Esa idea, casi un siglo después, sigue siendo radicalmente actual. Hoy las artes escénicas se enfrentan a otros retos —precariedad, circuitos cerrados, exceso de competitividad, el impacto de lo digital—, pero la pregunta de fondo es la misma: ¿para quién creamos?
El flamenco como teatro del pueblo
Si hay un arte que encarna esa vocación popular es el flamenco. Nació en patios, en tabernas, en plazas. Fue lenguaje de comunidades marginadas, vehículo de dolor y de fiesta, espejo de lo humano en todas sus contradicciones. El flamenco nunca pidió permiso para existir. Surgió de abajo hacia arriba, y por eso se entiende en cualquier lugar del mundo: porque es verdad pura, sin adornos.
Pero el flamenco no es solo un arte del pasado. En el siglo XXI, cuando lo llevamos al escenario teatral, descubrimos que funciona como una dramaturgia completa. Cada gesto, cada silencio, cada zapateado es acción escénica. El cuerpo flamenco narra, construye conflicto, clímax y catarsis con la misma intensidad que cualquier texto dramático.
En mi caso, trabajar desde Canarias me ha permitido mirar el flamenco con esa doble perspectiva: como raíz popular y como lenguaje contemporáneo. Y lo que me interesa es precisamente eso: mantener su poder de arte popular, de arte para el pueblo, sin renunciar a la búsqueda escénica y a la dramaturgia poética.

Lorca como inspiración
Lorca hablaba del teatro como un “barómetro de la vida pública”. Para él, el teatro debía ser popular en el mejor sentido de la palabra: cercano, comprensible, emocionante, necesario. No como entretenimiento superficial, sino como espacio de encuentro, de reconocimiento y de transformación.
Ese pensamiento me acompaña cada vez que pienso en un espectáculo. Cuando montamos piezas como Luna o Candela, lo hacemos con la convicción de que no basta con ofrecer una sucesión de números flamencos: necesitamos contar algo que llegue al espectador común, no solo al especialista.
Llevar el arte al pueblo hoy significa crear obras que dialoguen con la realidad, que no hablen solo a los convencidos, que no se encierren en un lenguaje hermético. Significa mantener el pulso de la emoción por encima de la etiqueta estética.

El reto del presente: abrir caminos sin quejas
Claro que hay dificultades: levantar una compañía independiente, en una isla y con recursos limitados, no es tarea fácil. Pero la queja inmoviliza, y el arte no puede permitírselo.
Prefiero hablar desde la convicción de que somos buenos, trabajamos con rigor y luchamos para mostrarlo. Esa es la herencia más profunda de Lorca: creer en el valor de lo que hacemos, aunque los contextos sean adversos.
Hoy, como entonces, la clave está en abrir caminos: llevar el flamenco escénico a teatros grandes y pequeños, a escenarios locales e internacionales, a públicos diversos. Demostrar con hechos que el flamenco, desde Canarias, puede emocionar igual en Telde, en Vigo o en Honduras.

Estrategias para un arte vivo
Desde una compañía pequeña, las estrategias no son teóricas, son prácticas:
- Construir comunidad: la escuela, los talleres, los públicos cercanos son la base de todo. Ahí está la primera misión pedagógica.
- Internacionalizar: salir fuera no como fuga, sino como confirmación de que lo que hacemos aquí tiene eco en el mundo.
- Arriesgar en lo artístico: mantener la raíz flamenca, pero abrirla a dramaturgias contemporáneas, a la poesía, a lo simbólico.
- Creer en la constancia: más que esperar milagros, se trata de insistir, de seguir creando y presentando.
Estas estrategias son la forma actual de “llevar el arte al pueblo”: sostener proyectos reales, que no se doblegan ni se acomodan, y que siguen buscando al espectador como cómplice.

El flamenco, patrimonio universal
Que la UNESCO reconociera al flamenco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad fue importante, pero no basta con celebrar el título. El patrimonio se protege viviéndolo, transformándolo, arriesgando con él en escena.
El flamenco es, al mismo tiempo, raíz y vanguardia. Puede emocionar a un espectador que nunca lo ha visto y puede sorprender a un público experto que lo conoce desde la infancia. Esa es su fuerza: es popular y universal a la vez.
Cuando lo ponemos en escena como dramaturgia del cuerpo, como teatro del pueblo, estamos continuando el sueño lorquiano. Estamos diciendo: este arte no es solo para unos pocos, no es postal turística ni cliché, es un lenguaje vivo que nos pertenece a todos.
Cierre: creer y seguir
Lorca quería un teatro que llegara al pueblo. Nosotros, en el siglo XXI, seguimos persiguiendo esa misma idea con el flamenco como herramienta.
No desde la queja, sino desde la certeza de que lo que hacemos importa. No desde la nostalgia, sino desde la convicción de que el flamenco sigue siendo un arte vivo, capaz de hablar al presente con fuerza.
Nuestra tarea es sencilla y compleja a la vez: seguir creyendo, seguir creando, seguir llevando el arte al pueblo. Porque ese fue el sueño lorquiano, y porque sigue siendo la mejor brújula para quienes trabajamos en la escena hoy.




