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Año VIIINúmero 397
25 MARZO 2025

Una semana nada más: Un torbellino cómico sobre el amor, la mentira y la convivencia forzada

Imagen de una escena de la obra
Imagen de una escena de la obra
Una comedia de enredos ágil y vibrante, donde el caos, el ritmo preciso y un elenco en estado de gracia convierten “Una semana nada más” en una apuesta segura para la risa.

Los Teatros Luchana acogen “Una semana nada más”, una comedia de enredos ágil y vibrante que parte de una premisa sencilla pero efectiva: ¿hasta dónde puede llegar alguien para no afrontar una ruptura? Con la dirección de Raquel Pérez y un elenco que domina el tempo cómico, la obra ofrece una experiencia teatral vibrante, donde la risa surge de situaciones cada vez más absurdas.

La historia nos sumerge en la vida de Sofía (Marina San José) y Pablo (Javier Pereira), una pareja que lleva cuatro meses conviviendo, aunque con visiones muy distintas de su relación. Pablo, incapaz de afrontar la ruptura, urde un plan absurdo: invitar a su mejor amigo, Martín (Manu Baqueiro), a vivir con ellos con la esperanza de que la situación se vuelva insostenible y sea Sofía quien tome la decisión de marcharse. Sin embargo, lo que parecía un plan sin fisuras se convierte en un caos absoluto. A lo largo de siete días, las dinámicas entre los tres personajes se retuercen en una espiral de mentiras, estrategias fallidas y giros inesperados que desafían la paciencia y las emociones de todos. En esta convivencia forzada, el amor y el odio se confunden, y lo que parecía una simple artimaña se convierte en un auténtico viaje de autodescubrimiento.

El libreto, escrito por Clément Michel, es un ejemplo preciso de comedia de enredos bien construida. Su estructura sigue un crescendo impecable, donde cada escena añade una capa más de tensión y confusión, logrando que el ritmo no decaiga en ningún momento. El también adaptador y guionista se apoya en diálogos ágiles, réplicas rápidas y una cuidada dosificación de la información para mantener al espectador en vilo. Uno de los mayores aciertos del texto es su capacidad para explotar el absurdo sin perder de vista la lógica interna de la historia. Cada acción genera una reacción en cadena que desemboca en situaciones cada vez más insostenibles, pero nunca gratuitas. Los personajes no solo sirven como vehículos del humor, sino que están bien perfilados: Pablo encarna el egoísmo infantil, Sofía la perseverancia cegadora del enamorado y Martín el eterno amigo atrapado en una situación que nunca quiso. Este equilibrio entre lo hilarante y lo humano permite al espectador involucrarse emocionalmente con la trama, más allá de la simple carcajada.

Otro aspecto destacable del libreto es su juego con la repetición y la escalada de situaciones. Michel introduce pequeños detalles que, en un principio, parecen triviales, pero se convierten en detonantes cómicos con el paso de los minutos. La obra también se permite ciertas pausas estratégicas, pequeños momentos de respiro entre el frenesí, algunos expresados mediante silencios, que permiten reforzar la conexión con los personajes y dar mayor impacto a los momentos de máxima explosión cómica.

La dirección recae en Raquel Pérez quien toma las riendas con un enfoque meticuloso que potencia al máximo el ritmo y la energía del libreto. Su dirección se apoya en una puesta en escena dinámica y un timing milimétrico, elementos fundamentales para que la comedia de enredos funcione sin tropiezos. La clave del éxito de esta versión reside en su capacidad para equilibrar el caos creciente con una estructura clara, evitando que la trama se descontrole o que el humor pierda efectividad. Uno de los mayores logros de Pérez, actriz y formadora con más de una decena de montajes, es su manejo del espacio y la fisicidad de los actores. La convivencia forzada de los tres personajes se traduce en una coreografía constante de movimientos, entradas y salidas que refuerzan el enredo y el choque de personalidades. La dirección exprime al máximo la gestualidad y las interacciones físicas, añadiendo una capa extra de comicidad sin necesidad de recurrir a lo excesivamente grotesco. Otro acierto es la dosificación de la tensión. Pérez entiende que la comedia funciona por contrastes y construye los momentos de mayor explosión humorística tras pequeñas pausas estratégicas, permitiendo al público respirar antes de la siguiente avalancha de situaciones absurdas. Además, intuyo que también hay espacio para la improvisación controlada, dejando jugar a los actores dentro de los márgenes del guion para aportar frescura a cada función.

El éxito de esta comedia depende en gran medida de la química entre sus tres intérpretes, y aquí el elenco responde con una compenetración impecable. El trío protagonista construye personajes llenos de matices dentro de la exageración cómica, logrando un equilibrio perfecto entre la histeria, el desconcierto y la desesperación creciente. Su dominio del tempo cómico, su capacidad para la reacción instantánea y su entrega física hacen que la obra fluya con naturalidad y mantenga al público en un estado constante de expectación y risa.

Marina San José dota a Sofía de una energía arrolladora, encarnando con precisión a esa mujer que, ciega de amor, se resiste a ver la realidad. Su interpretación evita caer en la ingenuidad absoluta y, en cambio, muestra a una Sofía que lucha por lo que cree que es suyo, sin perder su fuerza ni su carácter. La expresividad de esta multipremiada actriz curtida en teatro es clave en los momentos de mayor tensión, y su habilidad para transitar entre el entusiasmo, la confusión y el enfado hacen de su personaje entrañable y cómicamente impredecible. Javier Pereira se luce en el papel de Pablo, un personaje detestable en otras manos, pero que él transforma en un desastre encantador. Su Pablo es un maestro de la evasión, un hombre que se aferra a cualquier excusa para no asumir responsabilidades y este actor –con infinidad de papeles en series televisivas y un Goya al Mejor Actor Relevación– lo interpreta con un carisma que, a pesar de sus artimañas, consigue que el público termine riéndose con él más que juzgándolo. Su ritmo y su timing son impecables, donde cada una de sus ocurrencias dispara nuevas carcajadas.

Por último, Manu Baqueiro interpreta a Martín con una mezcla perfecta de torpeza y nobleza, convirtiéndolo en el yerno perfecto, en el personaje más sufrido pero, a la vez, el más divertido. Su evolución dentro de la obra es clave para el desarrollo del enredo: comienza siendo el amigo leal y bienintencionado y termina atrapado en una maraña de mentiras que él mismo ayuda a alimentar. Este actor de teatro, cine y televisión brilla especialmente en los momentos físicos, donde su gestualidad y su desconcierto son pura dinamita cómica.

La escenografía apuesta por la funcionalidad, recreando un espacio doméstico que evoluciona junto con el enredo. Sin elementos recargados ni artificios innecesarios, el diseño escénico permite que la acción fluya con naturalidad, sirviendo como un tablero de juego donde los personajes se persiguen, se ocultan y colisionan constantemente. La disposición del mobiliario, estratégicamente calculada, refuerza la sensación de agobio y cercanía, esencial para que el espectador sienta la incomodidad creciente de la convivencia forzada. A medida que la situación se descontrola, el escenario se convierte en un reflejo del caos emocional de los protagonistas, logrando que, con pocos elementos, la puesta en escena sea tan efectiva como hilarante.

Autoría: Clément Michel

Dirección: Raquel Pérez

Reparto: Manu Baqueiro, Marina San José y Javier Pereira

Producción: Soñando Producciones

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