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Año VIIINúmero 380
02 DICIEMBRE 2024

Un imaginativo Tirant triunfa en el Aurea de Almagro

Gigantes, pócimas, encantamientos, amores imposibles y hazañas fabulosas y crueles poblaban las mentes de los hombres del XV gracias a los libros de caballerías. Entre todos ellos, en la opulenta Valencia, un tipo que convirtió su vida en una novela de caballerías, el desafortunado Joanot Martorell, imaginó a Tirant, un caballero bastante más humano que los Lanzarotes y Arturos bretones o británicos. Eva Zapico se echó sobre los hombros la improbable tarea de traernos a Tirant en menos de dos horas. El resultado lo juzgó el público en el Aurea: aplausos de verdad, no de los de compromiso, puesto en pie casi todo el mundo en reconocimiento a la labor llevada a cabo por un elenco polivalente conducido con astucia y profesionalidad.

La imaginación es el pilar que mantiene en pie esta propuesta que ha presentado en Almagro el Institut Valenciá de Cultura. El Tirant lo Blanc es un tocho de cuidado, un tocho que leído con los ojos de nuestro tiempo se nos antoja repetitivo, algo ingenuo, previsible en sus desafortunados amores y sus triunfos guerreros. Zapico tenía que actualizar y recortar, casi de manera obligatoria. Y para ello ha recurrido a la imaginación y a una habilidad que queda sencilla y fluida en el escenario, pero que debe de llevar horas y horas de trabajo y reflexión.

 
Zapico actualiza la obra dándole el protagonismo a la mirada femenina. Esa mirada está en el Tirant, así que no es impostada como en otras ocasiones, ni metida con calzador, como últimamente vemos a menudo. El dolor es femenino en valenciano. Y lo es en la valiente propuesta de Zapico. Pero quizá lo más interesante de la lectura de Zapico es su capacidad para resolver los escollos que va planteando la narración. Lo hace con estilo, con su propio estilo, con una voz reconocible. Eso es lo que marca En realidad la calidad artística. Hay un aire de cómic en la obra, que viene tal vez de las fabulosas ilustraciones que realizó Manuel Boix para la edición del libro allá por los ochenta y que han acompañado en su viaje al Campo de Calatrava al caballero valenciano. La música y la danza nos hacen mirar a los personajes del Tirant como a través de un kinetoscopio, como si el movimiento fuera sincopado, como si viéramos ilustración tras ilustración. Kike Gasu hace de MC en directo y va ganando protagonismo según avanza la obra. En realidad, esta va de menos a más, porque al principio choca la estética de bailarinas de caja de música, vestuario de difícil definición, plásticos y espejos de discoteca ochentera. Zapico recrea un mundo ya perdido, es decir, lo vuelve a crear, y el espectador necesita unos momentos para acostumbrarse a él. Cuando lo hace, está ya perdido, ganado para la causa de Tirant. O más bien de Carmesina. Nada más empezar, Zapico nos guiña el ojo y nos dice que ella es el verdadero Tirant. O que los dos lo son. En realidad a nosotros nos da lo mismo quién sea. Lo que nos importa es qué es: el honor, un paraguas en el que se refugian el amor y el valor guerrero, hecho de lo que se hace y de lo que los demás dicen de lo que se hace.
La nómina de soluciones escénicas acertadas es larga. Citemos, por ejemplo, las batallas contra los turcos, la arácnida Viuda Reposada, malvada con sus motivos, la celebración rusa o cosaca del retorno del triunfante Tirant, sin cuatro muelas, eso sí, el intercambio simultáneo de cartas…
No hemos hablado todavía del erotismo de este Tirant, pero tenemos que hacerlo. Zapico saca el subrayador amarillo para que no se nos pase que los personajes se mueven, en gran medida, por las pulsiones de la entrepierna, del «lugar prohibido». A veces es elegante, a veces no tanto. 
Hemos dicho que Zapico estaba obligada a actualizar y recortar. Lo primero era más complicado y la directora sale con bien; lo segundo era mucho más sencillo. No cuantitativamente, pero sí cualitativamente. Asistimos, básicamente, a las aventuras en Constantinopla de Tirant. El resto del libro, que es mucho, no lo vemos, pero da un poco igual. Al menos para el espectador medio, por lo repetitivo y no quiero serlo yo también. A los puristas de la literatura renacentista lo mismo les parece una herejía. Allá ellos.
Al final, se nos muere Tirant, nada heroicamente, que le duele el costado, y Carmesina se viste su armadura. Aquí sí hay algo que discutir, porque Martorell nos dice que ella se muere también. Más bien decide morirse. Hay bastante ironía en el final martorelliano que no encontramos en el zapiciense, algo solemne.
Maribel Bayona, Kike Gasu, Mar Mandli, Sergio Ibáñez, Raquel Piera, Antonio Lafuente, Lucía Poveda y Ramón Rodenas son los encargados de revivir el Tirant.
Fin de la crítica. Sin citar la opinión del cura cervantino ni que la obra está dicha en valenciano y el público dejó de mirar los sobretítulos porque no hacía falta. Uy.
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