Y con la interpretación de Marcial Álvarez y Cristina Charro
«Contigo hasta el infierno», Sandra le dice a Luis mientras brindan felices en el piso donde iniciarán una vida juntos. La adicción al alcohol comienza a dominar sus vidas y el camino parece oscurecerse. Afrontarlo es la única escapatoria.
Un hombre y una mujer se encuentran en el no lugar, un aeropuerto. Puede ser un cruce y también puede ser un encuentro. Elegimos que sea un encuentro, un inicio.
Todas las posibilidades quedan abiertas, todas confluyen en el terreno del amor. Hasta aquí podría ser una bonita historia y lo es, pero a las historias de amor también llegamos con equipajes extraños, a veces autodestructivos.
Sandra y Luis nos resultan casi familiares porque nos recuerdan nuestras ilusiones y nuestras flaquezas, esas adicciones que nos engañan y nos hacen decir: «Yo no estoy enganchado, mira, llevo ya tres meses sin tocarlo».
¿Qué hace que nos enganchemos a algo, bebida, tabaco, drogas, amor, dolor…? ¿Y en qué momento algo que un día nos resultó placentero se convierte en nuestro enemigo y nos posee hasta destruirnos?
Días de vino y rosas nos cuenta una historia de amor, Luis y Sandra se encontrarán en un aeropuerto español camino de Nueva York, cada uno con su ilusión, su prometedor futuro.
Intentarán formar una familia, intentar sobrevivir en medio de la lucha diaria y se buscarán ayudas porque no se sienten capaces de hacerlo por sí solos.
«Puedo dejarlo cuando quiera». ¿Les suena?
Notas del director. José Luis Sáiz