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Año VIIINúmero 362
27 JULIO 2024

El barrio: Desenmascarando la masculinidad en las calles de la juventud

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Imagen promocional de "El Barrio" que podrá verse en el Teatro Lara de Madrid
Imagen promocional de "El Barrio" que podrá verse en el Teatro Lara de Madrid
"El barrio", gracias a una dirección atenta y actuaciones destacadas, a través de su reflexión sobre la masculinidad y la identidad, ofrece una experiencia teatral poderosa y memorable que invita a la introspección y al diálogo.

¿Qué es ser un hombre en un ambiente de barrio? ¿Qué influencias moldean la construcción de la identidad? Este montaje explora de manera cruda y honesta los matices de la masculinidad en la adolescencia, situando su relato en un entorno urbano donde tres jóvenes luchan por definir quiénes son realmente.

La compañía La Joie de la Colina nos presenta a Darío (Jaime Macanás), quien recibe la inesperada noticia de la muerte de un amigo de su antiguo grupo de la adolescencia del barrio. Después de varios años sin ir, y tras pensarlo mucho, decide volver y cerrar viejas heridas que todavía siguen abiertas. Durante su regreso, se reencontrará con Daniel (Rober Pascual), su mejor amigo de entonces, con quién vivió una relación personal muy intensa y ambigua. También volverá a verse las caras con Adrián (Alfonso Muñoz), un amor que pudo ser, pero con el que nunca se atrevió durante su juventud.

El dramaturgo Diego Da Costa –Comunicólogo audiovisual por UCM y Máster de Comunicación en la red en UNED– nos presenta un libreto que, pese a ser sencillo y no excesivamente novedoso en su trama, resulta profundamente efectivo. La obra encuentra su verdadero foco de conflicto en cómo los personajes interactúan entre sí, desenterrando y confrontando fantasmas del pasado. Los diálogos, ágiles y bien construidos, se entremezclan con monólogos reflexivos, proporcionan un ritmo dinámico y capturan la atención del espectador desde el principio hasta el final. Aunque la construcción de algunos personajes puede parecer algo irreal, esto no merma la credibilidad de la obra. La riqueza emocional de las relaciones y la honestidad a la hora de  abordar los temas de la masculinidad, tanto tóxica como sana, brindan a la pieza una autenticidad que resuena con el público.

La mayor fortaleza del libreto es la temática abordada pues, a diferencia de la trama, no estamos acostumbrados a encontrarnos propuestas que diseccionen la construcción de las identidades de género, exponiendo los prejuicios y estereotipos aún existentes en la sociedad. La obra destaca cómo, en muchos ambientes, la forma de ser de un hombre está estrictamente definida por nociones tradicionales y restrictivas de masculinidad, lo que dificulta la expresión auténtica de la identidad y la sexualidad sin el temor a ser juzgado. Los personajes,  al interactuar y confrontar su pasado, revelan cómo estos prejuicios han moldeado sus comportamientos y relaciones, a menudo de manera dañina. La dificultad para mostrar vulnerabilidad y auténtica emoción en un entorno donde la masculinidad tóxica es la norma puede llevar a una dinámica de poder y conflicto, afectando la salud emocional de los individuos y sus conexiones con los demás.

El ambiente de barrio, con su propio código de conducta, agrava estas dificultades. El autor de Ayer intenté suicidarme expone cómo estas influencias comunitarias pueden profundizar los dramas de aquellos que no encajan en el molde tradicional, marcando sus vidas de manera más profunda. La presión de conformarse a las expectativas de género del barrio puede distorsionar aún más las identidades, llevando a comportamientos autodestructivos y relaciones disfuncionales. En definitiva, la obra cuestiona si es posible superar estos obstáculos y qué se necesita para que los hombres puedan vivir de manera auténtica y saludable, sin el peso de los estereotipos y la presión social.

