¿Te atreverías a explorar el lado más íntimo de tu alma a través de una práctica milenaria? Si alguna vez has sentido curiosidad por el poder transformador del tantra, ahora puedes experimentarlo —al menos desde la butaca— en “Tantra”, la nueva comedia del Teatro Lara. Bajo la dirección de Gabriel Olivares y Ana Graciani, la obra invita al espectador a dejarse llevar por una experiencia teatral distinta, en la que el humor, la espiritualidad y las emociones se dan la mano. Un viaje escénico tan insólito como necesario en estos tiempos de búsqueda interior y nuevas formas de conexión.
En una luminosa sala del barrio madrileño de Carabanchel, tres hombres muy distintos entre sí coinciden en una sesión de tantra que promete reconectar cuerpo, mente y espíritu. Cada uno llega arrastrando su propio equipaje emocional, sus rutinas enquistadas y una idea muy personal —y a menudo equivocada— de lo que significa entregarse a una experiencia espiritual. Lo que en principio parecía una simple dinámica grupal se convierte poco a poco en una experiencia inesperada, incómoda y reveladora, que los empuja a confrontar sus miedos, prejuicios y formas de relacionarse consigo mismo y con los demás.
El libreto, firmado a dos manos por por Ana Graciani y Gabriel Olivares, se apoya en una estructura sencilla pero eficaz: un único espacio, una premisa potente y cuatro personajes bien diferenciados que, atrapados en una situación tan absurda como reveladora, comienzan a desarmar sus certezas. Como nos tienen acostumbrados, la escritura destaca por su agilidad y por un oído especialmente afinado para el lenguaje coloquial: los personajes hablan como hablaríamos tú o yo si nos viéramos expuestos a una práctica desconocida, con una mezcla de cinismo, pudor y vulnerabilidad larvada. Hay un pulso muy contemporáneo en los diálogos, salpicados de referencias culturales, sarcasmo, ironía defensiva y contradicciones emocionales que resultan tan reconocibles como hilarantes.
Graciani y Olivares no caen en la tentación del panfleto. Su libreto no busca ofrecer respuestas, sino abrir grietas. Lo hace desde el humor, a veces blanco, a veces más corrosivo, pero siempre al servicio de una reflexión sobre la vulnerabilidad masculina y las nuevas formas de vincularse. En este sentido, la obra acierta al plantear el encuentro tántrico como un dispositivo escénico que permite hablar de temas profundos sin solemnidad. Ahora bien, aunque la propuesta pisa terrenos sensibles —las inseguridades, los afectos, los roles de género—, se echa en falta una mayor densidad dramática que complemente el despliegue cómico. Quizá el libreto habría ganado con la incorporación de alguna subtrama que aportase contraste o matices, o de silencios más cargados de significado, que permitieran respirar lo que se dice… y lo que no. En algunos tramos, la repetición de ciertos esquemas cómicos o conflictos genera una ligera sensación de bucle, donde los personajes orbitan alrededor de las mismas ideas sin avanzar del todo, lo que puede restar intensidad a su evolución dramática. Aun con estas reservas, “ Tantra” propone una experiencia escénica honesta, actual y necesaria. No pretende revolucionar la dramaturgia, pero sí abrir un espacio de juego donde el humor y la incomodidad se convierten en herramientas para mirar hacia dentro. Y eso, en estos tiempos, no es poco.
La dirección también recae en el mismo binomio y consigue sostener con mano firme el delicado equilibrio entre la comedia ligera y la exploración de temas complejos, conservando la risa sin desactivar el trasfondo reflexivo. Olivares y Graciani optan por un estilo sobrio y contenido, donde el espacio único y sencillo se convierte en un escenario íntimo que favorece la proximidad con los personajes. La puesta en escena es ágil, directa y dinámica, con un ritmo que mantiene al público atento y expectante, muy centrada en la expresividad facial y corporal, en la que se incorporan recursos como la pantomima para subrayar la incomodidad y el desconcierto de los protagonistas. Este lenguaje corporal se convierte en un potente aliado para transmitir lo no dicho, las tensiones subyacentes y las contradicciones internas que el texto sugiere.
