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Año VIIINúmero 380
02 DICIEMBRE 2024

Ignacio García: «La pasión por hacer teatro me obligó a transformarme en otro ser humano que intenta comunicar y cuidar a los demás»

Un director escénico desconocido para gran parte del público. No así para los que conforman el mundo del teatro, la ópera, la zarzuela… Con algo más de cuarenta años, Ignacio García, Nacho para sus amigos y el entorno de trabajo, se ha convertido en uno de los mejores directores de nuestro panorama teatral a nivel nacional, y, sobre todo, a nivel internacional. Poco se conoce de su trayectoria profesional. Y aunque él reconoce que no le importa, Masescena no considera justo que una figura como la de Ignacio García pase desapercibida. Y así lo demuestra la poca información que de él puedes encontrar en el ciberespacio. Presume de no manejar y tener redes sociales. Vive con gran pasión todo lo que hace. Incluso su día a día. Estar siempre viajando en avión le permite estar por encima y cerca de las nubes, donde sueña con los pies en la tierra. Aunque su timidez le impedía de pequeño hablar en público ahora se ha convertido en un gran maestro de la palabra, capaz de embelesar a quien le rodea. Capaz, también, de alimentar tu espíritu y tu alma, y conseguir plantearte ser mejor persona. En los tiempos que corren es difícil. Gratificante resulta pensar que todos aquellos jóvenes que en un futuro se acerquen a su obra alimentarán bastamente su bagaje cultural y social sin lugar a dudas.

La eterna cancion de Sorozabal by Ros Ribas (2)

Para Ignacio García la mejor hora del día son todas. De pequeño quería ser astronauta. El juguete que recuerda con más cariño es un órgano Casio de dos octavas que le regalaron sus padrinos por su primera comunión. La primera oportunidad profesional se la dio Mario Gas. En una fiesta de carnaval se disfrazaría de alienígena. Cuando se encuentra solo delante de un espejo le agradece a la vida todo lo que le ha dado. No se siente orgulloso de ningún rasgo físico. A los siete u ocho años, en un carnaval, disfrazado de pastor, y llevando una oveja y un bolso de lana, ganó un premio. Cuando tuvo que salir a hablar no fue capaz por la vergüenza que pasó. Era tremendamente vergonzoso. Ese es un momento que cambió su vida. En ese momento decidió que lo que no podía comunicar en la pequeña escala lo iba a comunicar en la gran escala. Lo que no podía decir a una persona se lo iba a decir a mucha gente. El teatro ha sido el medio para hacer eso. Pero ese fue el momento más vergonzoso. Le encanta la música del Siglo de Oro, Tomás Luis de Victoria, que es un músico abulense excepcional. Pero también le gustan las Cantatas para alto de Vivaldi. La Pasión según San Mateo de Bach le parece el mayor monumento musical de la historia. Aunque reconoce que tiene un gusto musical muy variopinto. Le gustan los fados, la música tradicional de muchos lugares, el buen jazz… Le costaría mucho elegir una música para irse sólo con esa. Hay muchas que le han acompañado en su vida y que, de hecho, una de las mejores cosas de su vida es la banda sonora. Por ese motivo intenta mejorarle la banda sonora a los demás. Considera que la banda sonora de la vida de mucha gente es horrible, y la vida con buena banda sonora mejora mucho. Tiene miedo al dolor físico y espiritual, y a la soledad no querida. También al sufrimiento sin sentido. Cree que el arte, una de las cosas que lo hace maravilloso, es que cuando tú ves sufrimiento, aunque sea extremo, en una obra teatral, en Fuenteovejuna, por ejemplo, la atrocidad que se comete contra Laurencia, sirve para algo. Tiene un fin. Didáctico. Nos enseña. Nos hace aprender de la vida, nos hace ser mejores. Lo jodido de la vida es que a veces el sufrimiento no sirve para casi nada. Es estéril, es absurdo. Dice Ugo Foscolo: “Cada lágrima de la vida es una lección”. Pero cree que en la vida no hace falta tanto sufrimiento para aprender la lección, mientras que en el arte el sufrimiento tiene un fin. Entre risas reconoce que sería capaz de mentir por muchas causas y de muchas maneras. “La mentira piadosa es una maravilla y es un gran invento”. Mentir por hacer feliz a alguien tiene todo el sentido. Cada vez menos pierde los nervios. Tiene una cierta obsesión por el orden. Antes era muy discutidor y gritaba. Aunque reconoce que suele perder los nervios cuando los actores llegan tarde a los ensayos. Cuando hace un plan le gusta cumplirlo. Al otro sexo le envidia la mirada, la sensibilidad. Las mujeres tienen una manera mucho más empática y mucho más abierta de mirar el mundo. Por eso siente que se entiende mucho mejor con las actrices de cualquier parte del mundo. El hecho histórico que le produce más satisfacción sería la llegada de Colón al nuevo mundo y la llegada a la luna en el año 69. Los hechos que le producen más rechazo son los totalitarismos, aquello que anula la libertad y la condición del otro. Igual que le fascina la sorpresa, le repugna la ausencia de sorpresa. Utiliza mucho los refranes. Hay uno que le gusta especialmente y que aparece en El Quijote: “Quien lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Ignacio intenta leer mucho y andar mucho (risas). El hecho tecnológico que le cuesta más comprender es cómo los astrólogos manejan las cifras y las distancias. Su infierno particular, como dice Dostoyevski, es no creer. Le hubiera encantado ser el Segismundo de La vida es sueño. Y la protagonista de La hija del aire. Libertad y ruptura de las cadenas. Pasaría una noche con Santa Teresa para hablar mucho.

