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Año VIIINúmero 397
25 MARZO 2025

Vale la pena: Catarsis y risas en el desnudo emocional de Dani Rovira

Dani Rovira durante la función
Dani Rovira durante la función
"Vale la Pena" es un monólogo en el que Dani Rovira, con su inconfundible talento narrativo, nos sumerge en un viaje emocional donde la risa y la pena no son opuestas. Entre carcajadas, anécdotas y reflexiones profundas, nos recuerda que aceptar el dolor no significa rendirse, sino encontrar en él una oportunidad para crecer y seguir adelante en este complejo arte de vivir.

Tras el éxito de “¿Quieres Salir Conmigo?” y “Odio”, Dani Rovira regresa al Teatro La Latina para ofrecer una propuesta distanciada del humor convencional y adentrarse en territorios tan dolorosos como universales, reivindicando la importancia de abrazar todas las emociones, incluso las que solemos rehuir.

El archiconocido cómico y actor malagueño se sumerge en su propio proceso personal, explorando esos momentos en los que “por dentro me estoy muriendo” mientras, con una naturalidad sorprendente, nos recuerda que la risa puede ser un bálsamo en medio del sufrimiento. La premisa del espectáculo —sostener la idea de que «la vida vale la pena, pero que en la vida la pena también vale»— es un ejercicio de equilibrio entre la autoaceptación y la crítica social. La honestidad con la que el humorista relata sus vivencias lo dota de una autenticidad que resulta tanto catártica como liberadora para el público, ofreciéndole no solo carcajadas, sino también un espejo en el que verse reflejados sus propios miedos y anhelos.

Antes de entrar a valorar el espectáculo, hay que reconocer que Dani Rovira es un maestro de la narración. Su dominio del ritmo, la pausa y la intensidad volcadas en escena lo convierten en un comunicador excepcional, capaz de atrapar al público desde el primer momento. Da igual que el tono sea cómico, dramático o incluso trágico: su control de la prosodia, los silencios estratégicos y su expresividad corporal construyen un relato envolvente y casi hipnótico. No es solo lo que dice, sino cómo lo dice. Cada gesto, cambio de entonación o mirada cómplice con el público refuerza el peso de sus palabras, logrando una conexión casi íntima con la audiencia. Este talento narrativo le otorga un potencial que lo eleva y diferencia de otros colegas de profesión. No se limita a lanzar chistes o a construir una rutina cómica al uso; su monólogo es una experiencia sensorial en la que juega con las percepciones del espectador con la precisión de un cirujano.

En “Vale la Pena”, Rovira nos sube a una montaña rusa de sentimientos, con especial énfasis en la pena y el duelo, pero sin perder de vista que estamos en un espectáculo de comedia. El humor sigue siendo el motor central del show, funcionando como una vía de escape, un alivio necesario que convierte la introspección en una experiencia liberadora en lugar de opresiva. Y que nadie se equivoque: este monólogo, aunque hable de temas profundos, es para reírse. El ganador del Premio Goya a Actor revelación por “Ocho apellidos vascos” (2015) entiende que la risa no solo entretiene, sino que sana, y por eso su espectáculo no se estanca en la melancolía. Aborda con naturalidad las contradicciones humanas, los momentos de vulnerabilidad, las situaciones difíciles y, por supuesto, las anécdotas más hilarantes de su vida. Entre reflexiones sobre el duelo y la tristeza, también hay espacio para lo mundano, lo absurdo y lo descaradamente divertido, incluyendo temas universales como el sexo, que aparece en el monólogo como un recordatorio de que, en medio del caos mental, la vida sigue latiendo con su inevitable y a veces ridícula intensidad.

La fuerza de “Vale la Pena” reside en su capacidad para tratar temas delicados sin caer en la melancolía constante. Con un ritmo cadencioso y una narrativa que alterna entre lo absurdo y lo conmovedor, el también presentador televisivo descompone la idea de que “estar bien” es sinónimo de no sufrir. En un mundo que a menudo nos empuja a responder con un “bien” automático, el humorista nos reta a abrirnos, a mostrar nuestras cicatrices y, sobre todo, a reírnos de ellas. El diálogo que mantiene con el público es tan íntimo como subversivo: nos recuerda que todos tenemos “trapos sucios” y que es precisamente en esa vulnerabilidad donde radica la verdadera fortaleza.

Uno de los momentos más impactantes es la metáfora del «escape room»: enfrentar un hierro ardiendo para, a la vez, aprender a soltar. Con esta imagen, el actor de la secuela “Ocho apellidos catalanes” (2015) encarna la dualidad inherente al proceso de duelo, en el que aceptar el dolor no significa rendirse, sino encontrar en él la semilla para la transformación personal. Así, el espectáculo se convierte en un viaje a través de las emociones más crudas, donde cada risa se mezcla con una dosis de reflexión que invita a la empatía y al autocuidado. Y como no podía ser de otro modo, Rovira también nos habla de sus perrunos, esos compañeros de vida que han sido testigos y partícipes de sus momentos más felices y duros. Su amor por los animales, lejos de ser un simple detalle anecdótico, se convierte en otra forma de explorar el vínculo entre la compañía y el bienestar. Con ternura y humor, comparte anécdotas que arrancan sonrisas y reflexiones sobre la importancia de cuidar de ellos como ellos nos cuidan a nosotros. Además, aprovecha para dar consejos prácticos sobre la convivencia con nuestros amigos de cuatro patas, recordándonos que su bienestar es inseparable del nuestro.

Lejos de pretender ser el portavoz o abanderado de la salud mental, el actor de películas como “100 metros” (2016), “Superlópez” (2018) o “Taxi a Gibraltar” (2019) se presenta simplemente como un ser humano en su viaje personal. La honestidad con la que aborda temas como el duelo, la pérdida y la aceptación es un alivio para aquellos que han pasado por situaciones similares, recordándonos que en el arte de vivir no existen emociones buenas o malas, sino experiencias que, al final, nos enriquecen. Cada anécdota, reflexión y chiste sirven como puente para conectar con el espectador, haciéndole sentir que, en medio del caos, siempre hay algo por lo que reír y, por ende, seguir adelante.

Pero lo que realmente hace que “Vale la Pena” trascienda es la inmensa generosidad con la que Rovira se abre en canal sobre el escenario. No es un espectáculo de autoayuda, pero créanme que sí ayuda. Hay algo profundamente sanador en ver a alguien compartir sus sombras con la misma naturalidad con la que otros comparten sus logros. No hay impostura ni moraleja forzada, solo un acto de entrega sincero en el que el humorista se permite ser vulnerable para que, en el eco de su relato, cada espectador encuentre algo propio. En ese acto de desnudarse emocionalmente con valentía y sin victimismo, Rovira no solo se reconcilia con sus propias penas, sino que ofrece al público un refugio, un espacio donde la tristeza se normaliza y la risa se convierte en un vehículo de resistencia. Sin buscarlo, sin pretenderlo, su propuesta más personal hasta la fecha se erige como un espectáculo que, además de entretener, acompaña. Y en tiempos donde la prisa y la superficialidad imperan, esa generosidad es, sin duda, un regalo.

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