se pusieron de acuerdo, pero me vinieron a tiro hecho. Me dijeron: “Ya ha pedido la jubilación”. Ese fue el regalo. Mis hijos no vivirán lo suficiente para agradecerlo. Porque mis hijos adoran a la memoria de sus abuelos y los tienen en la boca siempre, siempre. Daniel lleva dos corazones de mi madre colgados. El otro día hice albóndigas yo, por ejemplo, y dicen “saben igual que las de la yaya”. Es una presencia en sus vidas muy grande.

En el transcurrir de su vida. ¿Ha actuado más de cabeza o de corazón?

De corazón. La cabeza me ha funcionado algunas veces para la prudencia. Porque a mí me ha tocado vivir unas etapas grandes de mi vida donde vivíamos en una dictadura. La prudencia era una cosa casi que era lo mismo que el padre nuestro. Era esencial ser prudente. Y eso yo creo que en la gente de mi generación era una cosa normal. En lo demás yo soy visceral.

Lola, ¿hay una palabra más bonita que un te quiero?

Yo creo que no. Hay muchas palabras bonitas. Pero porque tenemos un idioma lleno de palabras preciosas. Muchos poemas. Muchas cosas muy bonitas. Pero te quiero es una cosa muy corta. Si está dicho con el alma, es lo más.

¿Qué le diría al mundo del teatro?

Que siga funcionando. Que siga la gente queriendo ir a hacer giras. Que hagan posibles las giras. Que los ayuntamientos se pongan de acuerdo para que las giras vuelvan a ser lo que fueron cuando eran empresas particulares las que tenían los teatros. Y se pongan de acuerdo para que hiciéramos el norte en el verano, en el invierno hiciéramos los sitios más cálidos. O sea, con sentido común. Ahora estamos saltando como cabras por las carreteras. Me gustaría que el teatro llegase… Es como pedir un milagro. Que los ayuntamientos, que no sé hasta qué punto les importa el teatro, se entendiesen para hacer, como el teatro y todos los actos culturales, una organización bien hecha por zonas del país. Porque sería mucho más barato para todos. Para los ayuntamientos, para los empresarios y para los actores. Sería una cosa de sentido común. Que ahora no es. 

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