La habitacion azul

 

¿Cómo decide Ignacio García, niño, dedicarse a la música y a la dirección de escena?

La verdad es que es difícil elegir o encontrar el momento en el que a uno le cambia la vida, porque a mí me ha cambiado la vida en muchos aspectos el dedicarme al arte, al teatro y a la música. Yo vengo de una familia no artística, una familia proletaria, trabajadora. Una familia numerosa, en la que mi padre sí tenía un cierto gusto por la música, y mi hermana María José es quien me ayuda a poder conocer mejor este mundo, porque ella es aficionada. Luego trabajó en cine mucho tiempo, y ella me abre una puerta para ir al teatro, a conciertos y a leer ciertos libros.

Desde muy pequeño, a los once o doce años, empiezo a escribir teatro para hacer en el colegio. Al mismo tiempo estoy estudiando solfeo y clarinete. En la adolescencia, a los 15 años, ya monto un grupito de teatro en el colegio con el que empiezo a hacer teatro. En él invierto mis ahorros, vendo entradas para luego poder hacer la siguiente obra, haciendo muchas obras cada año. Con 18 años, cuando acabo los estudios anteriores a pasar a la universidad, me planteo entrar en la Escuela de Arte Dramático y hago las pruebas. Entro en la RESAD de Madrid, y me planteo el dilema de que es incompatible, a un alto nivel, la formación musical y la teatral, y es cuando decido estudiar teatro, y dedicarme en cuerpo y alma al teatro. Pero durante toda la carrera, y sobre todo al acabar la carrera, siento en algunos momentos que porqué hay que renunciar a lo otro. Aunque sea muy difícil hacerlo, por qué no voy a aprovechar mi sensibilidad, mi formación musical, para hacer teatro de otra manera. Y me licencio. Por primera vez en la escuela de arte dramático un estudiante se licencia con una ópera. Haciendo la puesta en escena de una ópera. Hago “Dido y Eneas” de Purcell.

Desde entonces, me introduje en ese mundo patrimonial de la defensa de un teatro clásico. Un teatro clásico que en mi opinión no está bien denominado. Yo creo que lo que hacemos es teatro contemporáneo sobre textos clásicos. Porque el concepto de teatro clásico hay un público al que todavía le resulta raro, y le parece arqueológico y antiguo. Y creo que algún día, además, hay que replantearse la nomenclatura del Festival de Almagro, de la propia Compañía Nacional, porque eso de teatro clásico creo que no es claro, creo que no representa bien lo que hacemos. Lo que hacemos es teatro contemporáneo, a veces ultra contemporáneo, a veces muy radical en cuanto a las formas contemporáneas de entender la escena, pero a partir de textos clásicos.

Y este fue el camino sin retorno. Camino sin retorno que además a mí me ha ofrecido muchas cosas. Yo era un joven muy tímido, era una persona con muchas dificultades de comunicación, muy inseguro en muchos aspectos, y el tener que enfrentarme a equipos por el mundo entero, dirigir espectáculos, la “pasión” por hacer teatro, me obligó a transformarme en otro ser humano, y en un ser humano que intenta comunicar, que intenta cuidar a los demás, que intenta acompañar, que intenta exigir, y que está convencido de que no hay mejor función ciudadana y social que difundir los valores de nuestro teatro clásico y hacer de ello bandera porque la prudencia, la justicia, la libertad, la templanza, la dignidad de la que hablan nuestros textos clásicos, no son valores del siglo XVII, sino que son valores todavía muy presentes. La compasión, de la que se habla en tantos y tantos textos del Siglo de Oro. Yo a día de hoy sigo pensando que una sociedad y un individuo compasivos, que sienten el dolor de los demás, que empatizan con él, es mucho mejor que una sociedad indiferente al dolor ajeno. Y todo eso me lo ha enseñado el teatro. De manera que aquél niño que leía teatro de una manera ingenua hoy en día se ha transformado en lo que tengo la fortuna de ser. En la enorme suerte de dirigir en el mundo entero, de dirigir zarzuela española, de dirigir textos del Siglo de Oro, y además en este momento estar dirigiendo, en mi opinión, la institución teatral más importante desde el punto de vista de la defensa patrimonial que tenemos en el país, y un claro ejemplo es que en ningún otro lugar del mundo, en un mes, se pueden ver cincuenta títulos de Siglo de Oro.  

 

 

¿Dónde nace Ignacio, Nacho para los amigos?

