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Año VIIINúmero 409
23 JUNIO 2025

Última planta: la comedia celestial que abraza lo imperfecto

Una imagen de la representación
Una imagen de la representación
Una comedia luminosa y entrañable que, a través de personajes diversos y auténticos, combina humor y reflexión para recordarnos que el cielo se construye con aceptación, humanidad y un buen puñado de risas.

¿Qué hay después de la vida? La humanidad lleva siglos intentando responder a esta pregunta con religión, filosofía o ficción. Algunos imaginan un juicio, otros un paraíso y no faltan quienes creen que no hay nada más allá. Pero el teatro, siempre tan libre como lúcido, prefiere imaginar con humor. Y eso es precisamente lo que hace “Última planta”, escrita y dirigida por Jose Warletta, que abre sus puertas —o más bien, su ascensor— en la Sala Lola Membrives del Teatro Lara, para llevarnos a una antesala celestial tan luminosa como excéntrica.

La obra nos sitúa en la antesala del cielo, un lugar deslumbrantemente blanco donde se encuentran cuatro almas recién llegadas que, a primera vista, no podrían ser más distintas: una monja devota, una travesti luchadora, una flamenca desorientada y un joven de barrio que ni siquiera ha recuperado la sobriedad tras su muerte. Acompañados por un ángel torpe pero entrañable, los personajes deberán enfrentarse a sus prejuicios, deseos y cuentas pendientes antes de poder acceder a su propio paraíso personal.

Jose Warletta (“Santas y perversas”, “Mi turno”, “Los tacones de papá”) demuestra con este texto un notable dominio de la mecánica cómica, pero también una sensibilidad especial para equilibrar lo celestial y lo terrenal sin caer en el ridículo ni en la moralina. El punto de partida —la llegada al más allá de cuatro personajes antagónicos— podría haber dado pie a una farsa superficial o a un sketch alargado. Sin embargo, Warletta sortea ese peligro con astucia, construyendo un libreto donde la comedia de situación convive con la sátira social y una cierta ternura melancólica.

Una de las principales dificultades que asume el libreto —y también uno de sus mayores logros— reside en que el motor del conflicto no se basa tanto en el avance de la acción como en la evolución de los personajes. Es decir, no estamos ante una trama que se precipita hacia un clímax narrativo externo, sino ante un dispositivo escénico donde lo importante es el cruce, el roce y la transformación mutua entre almas radicalmente distintas. Este planteamiento, que podría volverse repetitivo o estancarse en manos menos hábiles, es resuelto con acierto gracias a la riqueza y variedad de perfiles dibujados con pericia. Este abanico de personajes, marca de la casa del dramaturgo, funciona como un cóctel perfectamente equilibrado: cada uno aporta una temperatura emocional, una cadencia verbal y una perspectiva ética que enriquece el conjunto.

La escritura destaca por su oído para el ritmo y por una comicidad que no depende del chiste fácil, sino del extrañamiento y del absurdo inherente a cualquier especulación sobre lo que hay más allá. Las réplicas fluyen con agilidad, los silencios tienen sentido y el humor nace de la humanidad imperfecta de quienes habitan esta antesala del cielo. Si algo se le puede reprochar, quizá, es un desenlace algo previsible y una resolución más emocional que dramáticamente compleja. Pero incluso eso parece una elección deliberada, acorde con el tono conciliador y esperanzador que recorre la obra. “Última planta” no busca epatar ni dar lecciones; quiere, simplemente, dejar una sonrisa en el espectador y una reflexión duradera sobre lo que somos… incluso después de la vida.