El reparto funciona como un engranaje coral perfectamente engrasado, donde cada intérprete encarna con precisión un arquetipo masculino reconocible, dotándolo de una personalidad bien definida y matices propios que enriquecen el conjunto.
Alberto Amarilla encarna al Maestro, guía espiritual de la sesión y convencido defensor de los beneficios del tantra como vía de reconexión. Su personaje se presenta como un ser de luz, capaz de ver más allá, sereno y dispuesto a acompañar el proceso de los demás, aunque no tarda en mostrar las grietas bajo esa superficie equilibrada. La impaciencia y el desconcierto afloran cuando los participantes se resisten a entrar en la dinámica, lo que humaniza al personaje sin restarle credibilidad. Amarilla compone con solvencia un facilitador apasionado, idealista, algo rígido en sus métodos, cuya fe en lo que hace permanece intacta incluso cuando el caos amenaza con tragarse la sesión.
Javi Martín da vida a Julián, el mayor del grupo y el más replegado en sí mismo. Su rechazo al contacto físico y su incomodidad constante apuntan a una inseguridad corporal profunda, más insinuada que dicha, que lo vuelve especialmente vulnerable. Martín acierta al sostener al personaje desde la contención, dejando que la fragilidad se filtre en los silencios y las miradas. Una interpretación discreta pero muy humana, que aporta matices de ternura y verdad al conjunto. Max Marieges se pone en la piel de Leo, el tipo que llega con prejuicios y una fachada de virilidad impostada. Tras esa coraza, oculta barreras personales que dificultan su conexión, aunque la experiencia promete ayudarle a superarlas. Marieges aporta humor y matices que evitan que el personaje caiga en la caricatura.

Por último, Jorge Vidal se convierte en Nico, el más joven del trío, y despliega una actuación llena de energía desbordante y entrega total. Su interpretación vibrante y sincera capta la intensidad y contradicción del personaje, que se lanza sin reservas aunque eso suponga enfrentarse a sí mismo. Vidal consigue que Nico sea un torbellino emocional que no solo impulsa la dinámica del grupo, sino que también despierta en el público un auténtico interés por su historia y evolución. Diego Rioja y Abraham Arenas se reparten en alternancia los papeles de Nico y Leo, y me consta que su trabajo es igual de solvente, aportando matices propios que mantienen la frescura y el dinamismo del montaje.
La escenografía, diseñada por TeatroLAB Madrid, recrea con pocos elementos —cojines y esterillas— una sala de terapias alternativa bien definida, donde la simplicidad del espacio contribuye a centrar la atención en las emociones y dinámicas del grupo. Complementando este minimalismo, el diseño de iluminación de Carlos Alzueta resulta especialmente acertado; los cambios lumínicos marcan con precisión esos momentos en que los personajes parecen asomarse a niveles más profundos de su interior, subrayando la dimensión introspectiva de la experiencia. En resumen, “Tantra” es una comedia dinámica y cercana que consigue hacerte pensar y reír al mismo tiempo, dejándote con ganas de seguir descubriendo qué hay detrás de cada uno de nosotros.
Producción: El Reló Producciones y Teatro Lara
Producción Ejecutiva: Gaspar Soria, Antonio Fuentes y Clara Ortega
Dirección: Gabriel Olivares y Ana Graciani
Dramaturgia: Ana Graciani y Gabriel Olivares
Ayudante de dirección: Jesús Redondo
Reparto: Alberto Amarilla, Max Marieges, Javi Martín y Jorge Vidal. En alternancia: Abraham Arenas y Diego Rioja
Asesoría de Movimiento: Andrés Acevedo
Escenografía: TeatroLAB Madrid
Diseño de Iluminación: Carlos Alzueta
Diseño de sonido: Tuti Fernández
Vestuario: DeGea
Diseño de cartel: María La Cartelera
Diseño gráfico: Sergio Avargues
Vídeo: Daniel Estevan
Prensa y comunicación: Toni Flix y Clara Ortega
Comunicación y marketing: Angy Abalo y Zahira Corral