Yo nací en Madrid, aunque mi familia es de origen abulense. Y eso no es baladí. Por una cierta condición castellana recia creo que mi manera de hacer teatro tiene que ver con eso. Cuando vienen muchos amigos de fuera y les enseño Madrid, o les llevo a Ávila, que es donde está mi origen, les explico siempre que no es una arquitectura muy decorada. Cuando tú ves los edificios herrerianos, cuando ves El Escorial, o cuando ves San Ginés, o cuando ves la muralla de Ávila, o San Vicente, no hay mucha decoración, pero hay una idea muy robusta, muy sólida, y muy pétrea de entenderlo. Creo que los castellanos somos así. Ahora que cada vez dirijo más en el mundo creo que esa condición recia, profunda, no florida pero sí muy leal, y muy honesta, es algo muy típico del alma castellana. Y luego en mis orígenes hay una cosa también muy importante que es el origen abulense, tierra de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, pues creo que tiene que ver mucho con una condición mística y con una visión mística del teatro que yo intento tener. Creo que el teatro es reflexión, es reflexión cívica, por supuesto, es ciudadanía puesta en escena, pero también es espiritualidad, y creo que un mundo tan matérico, tan insultantemente consumista como el que vivimos, precisa de un vuelo espiritual, y el teatro es un medio ideal. Gran labor es meter a la gente durante una hora y media a escuchar, en un pueblo, en una sociedad, en un mundo en el que no se escucha, a escuchar cómo otros se escuchan, y no sólo se escuchan, sino que escuchándose cambian de opinión. Segismundo se da cuenta de que se equivocaba, y se lo dice a Basilio: “Que ya que he herrado en el modo de vencerte”… Gana una batalla, y ganando descubre que se equivocó. Eso lo dice muy bien Calderón. Dice: “Vencer y perdonar, es vencer dos veces”. Creo que estamos en un mundo que exige esa espiritualidad, en el que nos estamos dando cuenta de que ya lo que se puede comprar no nos satisface. Y la experiencia de ir a un teatro y por veinte euros, por quince euros, que te cuenten lo que es la vida, que te cuenten lo que es la libertad, que te cuenten lo que es la justicia, que te hagan entender que hay otras maneras de entender el mundo y sus valores gracias a la escucha, vuelvo a decir que es un valor tan poco fomentado hoy en día, y a la escucha de otros que a su vez se están escuchando, creo que es un acto revolucionario. Creo que todo eso tiene que ver con los orígenes y con esa aparente seriedad, o aparente inexpresividad castellana, pero que desde ese poco hacer, se escucha mucho.

 

 

¿Facilitó nacer en Madrid su carrera artística? Si hubiese nacido en Ávila, ¿hubiese sido distinto?

Sin duda. Yo pienso en mi adolescencia y de los doce a los dieciséis años, todos los sábados de mi vida, voy a la Fundación Juan March a escuchar un concierto gratuito. Vengo de una familia de un entorno humilde, pero donde escucho a los mejores músicos del mundo. Música de cámara, esencialmente. Yo vivo de las rentas de aquella época. Reconozco perfectamente la integral de las Sonatas para Piano, para Violín de Mozart, de Beethoven, de los tríos de cuerda, de los cuartetos… Toda esa música yo la vi en directo, la escuché en directo. Y luego me iba a casa y me escuchaba el disco. Pero la escuché en directo y leía los programas de la Fundación Juan March que son excepcionales. Eso me fue forjando una cultura. Después de la Juan March, iba al Museo del Prado todos los sábado por la mañana. Allí pasaba una o dos horas, además de leer mucho. Esa suma en Ávila no la hubiera podido tener, evidentemente. Ni hubiera podido escuchar tanta música.

Luego empecé a aficionarme mucho al teatro. Me acuerdo que en el Teatro Español, el día del espectador, costaba cien pesetas la entrada de arriba, que los días normales era doscientas, y el día del espectador cien, y además, si no había mucho público, los acomodadores eran muy generosos y nos bajaban abajo. Y en el Centro Dramático Nacional. Tuve acceso a ver mucho teatro. Cuando estudiaba, con el carnet de la RESAD, podíamos entrar al Festival de Otoño, podíamos ver muchas cosas. Yo me convertí en un consumidor voraz de cultura y creo que, como dice un verso de Alfred Tennyson, un poeta americano que me gusta mucho, en su poema titulado Ulises, hay unos versos que dicen: “Somos una parte de todo aquello que hemos encontrado en nuestra vida”. Yo en Ávila hubiera encontrado otras cosas. No obstante, mi familia ya estaba asentada en Madrid, y yo nací en Madrid. Los ocho hermanos, yo soy el más pequeño de ocho hermanos, nacimos aquí en Madrid. Pero ese vínculo con Ávila, como un lugar, como un refugio espiritual, fue importante. Pero la oferta cultural madrileña, y la capacidad de ver tantas cosas en un momento en el que además tu sensibilidad, tu concepto de la vida, tu filosofía, tu ideario político, se está construyendo, pues fue muy importante.

 

 

¿Qué queda de aquél joven?

Mucho. Yo creo que lo más importante que queda es la fascinación por la belleza. Es algo a lo que yo doy un valor enorme en un mundo tan feista en el que parece que hoy en día cuanto más feo mejor. Da igual en qué arte. En la pintura, en la literatura, en el arte, en la televisión…

 

 

¿Cómo es para usted el concepto de belleza?

