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Año VIINúmero 352
17 MAYO 2024

Una terapia integral: amasando el pan nuestro de cada día

La era de los talent-show culinarios donde, “cocinar te cambia la vida” coincide con la de los coach emocionales donde, oh casualidad, también prometen transformar tu existencia. Ambas hipótesis son ambivalentes, pues dependiendo del significado que cada uno les dé, el resultado puede ser uno u otro. Esto en teoría política se asocia con el concepto de significante vacío y flotante, que no es más que una explicación del populismo. Una tendencia extrapolable incluso a la cocina. Si desean saber más pueden asistir al exclusivo curso celebrado en el Teatro Fígaro.

El libreto escrito a dos manos por Cristina Clemente y Marc Angelet nos invita a asistir al prestigioso curso de Toni Roca (Antonio Molero) para aprender a hacer pan. Su premisa es que, para lograrlo, “no hace falta la mejor harina o la levadura más fresca, para hacer un buen pan solo es necesario estar bien con uno mismo”. En esta aparente sencillez, los alumnos no solo profundizan en las técnicas panaderas, sino que también se sumergen en un proceso de introspección y expresión emocional. Con su enfoque heterodoxo, espera que sus tres alumnos (Nieves, Esther Ortega, Laura, Marta Poveda y Bruno, César Camino) se adentren en este proceso terapéutico donde las técnicas de elaboración sirvan paralelamente para mejorar sus vidas.

Los asiduos al teatro quizás asocien el nombre de ambos dramaturgos con su anterior y exitosa obra, Laponia, donde la existencia o no de seres navideños sirve como radiografía de una sociedad. En esta ocasión, somos testigos de cómo el acto aparentemente simple de hacer pan se convierte en una terapia integral, una oportunidad para confrontar y resolver los problemas personales que afectan a cada personaje. A través del pan como metáfora, Cristina Clemente y Marc Angelet crean un libreto profundo, compacto e inteligente, con cambios en la trama, que nos llevan a examinar nuestras propias vidas y a cuestionar la necesidad humana de creer en algo, incluso cuando lo que encontramos puede parecer inaudito o irracional. Es en este diálogo sutil entre la comedia y la reflexión donde radica una de las virtudes del texto.

Además de la necesidad de creer y encontrar sentido, Una terapia integral lanza una crítica ingeniosa a los gurús y expertos que pontifican sobre la vida de los demás con frases facilonas y cortoplacistas. A través del personaje de Toni Roca, vemos cómo estos supuestos maestros de la vida intentan imponer sus ideas y soluciones universales a los problemas individuales de los alumnos. La obra cuestiona con ironía la validez de estas afirmaciones simplistas y nos invita a reflexionar sobre la importancia de encontrar nuestro propio camino y definir nuestras propias verdades, en lugar de seguir ciegamente las palabras vacías de aquellos que pretenden tener todas las respuestas.

En lo relativo a la gramática textual, el libreto se mueve entre el plano de lo abstracto donde encontramos la reflexión con frases cargadas de ironía, humor fino, juegos de palabras y dobles sentidos, y el plano de lo tangible, donde el humor se convierte en corrosivo e impacta por su brusquedad con dardos envenenados. La buena conjunción de ambos crea un marco propicio para el análisis, la risa, alguna carcajada y disfrutar sin presiones de esta sensacional comedia. Esta filosofía continúa en la batuta de Marc Angelet y Cristina Clemente, quienes se desligan de su faceta de dramaturgos para terminar de cerrar el círculo. Su dirección es exquisita y logran proyectar en el escenario toda la carga temática y literaria mencionada anteriormente. Los tempos de la representación son esenciales y sus cambios recuerdan a las marchas de un vehículo automático; por un lado, dada las derivadas de la trama y la necesidad de introducirnos en la historia, la acción requiere de rapidez, agilidad y eficiencia y, a su vez, de instantes de sosiego y reflexión. Si se dan cuenta, van en la línea de los pasos para elaborar pan. Rapidez en mezclar los ingredientes, pausa en amasar y paciencia en el horneado. A ver si es que el pan, vamos a ser nosotros…

