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Año IXNúmero 412
09 JULIO 2025

¿Qué hacemos con Bea?: la ética en juego. Un laboratorio teatral de axiología y emociones

Un instante de la representación
Un instante de la representación
Una comedia inteligente y provocadora que, a través de un encuentro íntimo entre amigos, explora con agudeza los dilemas éticos y las contradicciones que surgen cuando los sueños artísticos chocan con la realidad y la lealtad personal.

En la Sala Lola Membrives del Teatro Lara puede verse esta propuesta escénica que invita al espectador a reflexionar sobre los dilemas que enfrentamos en lo más profundo de nuestra conciencia. Si desean descubrir una historia que pone a prueba los límites de la moral y la condición humana, pueden acercarse a esta sugerente producción que no dejará indiferente.

La acción nos presenta a cinco jóvenes reunidos para tomar una decisión difícil: aceptar una tentadora oferta que implica expulsar a una amiga de la compañía de teatro que fundaron juntos. Lo que comienza como una deliberación aparentemente sencilla pronto se transforma en un explosivo enfrentamiento de opiniones, traiciones y sueños frustrados. En un ambiente cargado de ironía y verdad, esta comedia ágil y punzante plantea preguntas incómodas sobre la ética, la lealtad y el precio del éxito en una sociedad líquida donde todo —incluso los principios— parece negociable. ¿Existe una solución justa cuando cada elección implica una renuncia?

Con idea original y dramaturgia firmada a dos manos por Eider Uribe y Manuel Gareno, “¿Qué hacemos con Bea?” presenta un libreto que, bajo la apariencia de una comedia ligera entre amigos, despliega un agudo ejercicio de filosofía dramatizada. El texto se estructura en torno a una disyuntiva moral, pero el verdadero dilema que se escenifica no es contractual, sino ontológico: ¿quiénes somos cuando decidimos? ¿Qué queda de nuestra ética cuando la vida real exige elecciones con consecuencias? ¿Es lícito justificar una decisión ética con una ganancia estética, o económica? En estos interrogantes reside la densidad filosófica, que no impone respuestas, sino que exige al espectador una toma de postura activa. No hay juez ni resolución: sólo el eco incómodo de una pregunta que rebota en los muros del salón… y del teatro.

Ambientada en el interior de una casa—único espacio de acción—, la obra se desarrolla en una unidad de tiempo casi clásica que acentúa la sensación de encierro. Los cinco personajes no pueden escapar del salón, salvo algún momento de fuga, pero sobre todo no pueden escapar de sí mismos. En esta atmósfera casi claustrofóbica, la comedia de situación va revelando su verdadera naturaleza: un laboratorio ético donde la axiología —la reflexión sobre los valores y su jerarquía— se convierte en dramaturgia. El libreto de Uribe y Gareno, construido con un pulso ágil y naturalista, se apoya en diálogos que alternan el sarcasmo con la confesión íntima. Las palabras vuelan como proyectiles, pero no siempre dan en el blanco. A medida que avanza la discusión, el foco se desplaza del problema externo (Bea) a las tensiones internas de cada personaje, revelando sus grietas, ambiciones y frustraciones. Este recurso —similar al de personajes como Godot en ciertos montajes— permite que el personaje se construya a partir del relato de los demás, como una figura multifacética que nunca se define del todo. Su ausencia física potencia su peso simbólico y se convierte en un “personaje espejo” que refleja las contradicciones morales de quienes hablan sobre ella.

También cabe destacar el uso del humor como mecanismo de defensa. La risa brota no solo de los malentendidos o del ridículo, también del absurdo moral de ciertas posturas. La obra, en su esencia, es una oda al teatro y a su extraordinaria capacidad para generar y potenciar emociones profundas. El teatro dentro del teatro —la compañía que han fundado— funciona como metáfora metateatral de un proyecto colectivo que se tambalea ante la posibilidad de brillar individualmente. El dilema de echar a Bea es también el dilema de traicionarse o reinventarse.

