En el acogedor Teatro Arlequín Gran Vía, una sala que invita a la cercanía y al descubrimiento, “Violinísticas: La Revolución Musical” despliega una propuesta que hace justicia a su título. Lo que comienza como un concierto de cámara se transforma, en cuestión de minutos, en un estallido emocional que desborda cualquier etiqueta. Aquí no hay solemnidad impostada ni fórmulas repetidas: hay riesgo, talento y, sobre todo, una convicción clara de que la música es un territorio libre donde todo puede suceder.
La primera gran virtud de este espectáculo, de la mano de Cristina Suey y Cristina Pérez, dos grandes intérpretes capaces de todo, es su forma de presentarse. Lejos de una simple colección de temas, la propuesta se construye como un relato con estructura y propósito. Su punto de partida —una pequeña radio que se enciende en escena— es tan sencillo como poderoso. Esa radio es más que un objeto: es el canal por el que fluye la historia, el detonante de los recuerdos, el testigo de los cambios. Y es, sobre todo, la metáfora perfecta de lo que propone el espectáculo: sintonizar con el pasado, el presente y el futuro para entender que toda revolución necesita una banda sonora. Porque eso es “Violinísticas”: una revolución con música. No como adorno ni fondo, sino como núcleo.
A lo largo de la historia, las revoluciones han venido acompañadas de símbolos, de gritos, de ideas… y también de sonidos. La música ha sido vehículo de ruptura, de esperanza, de protesta, de identidad. Este espectáculo entiende eso y lo lleva a escena con inteligencia. Aquí, la música no se toca por tocarse: se elige, se transforma y se sitúa en un relato mayor, en un contexto que le da sentido. Es un homenaje al poder disruptivo del arte, a su capacidad de cuestionar lo establecido, de sacudir estructuras, de emocionar y de inspirar. Habla de las grandes revoluciones —las históricas, las culturales, las sociales— pero también de las pequeñas revoluciones del alma. El resultado no es solo un concierto, sino un manifiesto en clave musical. Un acto de resistencia frente a lo previsible. Un recordatorio de que toda revolución, por más caótica que parezca, tiene su armonía. Y en un tiempo donde lo efímero manda, que un espectáculo apueste por el contenido con coherencia y mensaje es, en sí mismo, un acto revolucionario.
¿Quién dijo que la música clásica es aburrida? Cristina Suey y Cristina Pérez se encargan de desmontar ese prejuicio con una selección musical tan oportuna como sorprendente. Aquí no hay improvisación ni capricho: cada tema elegido responde a una idea y a un momento concreto. Desde las estructuras matemáticas de Bach hasta la irreverencia de Queen, desde la solemnidad de Beethoven hasta el estallido emocional de Imagine Dragons o Harry Styles, cada pieza representa una ruptura, un salto, una forma distinta de entender el mundo y el arte. Así, la propuesta navega entre siglos y estilos con una soltura asombrosa y lo hace sin perder nunca el hilo narrativo. El espectáculo, por tanto, no solo rinde homenaje a esas músicas: las revisita con nuevos arreglos, las desmonta, las reconstruye y las sitúa en un contexto más amplio. El resultado: un viaje musical que lleva a nuevos territorios sin perder la conexión emocional con el público. Y eso se nota: cabezas que siguen el ritmo, palmas espontáneas, complicidad en la sala… Porque cuando la música se convierte en relato, la emoción no necesita presentación.
Una de las claves del carácter único de “Violinísticas” está en la dirección artística de Javier Bañasco, cuya mirada se percibe tanto en la estructura del espectáculo como en la teatralidad que lo envuelve. No basta con interpretar la música: hay que habitarla; y esa es justamente la diferencia que marca este montaje. Bañasco —director y dramaturgo con clara afinidad por el gag, el gesto físico y el humor visual— imprime a la puesta en escena un ritmo propio, casi coreográfico, que recuerda por momentos a la estética de Yllana: directa, física, expresiva. Hay carisma actoral en este dúo femenino que se desdobla en músicos, narradoras y personajes de una historia que no necesita palabras para contarse. Cada gesto, mirada y pequeña performance está al servicio de lo que se vive en escena. A eso se suma un uso brillante del lenguaje visual: una videografía casi inmersiva que proyecta paisajes en movimiento, luces, sombras y efectos que invitan a mirar o a dejarse llevar. Por momentos, uno puede cerrar los ojos y sentir que viaja. Por momentos, abrirlos y perderse. Porque aquí, la música no solo se escucha: se ve, se siente y se encarna.
He dejado para el final, quizá, lo más importante: el talento de las intérpretes, sin el cual este espectáculo simplemente no existiría. Cristina Suey, al violonchelo, y Cristina Pérez, al violín, ya habían demostrado su complicidad artística en “La teoría de cuerdas”, pero aquí se superan. Se puede dar por hecho que la ejecución será buena, pero lo que impresiona es la precisión sin margen de error: dominan los tempos, las transiciones, el pizzicato, los cambios de dinámica, todo… y además lo hacen sin partitura. Tocan de memoria, pero también desde la emoción. Y no solo eso: sorprenden con sus voces, que aparecen en momentos puntuales para sumar capas expresivas y reforzar la conexión con el público. Suey aporta un sonido profundo y envolvente con su chelo, una mezcla de elegancia y potencia que sostiene la base emocional del espectáculo. Pérez, con su violín, brilla con una energía desbordante, precisa y versátil, que marca el pulso escénico con naturalidad. Juntas son mucho más que dos instrumentistas: son verdaderas virtuosas que entienden que la técnica está al servicio de la emoción. Y en ese equilibrio exacto, entre rigor y entrega, está la magia de “Violinísticas”.