Un detalle aparentemente insignificante puede desencadenar una serie de eventos inesperados, revelando las verdaderas dinámicas y tensiones latentes en los círculos de pareja y amistad. Esta obra ubicada en los Teatros Luchana explora precisamente este fenómeno, mostrando cómo los pequeños gestos, las palabras no dichas y la monotonía en las relaciones pueden convertirse en catalizadores de cambios profundos y, a menudo, tumultuosos.
La trama sigue a dos parejas reunidas para cenar un viernes cualquiera, en una ciudad cualquiera. Elsa, a pesar de la reticencia de su pareja, Alberto, invita a su amiga de la facultad, Lucía, y a su pareja, Thomas, un dramaturgo en ciernes. Elsa (Patricia Peñalver) necesita sentirse amada. Lucía (Lucía Ramos) busca una fiesta constante. Thomas (Gonzalo Trujillo) anhela una relación con menos altibajos y Alberto (Javi Ruiz) simplemente quiere que la cena termine. Lo que parece ser una tranquila velada, pronto se convierte en un caos absoluto, y las verdaderas personalidades y deseos de cada personaje salen a la luz.
Viernes se beneficia de un libreto escrito por Javi Ruiz que, aunque no excesivamente novedoso en su punto de partida, resulta eficaz para generar las interacciones entre los personajes. La premisa de dos parejas que se reúnen para una cena se convierte en un caldo de cultivo ideal para desentrañar las complejidades y tensiones de sus relaciones. Ruiz consigue dotar a la trama de una tensión in crescendo y ritmo gradual, donde las dinámicas de los personajes y sus necesidades individuales van entrando en juego. Sin embargo, las cartas se enseñan desde el principio, dejando poco espacio para la sorpresa. Los conflictos y motivaciones de los personajes se desvelan tempranamente, lo que reduce el potencial de giros inesperados para mantener al público en vilo. Una posible mejora hubiera sido la introducción de alguna subtrama adicional que involucrara a todos los personajes de manera más orgánica y compleja.
Valoraciones personales a parte, el libreto de Javi Ruiz consigue conectar con el respetable a través de diálogos ingeniosos y una exploración honesta de la monotonía y los altibajos en las relaciones humanas. Me gustó especialmente el reparto coral de roles y la facilidad para identificarse con algunos de ellos. Cada uno sostiene una manera de ser y comportarse que inevitablemente genera tensiones con los otros. Muchas de las conversaciones parten de digresiones o planteamientos aparentemente anodinos que terminan por aterrizar en aspectos concretos y reveladores. Además, la obra trata de manera incisiva la incomunicación, mostrando cómo podemos convivir con alguien sin mantener una relación interpersonal bidireccional fluida y sana. Peor aún, Ruiz aborda la dolorosa realidad de saber qué molesta al otro y no darle o restarle importancia, como si eso hiciera que se solucionara. Algunas frases de los personajes son gritos de auxilio, destacando la profundidad emocional y el anhelo de conexión genuina en cada interacción.
La dirección de Naím Thomas merece un reconocimiento especial por su habilidad para escenificar con maestría todos los elementos mencionados anteriormente. El también cantante, actor y presentador, curtido en escenarios, consigue sacar el máximo provecho del reparto coral de roles, asegurando que cada personaje tenga su momento de brillo y contribuya de manera significativa a la dinámica general de la obra. Uno de los mayores aciertos es cómo maneja las conversaciones entremezcladas con monólogos dramáticos. Esta técnica no solo enriquece la narrativa, también permite una exploración más profunda de las motivaciones y conflictos internos de los personajes. Las formas de responderse y reaccionar entre sí generan momentos cómicos que surgen de manera orgánica, rebajan el ambiente dramático y contribuyen a la creación de un ritmo fluido y envolvente, gracias a la precisa dirección de Thomas. Además realiza un correcto e inteligente aprovechamiento del espacio escénico, con un pertinente uso de los apartes.
El reparto de es uno de los pilares fundamentales de Viernes, y cada miembro del elenco aporta una dimensión única a la representación. Javi Ruiz se desdobla de su faceta como dramaturgo y da vida a Alberto, un hombre absorbido por su trabajo y máximo representante de la dejadez en sus relaciones. Ruiz demuestra ser el actor más polivalente y adaptativo del elenco con un papel donde encapsula el humor corrosivo, mordaz y ácido de la obra. Su actitud irónica sirve como un mecanismo de defensa contra las tensiones subyacentes y su actuación muestra las capas de complejidad de un personaje que, a pesar de su aparente indiferencia, está profundamente afectado por su entorno. Patricia Peñalver encarna magistralmente el papel de Elsa, presentándonos a una mujer literalmente ahogada en su relación, convirtiéndose en una olla a presión lista para explotar. La fascinación de su interpretación radica en la intensidad de sus miradas asesinas y en la tensión palpable con cada gesto. Elsa, bajo la dirección de Peñalver, se convierte en la viva imagen de cómo, gota a gota, las presiones acumuladas pueden llevarnos al límite y hacernos estallar. Cada mirada cargada de resentimiento, cada gesto lleno de frustración, nos sumerge aún más en la complejidad emocional de alguien al borde del colapso que lucha por mantenerse a flote en medio de las turbulentas aguas de sus relaciones. El momento estelar de esta polivalente actriz de cine (Perdidos en el oeste), series televisivas (Águila Roja, Las chicas del cable) y más de una quincena de papales teatrales es una explosión de emociones contenidas que nos deja sin aliento y nos obliga a confrontar la realidad cruda de su situación.
Por su parte, Lucía Ramos, como Lucía, se erige como el epítome de la pasión y excesos desenfrenados. Su personaje, una vivalavirgen en el sentido más literal y figurado, irradia una energía arrolladora y una falta total de inhibiciones. Desde su primera aparición en el escenario, esta modelo y actriz de teatro (Aguacates), cine (Novatos) y televisión (Señor, dame paciencia) irradia una vibrante intensidad imposible de ignorar. Lucía es una mujer disfrutona e intensa, sin miedo a expresar sus deseos y emociones más profundas. Su falta de filtros la convierte en un torbellino de risas, lágrimas y pasión los setenta y cinco minutos de duración. Ahora bien, detrás de esa fachada bulliciosa se esconden sus propios fantasmas y tormentos que Ramos sabe sostener y mostrar. Por último, Gonzalo Trujillo, en su papel como Thomas, personifica la calma y la reflexión. Su personaje se presenta como un hombre bohemio, sereno y algo pedante, responsable de ejercer una influencia sutil pero significativa sobre Alberto, abriendo su mente y sus perspectivas. A medida que la trama avanza, la aparente calma de Thomas quizá sea en realidad una fachada donde ocultar sus propias luchas internas y contradicciones. Este actor sevillano curtido en series televisivas (Acacias 38 y El secreto de Puente Viejo) y del que todavía recuerdo su actuación en 24 horas en la vida de una mujer, maneja esta dualidad con maestría, permitiendo que el público vislumbre las grietas en la armadura de su personaje a medida que la tensión entre sus compañeros va en aumento.
Autor: Javi Ruiz
Director: Naím Thomas
Reparto: Lucía Ramos, Patricia Peñalver, Gonzalo Trujillo y Javi Ruiz