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Un instante de la representación

La dirección de Daniel Coronado articula con precisión el dispositivo dramatúrgico planteado por Eider Uribe y Manuel Gareno y lo traduce escénicamente con una sobriedad inteligente. El director no impone una capa de estilo que opaque el conflicto, sino que se convierte en un afinado mediador entre texto e intérpretes, entre concepto y emoción. En este sentido, su trabajo sobre el ritmo —contenido pero sostenido— resulta fundamental. El tempo de las intervenciones va más allá del gag y se apoya en la tensión interna del discurso, favoreciendo la progresiva acumulación de contradicciones morales. Se interrumpen, se pisan, se contradicen, en un ritmo sincopado que reproduce con fidelidad las dinámicas afectivas de un grupo de amigos que se quiere, pero también se hiere. Coronado no teme detener la acción para dejar espacio al pensamiento, al silencio, a la incomodidad. Así, la comedia, lejos de diluir el conflicto, lo agudiza, lo vuelve más reconocible y humano.

Especialmente destacable es su manejo del espacio escénico. A pesar de tratarse de un espacio reducido, la dirección sabe exprimir cada rincón de la escena, desplegando una puesta en escena dinámica y funcional. Se recurre con acierto al proscenio, llevando la acción hasta el borde mismo del escenario para reforzar la sensación de cercanía emocional y física con el público. Este deja de ser un observador pasivo para convertirse, casi, en un testigo directo del conflicto. La escenografía, lejos de ser un mero fondo, se convierte en un mapa simbólico de la situación, al igual que la composición musical de Txabier Martínez. Detalles como una guitarra con las cuerdas rotas, el café soluble o una nevera cubierta de fotografías funcionan como metáforas invisibles de lo que está por estallar: la pérdida de armonía, los vínculos congelados o la memoria compartida al borde de la ruptura.

El reparto es, sin duda, uno de los grandes aciertos del montaje. Se trata de un elenco joven, pero con una madurez escénica sorprendente, capaz de sostener el ritmo del texto, transitar con naturalidad entre el humor y el conflicto y dotar de verdad cada una de las aristas de sus personajes. Eider Uribe, se desdobla de su faceta de dramaturga, y da vida a Elena, el personaje vertebral del conflicto, con una naturalidad que equilibra firmeza, vulnerabilidad y pragmatismo. Su trabajo sostiene el núcleo emocional del grupo y marca el ritmo desde una primera escena de fuerte carga simbólica. Manuel Gareno encarna a Mario, el personaje quizá más desgarrado internamente, atrapado entre un elevado sentido ético y una forma de actuar que a menudo lo contradice. Gareno construye este dilema con una contención inteligente, dotando al personaje de una honestidad áspera que despierta simpatía y recelo por partes iguales.

Maggie García, como Lola, representa la ternura y la empatía dentro del grupo, imprimiendo calidez incluso en los momentos más incómodos del debate moral. Es la amiga que siempre está ahí, una figura casi mística, serena y reconfortante, que encarna lo espiritual frente al pragmatismo de los demás. Felipe Lorenzo, por su parte, brilla con luz propia en el papel de Ferran, aportando un toque de humor chispeante que nunca resulta superficial y que en el tramo final revela sorprendentes matices dramáticos. Helios Martos interpreta a Diego, probablemente el personaje más complejo de la obra: el niño que siempre lo tuvo todo, el pragmático materialista, aparentemente frío, pero con heridas mal cicatrizadas. Martos sostiene con sobriedad y profundidad este papel que requiere moverse con precisión entre la coraza y la fragilidad emocional, dejando entrever que su dureza es, en realidad, una forma de defensa. Cierra el elenco Iker Urgoiti como Víctor, el hermano de Elena, que desde fuera del grupo teatral aporta una mirada terrenal y sensata, funcionando como un contrapunto lúcido al laberinto emocional del resto.

En definitiva, “¿Qué hacemos con Bea?” es una mirada aguda y sincera sobre las contradicciones humanas, un espejo donde nos enfrentamos a la tensión entre el ser y el deber ser, invitándonos a reflexionar sobre los valores que realmente guían nuestras decisiones.

Producción: Eider Uribe

Dirección: Daniel Coronado

Idea original: Eider Uribe y Manuel Gareno

Dramaturgia: Eider Uribe y Manuel Gareno

Composición Musical: Txabier Martínez

Reparto: Maggie Garcia ,Manuel Gareno,  Eider Uribe, Felipe Lorenzo, Iker Urgoiti y Helios Martos

Iluminación: Yolanda Berasategui

Diseño de sonido: Txabier Martínez

Gerencia y regiduría: Daniel Coronado

Técnico de iluminación y sonido: Yolanda Berasategui

Fotografía: Max Ardoy Stewart y Cristian Lopez Moreno

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