El libreto de esta ópera de Sergei Rachmaninoff (1873-1943) estrenada en 1906 en el Teatro del Bolshói está basado en una de las ‘Pequeñas tragedias’ (1830) del icono de la literatura rusa Alexandr Pushkin (1799- 1837) y refleja las consecuencias de la avaricia en una patológica relación paternofilial ambientada en la Europa medieval
Todas las funciones serán en la Fundación Juan March, habrá cuatro los días 25 y 28 de septiembre a las 18:30h y los días 1 y 2 de octubre a las 12h para todos los públicos. El 27, 29 de septiembre y 3 de octubre habrá tres representaciones para público infantil. Además, la función del día 28 se transmitirá en directo por Radio Clásica (RNE) y por streaming en Canal March, YouTube y RTVEPlay
Esta coproducción consolida el ciclo Teatro Musical de Cámara, siguiendo la estela de otros títulos rusos y raramente representados, como ‘Mavra’, de Ígor Stravinski (2016), y ‘Mozart y Salieri’, de Rimsky-Korsakov (2017). ‘El caballero avaro’ constituye así una ocasión para acercarse a una gema desconocida y oscura en la obra de Sergei Rachmaninoff. Se trata de su segunda ópera, género en el que el compositor ruso se prodigó en tan solo cuatro ocasiones en su carrera. De atmósfera oscura y angustiosa, la trama refleja las consecuencias de la avaricia en una patológica relación paternofilial ambientada en la Europa medieval.
Con un libreto basado en una de las ‘Pequeñas tragedias’ de Alexandr Pushkin (1799-1837), ‘El caballero avaro’ sondea las profundidades de la psicología de los dos protagonistas: un padre rico y tacaño y un hijo despilfarrador y codicioso, que se endeuda para financiar su afición al juego. En el texto de Pushkin, de matiz moralista, el pecado capital de la avaricia y una espiral de conspiraciones terminan destruyendo a ambos.
Esta coproducción entre el Teatro de la Zarzuela y la Fundación Juan March cuenta con la dirección musical de Borja Mariño y la dirección escénica de Alfonso Romero. Si bien Rachmaninoff quiso musicalizar de forma rigurosa el texto de Pushkin, ambientado en la Edad Media, la representación en el auditorio de la Fundación Juan March busca crear puentes entre dos visiones: la de la avaricia como un pecado capital y su rostro moderno, la de una patología de la mente.
Los tintes psicológicos y oscuros que esta nueva entrega de Teatro Musical de Cámara destaca estuvieron presentes tanto en la confección del texto como en su musicalización, años después. Alexandr Pushkin ideó sus ‘Pequeñas tragedias’ en un contexto convulso: encerrado por una epidemia de cólera que obligó a retrasar su boda, en 1830. Tras retratar los conflictos entre la avaricia enfermiza del padre y las súplicas de su hijo, se vio obligado a inventar que el texto era una adaptación y no una obra original. Lo hizo por miedo a alimentar incómodas comparaciones con su propio padre, que había dilapidado la herencia familiar.
Sergei Rachmaninnoff también conoció la carga de vivir en la pobreza con un nombre aristocrático. Su padre había derrochado su dinero y, antes de alcanzar la fama, tuvo que mantenerse impartiendo clases de piano. Escribió esta ópera en 1906 bajo el hechizo de ‘El anillo del nibelungo’, que había visto en Bayreuth en su viaje de novios, y utiliza el novedoso método de orquestación wagneriano para evocar a personajes, ambientes y seres inanimados –como la oscuridad del sótano o el fulgor de las monedas de oro, quizá un homenaje al anillo que hila la tetralogía wagneriana–. Su personal lenguaje musical le permite recrear una atmósfera oscura y angustiosa, sorteada de oleadas emocionales, que aleja esta obra de los cauces de la ópera tradicional.
De la avaricia a la creptomanía
Aunque la ópera está ambientada en la Europa medieval, su director de escena, Alfonso Romero, ha creado una propuesta que tiende puentes entre pasado y presente, entre el concepto de avaricia como pecado capital y la creptomanía, esa obsesión patológica por el dinero que provoca que la persona descuide cualquier otro aspecto de su vida. “La idea de avaricia como pecado trasciende hacia un concepto más moderno de trastorno psicológico –explica Romero–. [El padre] ha construido otra armadura, tosca y primitiva, pero de oro puro. Este símbolo externo de poder es utilizado en su ritual casi erótico para su disfrute íntimo y secreto. Pero su trastorno mental hace que desee una unión más profunda con el pesado metal. Necesita literalmente que el oro penetre dentro de su cuerpo, que sea parte de su físico en una suerte de dismorfia enfermiza”.
El pasado, la tradición y la visión moralista y aleccionadora de la avaricia como pecado capital se representan sobre el escenario en un tríptico medieval que hace referencia al universo medieval ideado por Pushkin. La escenógrafa Carmen Castañón sitúa el tríptico en el centro de un cajón negro que ocupará el escenario del auditorio, a medio camino entre la solemnidad del museo y la sobriedad del expositor aterciopelado de una joyería. Ese espacio negro mate tendrá distintas alturas en las que lucirán –como joyas brillantes– los cantantes y estará enmarcado por 12 pantallas sin marco, en las que se proyectarán los dibujos a carboncillo del proyeccionista Philipp Contag-Lada.
El reparto está conformado por el barítono ucraniano Ihor Voievodin en el papel del Barón, el tenor Juan Antonio Sanabria como Albert, el hijo del aristócrata, el barítono Isaac Galán como El duque, el tenor Gerardo López como El prestamista y el bajo Javier Castañeda como Iván El sirviente.
El transcurso de un siglo nos permite ver ahora con una mirada nueva esta obra raramente representada y merecedora de ser reconocida. Como afirma Marina Frolova-Walker en las notas al programa, se trata de una obra que “nos traslada a la esencia de Rachmaninoff como compositor, y, también, como ser humano. La intensidad elemental de sus oleadas emocionales y su absoluta oscuridad ocultan no sólo sus cálculos minuciosos, sino también su compasión. A pesar de que sus personajes no despiertan empatía, esa compasión acaba impregnando nuestros corazones”.