El concepto de belleza tiene que ver con la armonía, con la excepcionalidad, también. Aquello que es excepcional es bello. Aunque, a veces, la naturaleza nos da también muestras de algo que está muy extendido. Un campo de flores es bello aunque haya muchos campos de flores. Esencialmente tiene que ver con la armonía, y tiene que ver con la espiritualidad, con informaciones estéticas que nos transmiten información sobre las reglas profundas de cómo funciona el universo. Cuando tú ves una flor, o cuando tú ves un copo de nieve, o cuando ves Santo Tomás en Ávila, o cuando ves Las Meninas, o cuando lees La vida es sueño, o cuando escuchas el Ave María de Tomás Luis de Victoria, te quedas conmocionado por la belleza, sin duda. Pero cuando empiezas a indagar en esa belleza que te golpea, primero, sensorialmente, y luego intentas hacer un viaje intelectual, comprendes, de alguna manera, como dice San Juan de la Cruz, por ir a Ávila otra vez: “Entré sin entrar sabiendo toda ciencia trascendiendo”. Entiendes de una manera intuitiva algo que, después, cuando lo analizas, está. Y es que esa música, ese cuadro, lo pinta, lo escribe, lo inventa alguien que tiene una capacidad mística para comprender las reglas del universo. Comprender lo que es armónico y lo que es inarmónico. Para comprender el conflicto entre la luz y la sombra que hay en los cuadros de Rivera, o las leyes de la composición que hay en los cuadros de Velázquez. O el lenguaje como la mejor manera de definir el pensamiento cuando lees a Calderón, o cuando lees a Santa Teresa. Hay una relación muy íntima entre la belleza, la bondad y la verdad. Lo dice la filosofía clásica. Yo creo que esos son valores que hoy día están desterrados y que a mí es lo que sigue quedándome de aquel origen. El impacto de la primera vez que escucho el Trío de Schubert, o la impresión de la primera vez que ves Barry Lyndon, y dices, ¡guau!, esto es lo que yo quiero hacer en la vida. O cuando ves a José Carlos Plaza hacer las Comedias bárbaras , o cuando ves los montajes de Marsillach en la Compañía Nacional de Teatro Clásico… Estos tipos no están haciendo cosas bonitas. No estamos hablando de hacer cosas bonitas. Hay un sentido de belleza que tiene que ver con lo que para mí es un poeta, que es un sacerdote de lo profano. ¿Qué hace un sacerdote? Conecta con lo más elevado y con los mecanismos, ellos lo llaman Dios, yo no tengo muy claro eso, pero con los mecanismos que gestionan el universo. Lo que llama Pitágoras “la armonía de las esferas”. ¿Por qué el mundo es armónico? Creo que esa es nuestra misión. Comprender. “Qué os admira, qué os espanta, si fue mi maestro un sueño”, dice Calderón. Yo creo firmemente en esa teoría. Yo creo que Calderón en un raptus místico, a través de un sueño (puede ser soñando, dormido, o despierto), a través de un sueño comprende cosas impresionantes sobre la realidad humana. Comprende cosas que va a tardar la teoría freudiana tres siglos y medio en descubrir. “Que en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende”. Impresionante lo afilado de llegar a la verdad. Calderón dice: “Uno es aquello que es capaz de imaginar. Aquello que es capaz de soñar”. Los neuro-científicos hoy en día vienen a decir más o menos lo mismo. La identidad profunda del ser humano reside en esos espacios siderales inconscientes. Eso es lo que me conmovía en su inicio y eso es lo que sigue conmoviéndome. Sigue siendo mi norte y mi guía para el teatro que intento hacer, para el teatro que intento ver, para el teatro que intento programar en Almagro, y para una relación con el arte que esté basada en hacer un mundo mejor, ideológica y espiritualmente, pero también cívicamente.

 

 

Hablo mucho de los Corrales de Comedias del Siglo de Oro, y de Las Meninas, porque para mí son dos espacios, uno teatral y otro pictórico, que representan un modelo cívico de convivencia. Si tú ves Las Meninas, en el cuadro están los reyes, está un artesano, porque no era artista, Velázquez era artesano, era aposentador mayor de palacio, está la princesa, está la infanta Margarita, pero están también las damas de la corte, está el perro, están los bufones, está Nicolasito de Pertusato y está Mari Bárbola… Y todos caben en el mismo cuadro. No hay otro cuadro en el siglo XVII. Hay retratos de reyes, retratos de bufones, retratos de perros, y hay autorretratos de artistas, pero todos juntos no. Tiene mucha fuerza simbólica ese cuadro. “En ese mundo que yo invento cabemos todos”. Y en el Corral de Comedias es lo mismo. Reyes y mendigos, hombres y mujeres, diciendo con libertad cosas. Las mujeres pueden decir cosas en los tablados que no pueden decir en la calle. Para mí eso fue siempre un ejemplo. Cuando leí esas obras, cuando vi esos cuadros, como niño y como joven, yo pensé: “yo quiero vivir ahí”. Y he tenido la enorme suerte de vivir ahí. De estar viviendo ahí. Desde hace muchos años poder vivir ahí en el mundo entero. Lo que intento es que esa generosidad que la vida ha tenido conmigo, y que me ha permitido vivir ahí, devolverla con la misma generosidad de intentar transmitir la pasión por hacer a Calderón, por ver a Velázquez, o por escuchar a Cristóbal de Morales. Hoy en día, sigue siendo un acto pertinente, sigue siendo un acto revolucionario, y le puede dar a la gente un sentido profundo de la vida que el consumismo despiadado y que el capitalismo a ultranza en el que vivimos no se lo da. Al final compras, compras, compras, y eso tiene un límite. Mientras que entrar en un teatro, o entrar en una sala de conciertos, o entrar en un museo, y ver algo, ¿cuánto vale? ¿Cuánto cuesta la experiencia de ver la compasión con la que Velázquez mira a los bufones y aprender la lección de que nadie es mejor que nadie? ¿Cuánto vale la experiencia de ver El perro del hortelano y entender que cuando Diana le pega una bofetada a Teodoro sufre por él y esa es la manifestación más clara de lo que es el amor? Que es no querer ver a la persona a la que uno quiere sufriendo. ¿Cuánto vale eso? ¿Vale doce euros? ¿Vale quince euros? ¿Eso tiene el valor del precio de la entrada? Evidentemente no. Cuando eres joven con una actitud más revolucionaria, y hoy en día, con una actitud más serena, en el fondo la idea es la misma. Y es la rebelión contra un sistema que intenta decirte lo que tienes que hacer, cómo lo tienes que hacer, y cómo tienes que consumir para encontrar espacios de libertad.

