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Año VIIINúmero 377
03 NOVIEMBRE 2024

Policías y ladrones: zarzuelera sátira como espejo de la corrupción

Una imagen del ensayo general
Una imagen del ensayo general

Corrupción. Latrocinio. Mordida. Palabras que, desgraciadamente, ya forman parte del vocabulario colectivo con mil y un ejemplos en nuestra historia reciente. El arte, y más concretamente el teatro, es y debe seguir siendo un vehículo de transmisión entre los hechos que ocurren en nuestro día y a día y el público, pues le permite tomar distancia y disfrutar mientras reflexiona. Si desean hacerlo y poner cara y voz a uno de los males endémicos de nuestro país, pueden acudir al Teatro de la Zarzuela.

Y a la tercera fue la vencida. El libreto de Álvaro del Amo y la música de Tomás Marco estaban guardados en un cajón desde hace años. El primer aplazamiento se produjo por la huelga fruto del intento de fusión del Teatro Real con el Teatro de la Zarzuela allá por el 2018. El texto pasó a la cartelera del siguiente año, pero una pandemia mundial con el posterior confinamiento supuso el cierre de todos los espacios culturales. Ahora no había motivo alguno para no llevarla al escenario de este centenario teatro que da nombre a nuestro género chico, 41 años después del estreno de ‘Fuenteovejuna’ (1981), de Moreno Buendía, con el fin de «actualizar en cierta forma el género».

Como si de un déjà vu se tratara, la obra narra un caso de corrupción focalizado en un político y la investigación de un policía para detenerlo, envuelto en el idilio de sus respectivos hijos. La corrupción, por tanto, es la temática central de la representación que se suma a otros títulos de este género como Pan y toros o ¡Cómo está Madriz! (donde el exalcalde madrileño Alberto Ruiz-Gallardón abandonó el patio de butacas a mitad de la función), engarzado en una fugaz historia de amor. Ingredientes aparentemente atractivos, pero que se quedan en eso, en la apariencia. Del Amo, prolífico escritor, guionista y dramaturgo, mantiene un libreto que quizá haya envejecido mal, donde las corruptelas del partido al que parece aludir y uno de los nombres al que parece señalar han caído en el olvido; no obstante, el principal defecto lo encuentro en el ritmo de la trama y en sus tempos. El conflicto es desvelado en los primeros compases y aunque haya un giro inesperado todo es rehén de lo primero. Esto produce un cierto letargo y aburrimiento a pesar de contar con ingeniosos momentos cómicos.

Las anteriores apreciaciones no quitan valor al libreto de Del Amo –colaborador en la dramatúrgica escénica de la Trilogía de los fundadores (2014) para este teatro– de gran solidez tragicómica, profunda moraleja, frases poéticas a base de rimas, y con una precisa, certera y abundante descripción de todos los actores implicados (vaya por delante el presunto) en un caso de corrupción, sin poner nombre a nadie. El cabeza de turco, que no suele ser siempre el cabecilla. El partido que en un primer momento desmiente y apoya hasta que se ve salpicado y alega no conocer ni nada ni a nadie. La policía y el sistema judicial, al quien se le intenta sobornar y poner todas las trabas posibles para no ejercer su trabajo y la prensa, el supuesto contrapoder que busca la exclusiva y el sensacionalismo. Figuras necesarias en el tablero de ajedrez de un juego llamado política y de una sociedad formada por “animales políticos” en palabras de Aristóteles. Otra de las virtudes es el intento, a mi modo der ver logrado, de adaptar y actualizar este género musical con temáticas modernas que atraigan a un nuevo público, como puede ser una historia de amor en nuestros días, o un caso de corrupción, que va en la línea de la dirección ostentada por Daniel Bianco.

La composición musical es creada por el multipremiado Tomás Marco, una voz propia en el género operístico, autor de cinco óperas, un ballet, siete sinfonías, música coral, de cámara y un largo etcétera, aunque como el mismo reconoce es su primera incursión en la Zarzuela, pese a firmar una partitura sobresaliente. Con buen criterio, combina frases narradas con otras cantadas, con predominio de estas últimas y una técnica de tipo mixto donde incluye elementos tonales y modales, escalas exóticas, atonalidad y serialismo, e incluso elementos microtonales y bruitistas. Dicho en román paladino, Marco pretende, y a modo de ver lo consigue, realizar una música acorde a nuestro tiempo, con el mismo propósito que el libretista, con una melodía fuerte, tensionada, constante y reconocible –que en algunos instantes me recordó al hilo musical de famosas persecuciones televisivas– y que cuenta con sonidos de percusión con predominancia de timbales y bongós, como si de una danza tribal se tratara. El mejor ejemplo de esto último es el sorprendente preludio que abre paso al primer acto. A esto se le suma la inclusión de solos vocales, dúos y concertantes; de hecho, sorprende el elevado número de intérpretes en alguno de los pasajes, que dan facilidades para canturrear algunas de las canciones fuera del patio de butacas. Todos estos elementos son implementados con exactitud por José Ramón Encinar, al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, titular del Teatro de la Zarzuela, con una exquisita ejecución.