Bajo la dirección de Diego Da Costa, El barrio cobra vida en escena al exponer de manera vívida y detallada todas las complejidades analizadas anteriormente. Dirige un reparto coral donde cada personaje explora y vive su masculinidad y sexualidad de manera únicas, reflejando la diversidad de experiencias y conflictos internos que atraviesan los hombres en su camino hacia la autodefinición. Da Costa demuestra una habilidad excepcional para integrar diversos elementos escénicos, los cuales enriquecen la narrativa. El uso de videografía es particularmente destacado, situando al espectador en el corazón del barrio de La Elipa y proporcionando un contexto visual capaz de amplificar el impacto emocional de la obra. Estas proyecciones no solo ayudan a ubicar la acción, también añaden una dimensión dinámica y contemporánea al montaje, permitiendo una inmersión más profunda en los lugares donde transcurre la acción.

El reparto representa con convicción y entrega los diferentes roles asignados. Jaime Macanás ofrece una interpretación sólida como Darío, el personaje central y nexo de unión del relato. Desde el primer momento, este actor de dilatada formación logra transmitir una sensación de seguridad y de haber logrado estabilidad en su vida, una fachada que se desmorona sutilmente cuando ciertos capítulos de su adolescencia emergen a la superficie. Macanás –a quien pude ver en Y se apagan las luces– capta con maestría esta dualidad: la aparente confianza como redactor jefe de un periódico y la vulnerabilidad subyacente surgida cuando regresa a su antiguo barrio y se enfrenta a sus amigos y amores. La incomodidad de Darío en muchas situaciones, aunque exigida por el guion, se siente auténtica y bien interpretada. El también actor de cortometrajes maneja estos momentos con una precisión que revela tanto la profundidad del personaje como su lucha interna.

Por su parte, Rober PascualGodard que estas en los cielos y En tus ojos siempre será verano– ofrece una interpretación potente y convincente de Daniel, un personaje profundamente marcado por los estereotipos de masculinidad que le han prohibido mostrar sus sentimientos. Su actuación resalta el chovinismo del barrio, representando de manera fiel a aquellos que se sienten obligados a mantener una careta de dureza y control, y muestra cómo estas expectativas pueden llevar a una vida de insatisfacción y conflicto interno. El actor valenciano maneja estas complejidades con destreza, ofreciendo una actuación convincente y, a la vez, profundamente humana. Su visión de Daniel no es solo la de un hombre atrapado por su entorno, sino también la de alguien que busca desesperadamente liberarse de sus cadenas.

Por último, Alfonso Muñoz brilla en su interpretación de Adrián, aportando una sensibilidad y emotividad enriquecedoras. El también escritor –Y que nadie sepa nada (2023) y Cuernos sueños rotos y otros finales felices (2024) – ofrece una actuación realista y natural, logrando que su personaje se destaque como el más sentimental de los tres. Esta naturalidad de Muñoz de abordar su papel permite al público conectarse fácilmente con Adrián. Sus expresiones sutiles, tono de voz y gestos cuidadosamente medidos crean un retrato convincente de un hombre que, a pesar de las heridas del pasado, mantiene una esperanza silenciosa y un profundo sentido de empatía. Su presencia en escena aporta una dimensión emocional que contrasta y complementa la tensión y el conflicto presentes en la narrativa.

La iluminación, a cargo de José Carlos González, juega un papel crucial en la creación de ambientes y estados de ánimo que reflejan las tensiones y emociones de los personajes. Con un uso inteligente de luces y sombras, logra acentuar los momentos de intimidad y conflicto, subrayando las diferentes facetas de la masculinidad. Por último, los efectos sonoros de Julio Viñuela Gavela complementan perfectamente esta puesta en escena, añadiendo capas auditivas que intensifican la experiencia sensorial del público.

Producción: Compañía La joie de la colina

Producción Ejecutiva: Diego Da Costa y Julio Viñuela Gavela

Dirección: Diego Da Costa

Dramaturgia: Diego Da Costa

Ayudante de dirección: Constanza Araya Aránguiz

Composición Musical: Julio Viñuela Gavela

Escenografía: La joie de la colina

Iluminación: José Carlos González.

Diseño de sonido: Julio Viñuela Gavela

Diseño de audiovisuales: Diego Da Costa

Fotografía: José Ángel Fernández de Córdoba

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