A mí que me gusta mucho la bibliofilia, cuando yo tengo en las manos un objeto de 1650, una primera edición de Calderón, y yo lo leo en mi casa, y yo toco el papel que tocó Calderón en su época, o que tocaron sus coetáneos, me cuesta creer que el valor de esa experiencia que yo vivo y que la reflexión de la posición frente al mundo vale lo que cuesta el libro. Lo que hacemos artísticamente, aunque no lo parezca, es un ejercicio profundamente libertario. Y es un ejercicio político. No necesariamente por hacer teatro político. Hacer teatro espiritual es también hacer un acto tremendamente político hoy en día.

 

 

¿Quién le da la mano para iniciar su trayectoria profesional?

Yo tengo dos grandes maestros a los que siempre he reconocido la deuda por ser quien soy y por estar donde estoy. Uno es, dentro de la Escuela de Arte Dramático, Juan Antonio Hormigón, que es Catedrático de Dirección, mi maestro de dirección, y al que siempre he considerado mi maestro. Además tuve una espléndida relación siempre con él de maestro-discípulo, y de pedirle opinión, y de pedirle consejo, y pedirle ayuda siempre, hasta hace casi un año que se nos fue. Para mí ha sido un compañero fundamental. Y en lo práctico, nada más salir de la Escuela de Arte Dramático, tuve la suerte de empezar a trabajar con Mario Gas. Fui cinco años ayudante de dirección suyo, y luego fui cinco años adjunto en la dirección artística del Teatro Español. Yo que era un niño y un joven asustadizo, y timorato en muchas cosas, Mario fue una lección de libertad y de irreverencia, y de valor. De atreverse a hacer cosas muy locas, y la experiencia, también, de la transformación de un teatro, por ejemplo. Entrar en el Teatro Español y pegarle el “meneo” que le pegó en esa época para mí fue muy revelador. Yo con Mario aprendí lo que intelectualmente había aprendido leyendo el Don Juan. Con Mario lo aprendí en la práctica. Y es que no hay barrera. Lo que hace Don Juan en su obra, que por eso es tan fascinante. Donde todos ven un muro, él ve la oportunidad de saltar un muro. Donde todos ven un límite social, él ve la libertad de saltarse ese límite social. Es muy impresionante lo que significa Don Juan desde ese punto de vista de la trasgresión. Es ultracontemporáneo. Y Mario eso lo aplicó al teatro. Mario es la capacidad de inventar sin límites.

El fundamento teórico de Juan Antonio Hormigón, y la libertad creativa de Mario Gas, fueron mis dos papás teatrales, sin ninguna duda. Lo que no quita que hubiera otra mucha gente. Con Juan Carlos Pérez de la Fuente tuve la suerte de trabajar mucho y de conocer bien y trabajar con directores nacionales como Paco Nieva, Ronconi… Con mucha gente en muchos lugares, que me enseñó a tener muchas miradas diferentes. Como músico también pude trabajar con Gonzalo Suárez, con Helena Pimenta, pude trabajar con mucha gente que me abrió los ojos a que no hay una concepción única. Eso es lo que he aprendido y lo que sigo aprendiendo.

Cuando cumplí los treinta años, y coincidiendo, más o menos, con mi última etapa en el Teatro Español, empecé a dirigir mucho por toda Europa, y empecé a dirigir mucho en otros lugares. Digamos que mi vida ha sido una continua sorpresa de descubrir que donde había un límite ya no lo hay. Incluso límites geográficos. Yo puedo estar dirigiendo a la vez en México y en Suiza, o a la vez en India y Costa de Marfil. Límites filosóficos. Lo que significa la muerte o lo que significa el amor es distinto en Polonia que en Portugal. Y al actor que le dices lo que es la luz lo entiende de una manera distinta en cada país. Pero Mario fue una pieza muy importante en esa idea de saltar barreras. Lo que pasa es que creo cuando uno salta barreras y tiene detrás un edificio teórico como el que yo tuve la suerte de construir, gracias al maestro Hormigón, es muy diferente.