Los encargados de pasar de la teoría a la práctica son dos actores y dos actrices cuyo trabajo es fabuloso. Por fácil u obvio que parezca, quedan imbuidos por la personalidad de a quienes representan. La química en el escenario es palpable y su entrega en cada momento, ya sea cómico o dramático, elogiable. Además, sus roles e idiosincrasia se ven potenciadas por la diferencia y oposición de cada uno de ellos. Por otra parte, el reparto del foco de la acción es equilibrado lo que permite conocerlos y entender su forma de ser y comportarse, acierto también atribuible a la construcción de la personalidad por parte de los dramaturgos.

El maestro panadero Toni Roca es representado por Antonio Molero. Este actor de reconocido prestigio en teatro, cine y series televisivas borda el papel de gurú del pan y de la terapia. Había visto otros papeles anteriores donde su protagonismo era compartido y me ha sorprendido gratamente cómo, cual ilusionista, es capaz de guiarnos a donde quiere su personaje. Molero muestra cercanía y empatía con el público, al mismo tiempo que mantiene esa aura de inaccesibilidad y misterio propios de las celebridades que todavía se puede explotar más. En definitiva, su carisma y carácter excéntrico le otorgan un encanto magnético que cautiva al espectador. Continuando con el reparto masculino, César Camino es Bruno, un hombre sin rumbo que busca en las terapias aquello que no encuentra en su día a día. Como nos tiene acostumbrados, Camino revoluciona la acción con una actuación hilarante y desatada acompañada de gestualidad facial y corporal desbordantes, que forman parte de su seña de identidad. Los momentos de mayor comicidad coinciden con sus frases que transforman las risas latentes en carcajadas profundas.

El personaje aparentemente más cabal, Nieves, es sostenido por Esther Ortega, quien da vida a una cardióloga decidida y de fuertes convicciones. Su decisión ayuda a calmar la acción y poner orden entre tanto quilombo. Sin embargo, debajo de la dureza y consistencia de la corteza se encuentra la blandura y delicadeza de la miga; también interpretado con convicción, seguridad y realismo. El proceso inverso es llevado a cabo por Marta Poveda en el papel de Laura. Se presenta como una mujer frágil, temerosa y huidiza, que nos hace reír por sus inseguridades y transmite vulnerabilidad de una manera auténtica y conmovedora gracias a su magnífica actuación, aunque quizá sea la que tenga las ideas más claras. Y hasta aquí puedo leer.

La construcción escenográfica propuesta por José Novoa es funcional, realista y sensacional. Aporta solidez, coherencia al conjunto, añade valor a la puesta en escena y nos mete de lleno en el interior del obrador. Algo similar ocurre con el diseño sonoro, por Ángel Puertas y la iluminación de Sylvia Kuchinow, con cambios de tonalidad en función del instante de cada acción. En definitiva, una comedia deliciosa con mucha miga para mojar pan.

 

Dramaturgos: Cristina Clemente y Marc Angelet

Dirección: Marc Angelet y Cristina Clemente

Reparto: Antonio Molero, Marta Poveda, Esther Ortega y César Camino Con la colaboración de Juli Fàbregas

Ayudante de Dirección: Beatriz Bonet

Diseño escenografía y vestuario: Jose Novoa

Diseño iluminación: Sylvia Kuchinow

Diseño sonido: Ángel Puertas

Producción: Carlos Larrañaga

Ayudante de Producción: Beatriz Díaz

Ayudante de Producción: Sabela Alvarado

Ayudante de Producción: Ángel Plana Larrañaga

Dirección técnica: David González

Construcción escenografía: Jorba-Miró

Prensa: Ángel Galán Comunicación

Diseño gráfico: Hawork Studio – Alberto Valle y Raquel Lobo

Fotografía: David Ruano

Fotografía de escena y vídeo: Nacho Peña

Gerencia y regiduría: Alfonso Montón

 

 

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