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Año VIIINúmero 397
25 MARZO 2025

#YoSostenido: La sonata de un juguete roto que aprendió a sostenerse

Imagen de una escena de la obra
Imagen de una escena de la obra
"#YoSostenido" es un monólogo tragicómico honesto y vibrante, donde Víctor Elías se desnuda emocionalmente con humor, música y una dirección precisa, convirtiendo su propia historia en un testimonio de resiliencia y reinvención.

Desde el primer acorde que emana del piano de Víctor Elías, #YoSostenido se presenta en Teatros Luchana como un ejercicio teatral de desnudez emocional y destreza interpretativa. En clave de tragicomedia, este monólogo –basado en su libro homónimo– dirigido por Fran Perea y escrito por Pablo Díaz, va más allá de narrar la vida del actor, trasciende de lo biográfico para ofrecer una reflexión sobre los prejuicios, el miedo y la necesidad de sostenerse en los momentos de mayor fragilidad.

Antes de entrar a valorar la representación, merece la pena elogiar la generosidad de Elías para abrirse en canal y contarnos su historia sin edulcorantes ni artificios. No es fácil subirse a un escenario y exponer con tanta franqueza las heridas del pasado, las inseguridades y los miedos que han acompañado su trayectoria, pero él lo hace con una valentía admirable. Como destaca Pablo Díaz: «Víctor Elías no es un gran héroe de película americana… Ni falta que le hace», porque su vida ya contiene todos los elementos de un drama con tintes de comedia: el ascenso vertiginoso a la fama, la presión de la industria y, sobre todo, la lucha por reinventarse. Más allá del personaje que el público recuerda de “Los Serrano”, el también director musical nos descubre en escena a la persona real, con sus luces y sombras, sus contradicciones y su peculiar manera de sostenerse ante los golpes de la vida.

Reconozco que me costó entrar en la historia. El inicio escalonado, con su estructura fragmentada y un ritmo que tarda en asentarse, me descolocó en los primeros minutos. Sin embargo, una vez dentro, el libreto de Pablo Díaz Morilla demuestra su inteligencia narrativa, tejiendo con habilidad las distintas facetas del protagonista sin caer en la linealidad ni en la autocompasión. El acierto del texto reside en su tono tragicómico, que evita el victimismo y convierte el relato en un viaje vibrante y lleno de matices. La carga cómica es, sin duda, un gran acierto, pues permite que el monólogo respire y no se estanque en la melancolía. No obstante, en ciertos momentos, la comicidad parece algo forzada, como si se subrayara en exceso un humor que ya emerge de manera natural en la propia narración. Aun así, el equilibrio general entre drama y comedia es eficaz, logrando que el público transite sin fricción entre la risa y la emoción.

La dirección de Fran Perea, a quien pudimos ver entre el público, es directa y dinámica, sin intermediarios ni artificios innecesarios. Opta por una puesta en escena sencilla y un lenguaje cercano, casi coloquial, que refuerza la conexión entre el actor y el respetable. Su enfoque permite que la narración fluya con naturalidad, sin distracciones visuales que desvíen la atención del verdadero motor de la obra: la historia y su protagonista. El también cantante y empresario malagueño construye un ritmo ágil, evitando pausas que puedan diluir la intensidad emocional, pero dejando espacio para que cada momento respire. Su dirección es resolutiva porque no impone, sino que potencia, permitiendo que el relato cobre vida de manera orgánica y atrapando al público en un viaje que oscila entre la melancolía y la carcajada con una precisión bien medida. A su vez, sabe dosificar los momentos de intimidad con aquellos de mayor extraversión, logrando que el espectáculo mantenga un ritmo sostenido (y nunca mejor dicho) sin caer en la reiteración.

El hijo de la pareja de artistas Amelia Álvarez del Valle y Liberto Villagrasa Muñoz no se limita a un simple anecdotario de su carrera, construye un relato cargado de tensión dramática, humor ácido y ternura. Nos habla de su infancia precoz en los focos, de la etiqueta de «juguete roto» que la sociedad impone con una facilidad escalofriante, y de cómo la música se convirtió en su tabla de salvación. La estructura en cinco actos permite que el espectador transite entre distintas facetas de su vida, desde el niño prodigio hasta el adulto que pelea por sostenerse con dignidad en un mundo que tiende a devorar a los suyos.

Uno de los episodios más intensos del monólogo es, sin duda, el de su adicción a sustancias, motivada por una necesidad casi obsesiva de agradar y evitar el rechazo. Con una franqueza desarmante, reflexiona sobre su vida, preguntándose si ha vivido demasiado o simplemente de manera desordenada. Lejos de un dramatismo gratuito en su relato, hay una honestidad que golpea y conmueve. Su conclusión es clara y luminosa: enfrentarse a uno mismo, buscar ayuda y construir una familia son caminos que, pese a las caídas, siempre merecen la pena. Por otra parte, la inclusión de Javier Márquez como alter ego es un acierto dramatúrgico, al evitar que la historia caiga en la autocomplacencia y el solipsismo. Este actor funge como un espejo deformado de Vitor Elías, un recurso que acrecienta la teatralidad y enriquece el discurso con ironía y contradicción.

La música, elemento central en la vida del actor y músico (como se esfuerza en señalar), se convierte aquí en un personaje más, acompañando el relato con una carga emocional que trasciende las palabras. No es un mero recurso decorativo ni una pausa entre anécdotas, sino una extensión del alma del protagonista, un lenguaje propio que refuerza el contenido narrado. Cada pieza interpretada en vivo subraya los estados anímicos de la obra sin caer en lo accesorio, funcionando como un eco de sus alegrías, sus miedos y sus momentos de mayor vulnerabilidad. El público además de escuchar una historia, la siente en cada nota, en cada melodía que nace del piano y se funde con las palabras de Elías. Incluso se convierte en parte activa de la función, cantando en directo y estableciendo una conexión que rompe la cuarta pared, haciendo de esta propuesta una experiencia tan íntima como inmersiva.

#YoSostenido es una obra que, sin pretensiones de grandilocuencia, consigue calar hondo. No se trata solo de la historia de Víctor Elías, sino de la de muchos niños prodigio que fueron moldeados por una industria voraz y que, al crecer, tuvieron que reinventarse. Pero, sobre todo, es un recordatorio de que todos, en algún momento, necesitamos ser sostenidos. Y pocas veces el teatro nos lo ha contado con tanta autenticidad y belleza.

Dirección: Fran Perea

Libreto: Pablo Díaz Morilla

Escenografía y vestuario: Lua Quiroga Paúl

Iluminación: Michael Collis

Regidor con frases: Javier Márquez

Ayudante de dirección: Luz Valdenebro

Prensa: MareaGlobal

Fotos y cartel: Somnes Creative

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