 

La eterna cancion de Sorozabal by Ros Ribas (3)

 

He tenido mucha suerte en muchos aspectos de la vida. He intentado trabajar muy duro, pero tuve los mejores maestros y tuve una experiencia y una oportunidad que prácticamente hoy es muy difícil, y es debutar prácticamente con veinticinco años en todos los grandes teatros. Estrené en el Teatro Español con veintiséis, en el Centro Dramático Nacional debuté con Flor de otoño también a esa edad. En el Teatro real gané el concurso de jóvenes directores y también con esa edad hice mi primera puesta en escena en el escenario grande.

Mi idea ha sido ir tirando barreras. Barreras ideológicas y barreras, también, físicas. Se puede hacer todo. ¿Qué es lo que nos falta en este país muchas veces? Que tenemos a veces una mirada pequeña. ¿Cómo que no puede un municipio de 9.000 habitantes, como Almagro, ser el mejor escenario del mundo para el Siglo de Oro? Claro que puede. Lo ha demostrado y lo sigue demostrando. Y claro que podemos hacer que las mejores compañías del mundo vengan a Almagro a hacer nuestro repertorio. Y que entiendan que Calderón, y que Lope, tienen unas respuestas profundas y contundentes a las grandes preguntas de la vida. Eso lo he ido aprendiendo con estas sorpresas constantes. ¿Se puede montar a Lope en Costa de Marfil con música africana? Se puede. ¿Se puede reflexionar sobre la vida y la muerte en la India con unos grandes actores, que muere y resucita, y que yo siempre he pensado que ese actor moría y resucitaba cada día en la función? Pues uno cree que no. Y vas allí, y trabajas con ellos, vives su experiencia mística, estás en el templo, y descubres que sí. De manera que la vida es una especie de constante sorpresa de que puede ir más allá. Y eso es también lo que nos alimenta y lo que nos hace escapar de la muerte.

Hace poco he tenido un período difícil en la vida. De mucha relación con personas queridas que se nos han ido en poco tiempo. Y hay un verso de Alexandre O’Neill, poeta portugués, que dice: “Me defiendo de la muerte poblando de nuevos sueños la vida”. Me parece que es una lección maravillosa y profunda. Y que además explica muy bien alguno de los peligros. Porque la muerte no es sólo la muerte física. La muerte en el mundo en el que vivimos, es la monotonía, es la rutina, es la falta de ilusión, es el estar solo sometido a las leyes absurdas y tiránicas del mercado. También de esa muerte hay que defenderse poblando de nuevos sueños la vida. Y a veces hay que elegir un contrato muy malo en Costa de Marfil e irse a ver qué de verdad se puede hacer en un apostolado teatral, en un apostolado del verso, en una misión artística, que no ir a un teatro de ópera en Suiza donde sabes cómo va a funcionar todo perfectamente. También esas barreras hay que destruirlas porque el arte, como la vida, siempre tiene el peligro de instalarse en el confort, que es uno de los grandes, grandes peligros. La sociedad capitalista nos enseña que el confort es bueno porque es monetizable. Y porque es capitalizable. Frente a eso están las palabras de Rilke en Cartas a un joven poeta que dicen: “Hay pocas cosas en la vida de las que se pueda estar seguro, pero de lo que estamos seguros es de que lo difícil siempre es mejor”. Y dice dos cosas maravillosas: “La soledad es buena porque es difícil, y porque de ahí aprendemos”. Y luego dice: “El amor es bueno porque es difícil, y la experiencia del amor nos obliga a ponernos junto al otro, y frente al otro, y entender al otro. Frente a esa misión, la misión del amor, que es una misión difícil, todo lo demás en la vida queda como un entrenamiento, como una preparación”. Es muy interesante porque hoy en día nos enseñan que todo debe ser fácil y confortable, y creo que la lección de Rilke, y lo que he tenido la suerte de vivir en muchos sitios, de dificultad, de irte a Polonia y dirigir en polaco, a una compañía de doscientos polacos donde tú eres el único de fuera y les tienes que conseguir convencer de un proyecto artístico… Creo que esa dificultad, al final, es enriquecedora y es lo que me ha ido salvando de la posible rutina y de la posible repetición.

 

 

¿Cómo ha evolucionado? ¿Qué visión actual tienen sus padres de usted?

Ha habido una evolución de madurez y de reconocimiento, y sobre todo, de gratitud. Estoy cada vez más agradecido a la vida de poder trabajar en esto y poderme dedicar a esto. Gratitud por poder trabajar con mucha gente a la que yo admiraba como escenógrafos, iluminadores… Ahora acabo de hacer con Castañeira una escenografía en Portugal. Cuando estudiaba en la Escuela vi el San Juan de Max Aub en el María Guerrero y pensé “qué cosa más impresionante”. Y ahora somos muy amigos. O haber podido dirigir a grandes actores y actrices en España y en el mundo. Esa es para mí la evolución. Lo que he aprendido relacionándome con mucha gente, y la fortuna de tener un enorme patrimonio. Cuando he tenido algunas dificultades, como el accidente que tuve hace tres años que me paró un tiempo, y que me impedía caminar con normalidad, vi el patrimonio humano que había en diferentes países deseoso de ayudarme en un momento de dificultad y de que me recuperara pronto para volver a esos países a hacer teatro. Esto me recolocó mucho.

