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Año IXNúmero 433
07 DICIEMBRE 2025

Esta semana el Corral de Alcalá de Henares celebra a la mujer

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Cantando a las Poetas del 27

Motivada y completa rendida ante las mujeres enmarcadas en la Generación del 27 que descubrí por casualidad, he decidido embarcarme en este proyecto de investigación, poesía, composición musical y divulgación para homenajear y  visibilizar a las poetas de esta generación literaria.

Siempre me gustó leer y adoraba las clases de literatura. Recuerdo que cuando tenía 14 años y estudié por primera vez la Generación del 27 en la secundaria pasó totalmente inadvertido para mí el hecho de que no hubiese ninguna mujer destacable; la lista se limitaba a los nombres que todos conocemos y que hoy siguen apareciendo en los libros de texto sin presencia femenina: Federico García Lorca, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti,  Manuel Altolaguirre, Dámaso Alonso, Jorge Guillén, Gerardo Diego y Emilio Prados.

«Para una artista, su obra es su arma más poderosa, su instrumento, su voz, su herramienta de cambio, su manera de comunicarse con personas que sienten parecido pero que quizá nunca lleguen a conocer». Tània Balló en su libro Las Sinsombrero.

Y eso es exactamente lo que me ha ido sucediendo a mí conforme descubría y leía la obra de estas mujeres poetas que compartieron realidad social, imprentas, influencias, risas y sueños con los conocidos nombres de su Generación. 

 Una vez decidida a hacer algo por mí misma, a ser parte activa en esta reivindicación, en esta reclamación de los derechos de estas mujeres del 27 con su consiguiente reconocimiento, llegué a la conclusión de que lo mejor que sabía y podía hacer era cantarlas, componer una música para sus versos tras leerlas con los cinco sentidos y enamorarme de sus palabras; así he acatado la responsabilidad de alzar aún más sus palabras a través de la música.  Las poetas a cuyos versos doy voz y música son Josefina Romo Arregui, Concha Méndez, Elisabeth Mulder, Margarita Ferreras, Dolores Catarineu, Cristina de Arteaga, Pilar de Valderrama, Carmen Conde y Ernestina de Champourcín.

En este recital concierto doy unas pinceladas sobre la vida de cada poeta y contextualizo su poema elegido antes de cantarlo acompañada del piano; esta es mi manera de aportar mi granito de arena en esta cuestión histórica, poética, musical y feminista. 

Sheila Blanco

  

 

 

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Los cuerpos perdidos

Para algunas mujeres Ciudad Juárez llegó a convertirse en uno de los lugares más peligrosos del mundo en la década de los noventa. Una urbe en la que había libertad para violar, torturar y matar. Una urbe en la que los policías encubrían a los asesinos y maquinaban falsos culpables mientras el Gobierno parecía cerrar los ojos. Según Amnistía Internacional, Ciudad Juárez poseía una de las tasas de impunidad más elevadas del planeta con respecto al asesinato de mujeres. Esta impunidad era especialmente obscena para aquellos que flirteaban con las altas esferas del poder o poseían un nivel adquisitivo que les permitía comprar cualquier tipo de experiencia de cariz sexual. Un buen amigo mexicano me decía que en su país podías hacer lo que realmente quisieras siempre y cuando dispusieras del dinero suficiente. Nunca pude dejar de pensar que, de alguna manera, las trescientas muertas de Juárez eran el resultado de esa libertad absoluta comprada a golpe de talón. 

En cuanto comencé a husmear en el asunto comprendí que, más allá del complejo análisis de los parámetros sociales, económicos e históricos que determinaban las causas de tales brutalidades, Ciudad Juárez se abría a mis ojos como una auténtica dimensión desconocida que me permitía como dramaturgo conjeturar sobre la relación del ser humano con el mal supremo, con todo lo que no se deja entrever desde la razón. Una vez decidí escribir sobre el asunto no pude pasar por alto la siguiente cuestión: ¿hasta qué punto era legítimo usar -y, por tanto, manipular- la barbarie y el dolor ajeno como material de creación? Al mismo tiempo, me resistía a hacer una obra documental al respecto: ante la elocuencia del horror que desprendían los informes de Amnistía Internacional y la lúcida crónica de Sergio González Rodríguez en su libro Huesos en el desierto, poco tenía que ofrecer mi escritura. 

Una vez en México, encontré dos palabras claves a la hora de enfrentarme a la escritura: dolor y memoria. El dolor siempre me había parecido una experiencia íntima e intransferible. En cambio, a través de la memoria y la escritura, en México se me reveló como experiencia transferible y colectiva. De ahí que me propusiera -asumiendo el riesgo y lo pretencioso de la tarea- recoger el dolor (que es natural y siempre vence) de los acontecimientos; y transformarlo en escritura teatral (que es artificial y casi siempre parece estar a punto de desvanecerse) para levantar una ficción sobre el mal y la locura.  

José Manuel Mora

 

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