La dirección recae en Carmen Portaceli, una mujer de teatro con más de setenta espectáculos dirigidos, quien sabe conceptualizar la carga tragicómica del libreto. Con su dirección ahonda en el concepto de zarzuela contemporánea, entendida como aquella que plasma situaciones actuales, modernas y problemáticas sin perder, por supuesto, la suntuosidad de las raíces del género. Como afirma Bianco: “La zarzuela contemporánea no puede convertirse ni en una isla ni en un hecho aislado”. Sobre estos mimbres, Portaceli pone a circular a todo el elenco sin caer en ningún momento en entropía escénica –gracias a las buenas y vistosas coreografías con performance incluidas de Ferran Carvajal– y jugando a la perfección con los elementos escenográficos. Además, sabe potenciar el enorme carácter simbólico del libreto –con la inclusión de escenas cómicas y números tan geniales como “¡Oh! ¡Oh! ¡Ah! ¡Ah!” o “Oh, oh, oh, oh”, donde la mímica es la protagonista– y logra mediante el uso de la ironía y del lenguaje escénico uno de sus objetivos: “representar el horror de esta historia, como un fuego en la noche de San Juan” para “crear distancia con eso que nos pesa como una losa y nos avergüenza cada día: la corrupción”. En definitiva, una dirección fuerte, decidida y sin filtros, que pretende exhortar al respetable, pero a su vez, minimalista, simbólica e imaginativa.

Los encargados de materializar todo lo expuesto anteriormente son un reparto, ataviado por un vestuario moderno y temático diseño de Antonio Velart, entregado a la causa con brillantes números conjuntos y portentosas voces. Sobresalen por su importancia en la acción el quinteto protagonista, que acapara los aplausos de los presentes. El barítono Cesar San Martín se viste de Presunto implicado y demuestra con su calidad y expresividad vocal, correcta dicción y fácil adaptación por qué es una voz de referencia en el ámbito musical. Su alter ego, El policía, es representado por el bajo Miguel Ángel Arias, quien destaca por su voz grave y timbre oscuro en lo vocal y una tristeza y languidez en lo teatral, acorde a su final.

El dueto formado por los jóvenes enamorados resulta emocionante y cautivador y aporta el lirismo necesario. Alba Moreno Chantar es la hija del Policía, y como buena soprano lírica-ligera desborda con su timbre cálido y puro, de altísima extensión agudeza y flexibilidad. A su lado le acompaña Cesar Arrieta, como el hijo del Presunto implicado, con una actuación correcta como tenor con voz clara, aguda y ágil y buen dominio de la coloratura. Por último, la soprano María Hinojosa da vida a la Mujer del Presunto implicado y desborda con sus sorprendentes y agudos  juegos melismáticos en lo vocal, y su vis cómica en lo actoral. El resto del coro termina de dar forma a la acción, con especial importancia de colectivos como el populacho, los presidiarios, el periodístico y tentativas mesiánicas encarnadas en Ana Vélez; con la exquisita y buena acertada dirección de Antonio Fauró.

La construcción escenográfica propuesta por Montse Amenós es parca y fría –como lo es la soledad de sus protagonistas y la iluminación propuesta por Pedro Yagüe– y eficaz, permitiendo las entradas y salidas del reparto con escasos elementos en los que apoyarse, tan solo sillas y maletas, que aportan rapidez y trajín a la representación. Sorprenden, por su colocación central, altura y versatilidad, la puerta giratoria y la escalera móvil en forma de caracol. Ambos elementos, de enorme carga simbólica, nos dejan bellas imágenes para el recuerdo y facilitan el juego de alturas con un exquisito aprovechamiento de todo el espacio. La simpleza escénica es potenciada con la caída de cadenas metálicas, haciendo las veces de prisión, y una pantalla circular encima de la puerta para proyectar información contextual de la obra.

Policías y ladrones es el mejor ejemplo de zarzuela contemporánea, con un libreto sólido y tragicómico, una composición musical fuerte, tensionada, constante y reconocible, una exquisita dirección y un sobresaliente reparto como la mejor sátira y látigo a la corrupción.

 

Libreto: Álvaro del Amo

Música: Tomás Marco

Dirección musical: José Ramón Encinar.

Dirección de escena: Carme Portaceli.

Escenografía: Montse Amenós.

Reparto: César San Martín, Miguel Ángel Arias, Alba Chantar, César Arrieta, María Hinojosa, David Fernández «Fabu», Ana Vélez, Luis Pérez Sierra, Juan Matute, Hugo Huerta, Carlos Cañas, Armen Boricó, Ricard Soler, Naiara Beistegui y David Hortelano

Orquesta de la Comunidad de Madrid.

Coro del Teatro de La Zarzuela; director, Antonio Fauró.

 

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