En cuanto a lo de la familia, está contenta, orgullosa. Mi madre está muy orgullosa de lo que hago en todas partes. Y mi padre, que se nos escapó hace quince años, y que era un gran admirador… Yo digo siempre, y lo digo de verdad, que mi padre me acompaña en los teatros y en los viajes, porque eran dos cosas que le gustaban mucho. Le gustaban mucho los viajes y los teatros, y hoy en día mi vida es esencialmente viajar y estar en teatros. De manera que lo siento muy cerca y me acompaña mucho, y sé que él es el que más orgulloso está de lo que estamos haciendo. De alguna manera él tenía una vena poética. Él escribía las cartas de amor a otros habitantes del pueblo porque él era más diestro a la hora de hacer eso, y aunque nunca tuvo una vocación artística desarrollada, era un hombre de enorme sensibilidad para la belleza. El teatro que hago es un homenaje a muchas cosas, que no sólo él, sino que esa generación no pudo hacer porque les tocó vivir un momento muy difícil de la historia de España y les tocó trabajar durísimo, renunciando a todo, para que nuestra generación pueda estar hoy en día donde está. Nunca me olvido de eso, y creo que cuando, a veces, se habla con frivolidad de la estafa de la transición y de esas tonterías, yo creo que se agravia a una generación o a varias generaciones de españoles que lo sacrificaron todo para que muchos de los que estamos donde estamos podamos estar aquí y creo que no debemos olvidarlo nunca.

 

 

¿Puede vivir sin arte?

No. El arte es todo. Porque el arte es, a veces, alguien en la calle que se pone a cantar. O el arte es alguien que mira al mundo y en su mirada ves que está descubriendo la profundidad de las cosas. El arte son muchas cosas. El arte es la cocina. Cocinar bien, cocinar con amor. Yo digo siempre que con mi madre y mis cinco hermanas en la cocina es donde más aprendí. Sobre dos cosas. Sobre el respeto por los ingredientes, y sobre el amor de darles a alguien algo bueno. No se puede vivir sin arte. Y no se puede vivir sin belleza.

Pensando en la espiritualidad. No entiendo que la gente vaya a iglesias feas. No puedo entender que la gente no quiera ir a una iglesia bonita y con un coro, y vivir una experiencia espiritual, y se vaya a lugares horrorosos en donde todo es espantoso. Pero tampoco entiendo que la gente coma en sitios feos, o que la gente camine en sitios feos. Por ser confortables. No entiendo a la gente que decide ir a vivir a una urbanización que es muy confortable, pero que es muy fea. Tengo la enorme fortuna que cada mañana que estoy en Madrid, que no es mucho tiempo, recorro la Gran Vía caminando, y no hay día que no me sorprenda de la maravilla de los edificios, de la belleza que buscaban los arquitectos en esos edificios. De los cielos de Madrid. Y cuando la semana siguiente estoy en México me fascina la belleza de la música mexicana tan popular y que está en las calles, de sus sabores. En mi opinión, una vida sin arte y sin belleza, no es una vida. Está muy incompleta.

 

 

¿Amar o ser amado?

Las dos cosas. No es posible elegir. Uno de los mejores modos de amar es dejarse amar. Me ha costado mucho aprenderlo, y todavía me cuesta a veces. Yo soy castellano, muy rudo, muy recio, esa cosa del castellano que no muestra nunca su fragilidad, que no se deja ayudar nunca, que no dice nunca que está mal. Pero poco a poco, y con estos avatares de la vida, con las pérdidas, con los accidentes, he aprendido, no mucho, pero a ratitos, a pedir ayuda y a disfrutar de esa ayuda.

Lo que creo, también, es que el amor es lo más importante de la vida en un sentido muy amplio. Yo ahí soy muy agustiniano. La filosofía de San Agustín me ha costado mucho entenderla. Pero entenderla en el fondo. No entenderla intelectualmente. Entenderla vitalmente. Pero yo creo que cuando San Agustín dice: “Ama y haz lo que quieras”, está diciendo la verdad suprema. Y no hablo de una verdad católica. Hablo de una verdad humanística. Es decir, no hay nada en la vida más importante que el hecho de dar, el hecho de querer y cuidar. Eso es lo que nos hace, quizá, si en algo lo pudiéramos ser, superiores a otras especies, aunque no lo tengo yo muy claro que seamos superiores a otras especies. Pero la conciencia de lo que somos y la conciencia de poder ayudar. Porque otros animales ayudan instintivamente. Pero la conciencia de lo que significa esa labor, o lo que dice San Agustín: “Quien más ama, ama mejor”. Cuantos más países dirijo, intento entregarme, intento vivir con pasión, eso no te cansa. Tú puedes pensar, ¿cómo vas a dirigir quince obras en diez países en un año? Pues claro que sí. Porque tú sales de un ensayo agotado físicamente pero enriquecido de lo que has visto, de lo que los actores te han dado, y te da igual. Y vas en el avión, y duermes cuatro horas, y aterrizas en otro lugar y no puedes medirlo, lo das todo otra vez. Yo tengo la suerte de tener muy buenos equipos que me ayudan para que yo me pueda dedicar, como decía San Agustín, al amor. Para que yo me pueda dedicar a darlo. A hacer una condición digamos excepcional. Yo en eso pienso siempre en un concepto muy libertario. Yo no tengo hijos físicos, tengo un hijastro en México, dos ahijados y dieciséis sobrinos. Yo vivo el teatro y mi experiencia artística de una forma muy parecida. Todos estos seres de los que te hablo tiene un padre, una madre, y tienen su vida más o menos resuelta en lo doméstico. Cuando yo los veo o cuando yo estoy con ellos es por un desafío espiritual, o para contarles algo de mis viajes, o para vivir una experiencia distinta. Si no, no me necesitan para nada. Lo cual también es un aprendizaje. Es muy Fray Luis. Yo me voy al monte y la vida sigue sin mi. De manera que cuando yo no estoy en el monte, y bajo y voy a un ensayo, o voy a una reunión, o voy a otro país a hablar de nuestro Siglo de Oro, tengo que dar lo mejor de mí mismo y tengo que ofrecer algo que sea luminoso, y algo que sea un acto de amor supremo porque si no, no tendría sentido. He conseguido generar un sistema de vida que es muy cansado, y que hago muchos kilómetros, pero en el que no estoy sujeto a lo rutinario. Y eso es excepcional.

Cuando un día acabas un ensayo en Polonia, y te vas, y al día siguiente estás en México, y es otra cosa, y al día siguiente estás en Costa de Marfil, y luego vas a Portugal, es que no te puedes cansar de darlo todo porque en cada caso es diferente. Y sobre todo, lo que recibes. Respondiendo a la pregunta. ¿Amar o ser amado? Pues es que no hay mejor manera de amar que ser amado, y no hay mejor manera de ser amado que amar.

 

 

A pesar de su juventud, y cuando ha vivido tan intensamente, ¿llega a conclusiones?

Esta que te acabo de decir. Hay pocas conclusiones. Yo no soy muy dogmático. Pero sí tengo claro que el amor es el centro de la vida. Que querer y cuidar es lo único que da sentido a todo lo demás. Y no lo digo en un sentido religioso. Lo digo en un sentido espiritual y humanístico. Querer y cuidar significa hacer una buena labor pública. Significa cuidar de los recursos comunes. Eso es también querer y cuidar. Querer y cuidar es preocuparte por un actor cuando está agobiado y no encuentra la solución. Querer y cuidar es también escuchar a los espectadores cuando te dicen cosas que no les han satisfecho de tus espectáculos. Es vivir, es ir por la calle, es entender los problemas de los demás. Y de las pocas conclusiones, una es esa. Que no hay nada en la vida más importante que querer y cuidar.

Que para poder estar en comunidad es muy importante la soledad. “Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que me dio el cielo, a solas, sin testigo”, dice Fray Luis. Para mí esa es otra conclusión muy importante. Yo necesito ser yo, para poder ser yo con los demás. Necesito tiempo personal, privado. Soy muy hostil con quienes me quieren porque no les permito estar demasiado cerca, pero necesito ese tiempo. La belleza y el arte no son un capricho estético, sino que es una manera muy profunda de comprender el mecanismo profundo del universo. Un buen soneto, o una buena sonata, no son un ejercicio de destreza técnica, son un ejercicio profundamente antropológico de comprender lo que el universo puede llegar a ser. Siempre digo, cuando hago ópera, ojalá el mundo sonara como una ópera. Lamentablemente el mundo es mucho más cacofónico, y los sonidos que escuchamos por la vida son mucho peores que los sonidos que escuchamos cuando vamos a una ópera, pero bueno, la ópera plantea una hipótesis de universo con una sonoridad distinta. O un cuadro plantea una hipótesis de un universo con una estética distinta.

No hay nada que importe más que el amor entendido en el sentido más amplio. Que la soledad es un lugar muy importante del ser humano, y que el arte y la belleza son lo único que manifiesta de verdad, de verdad, lo que somos en profundidad.

 

 

Una producción de la que se sienta muy orgulloso

Son muchas. Eso es como lo de los hijos. Estoy muy orgulloso de las producciones que han tenido un padre y una madre muy diferentes. Sabes que vivo en el avión y en la interculturalidad. Estoy muy orgulloso de Arizona, por ejemplo. Es un espectáculo que hicimos entre España y México para hablar de fronteras, y que lo hicimos mitad del equipo mexicano, y mitad español, denunciando un problema social. Vivió mucho tiempo esa gira gracias a esa defensa. Estoy muy orgulloso del Kijote Kathakali porque pusimos a Don Quijote y sus verdades, tan profundas y tan importantes, en el contexto estético, ideológico, filosófico del teatro Kathakali Indú. O estoy muy orgulloso de Reinar después de morir que acabamos de hacer como metáfora de esa unión ibérica entre portugueses y españoles, con mitad de creativos de cada país, con elenco de los dos países, con una historia escrita en España pero sobre temática portuguesa, y una leyenda portuguesa en la que los protagonistas son españoles. Como sabes bien, para mí es muy importante esta idea de interculturalidad, esta idea de España y América como partes de una misma realidad. Esta búsqueda en un mundo en el que todos los movimientos políticos y todos los nacionalismos estúpidos están buscando las diferencias. Hacer un esfuerzo desde el arte por buscar la concordia, por buscar los puntos en común, y por buscar, lo que decía antes, que la justicia, la compasión, que la dignidad, que la libertad, son valores que no tienen fronteras.

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