Jose Warletta firma también la dirección, que actúa como una prolongación natural del libreto: ágil, dinámica y muy divertida. Lejos de buscar alardes escénicos, apuesta por una sobriedad efectiva —un espacio blanco, abstracto, simbólico— que se convierte en lienzo para que brillen las situaciones y, sobre todo, los personajes. La puesta en escena está marcada por un sentido del ritmo preciso, que permite que los gags fluyan con naturalidad y que el humor nunca decaiga. El también Licenciado en Bellas Artes demuestra una notable habilidad para trabajar la comedia desde lo actoral, aprovechando el talento y la fisicidad de cada intérprete para construir una partitura coral en constante movimiento. Hay escenas construidas casi como cápsulas autónomas de comicidad —y a veces de ternura— que se sostienen en la fuerza del elenco y en el timing medido del director.

Aunque en algunos pasajes la estructura puede resultar algo repetitiva, especialmente al mantener un esquema de entrada y presentación de personajes, la dirección suple con acierto esa falta de avance narrativo gracias a la acción constante, al ritmo elevado y a un juego escénico que se nutre del contraste entre perfiles. Warletta saca partido al carácter fragmentario de la obra y refuerza su teatralidad, convirtiendo esa aparente debilidad estructural en una virtud. Un acierto que reafirma el sello del director y dramaturgo.

Última plantaA
Una imagen de la representación

“Última planta” no se entendería sin su reparto. La comedia, por muy bien escrita o dirigida que esté, necesita actores que comprendan el ritmo, la musicalidad del texto y el tono justo entre lo absurdo y lo humano. Aquí, Warletta ha reunido a cinco intérpretes que , además de entender la propuesta, la enriquecen con matices, frescura y un compromiso escénico ejemplar.

Eva Rodríguez, como Herminia, compone una monja tan devota como desconcertada ante la disonancia celestial en la que se encuentra. Su registro mezcla con gran habilidad la represión emocional con estallidos de comicidad involuntaria, lo que da lugar a un personaje lleno de contrastes. Rodríguez juega con la contención y la inocencia sin caer nunca en la caricatura, logrando que cada gesto, mirada ruborizada o indignada, funcione como detonante cómico. Fernando Bodega es el alma de la fiesta como Margot. Su personaje, una travesti con historia, agallas y sentido del humor, podría haber caído en el estereotipo, pero este actor lo eleva con una interpretación tan elegante como desbordante. La forma de habitar el escenario, la naturalidad para el desparpajo y la capacidad para humanizar desde la risa convierten a Margot en un personaje inolvidable. Tiene el tipo de presencia que llena el espacio escénico incluso en el silencio. Dolores Cardona, en el papel de la flamenca Mamen, aporta frescura y desparpajo. Su personaje, que parece vivir en un limbo entre la feria y la eternidad, encuentra en Cardona una intérprete con oído, capaz de convertir lo anecdótico en cómico, y lo absurdo en entrañable. La actriz entiende el juego desde lo físico, con una gestualidad muy expresiva, y saca partido a cada réplica con espontaneidad medida.

Por su parte, David Ortega en sustitución de Joseba Priego, como Paquito, encarna a un joven colocado incluso en el más allá. Su interpretación se mueve entre lo bufonesco y lo patético con una energía contagiosa. Ortega aporta una frescura muy particular a su personaje, al que reviste de una mezcla de ingenuidad y pragmatismo que deja entrever, con ternura, una evidente falta de cariño. Miguel de Miguel cierra el reparto como Gabriel, el ángel encargado de gestionar el acceso al paraíso. Su creación está marcada por la torpeza dulce, la contención gestual y una voz que juega con la solemnidad y el absurdo. Es un personaje al borde del colapso emocional, y De Miguel lo habita con una mezcla de comicidad elegante y candidez celestial. Además, brilla especialmente, como ya pudimos ver en “Mi turno”, en los momentos musicales, donde revela una faceta inesperada, sin romper el tono del personaje.

La construcción escenográfica, firmada por Manu Ruiz y el propio Jose Warletta, apuesta por la simplicidad funcional. Un espacio diáfano, limpio y luminoso, de blanco deslumbrante, que se convierte en la antesala celestial donde se desarrolla toda la acción. Esta austeridad en la ambientación favorece que el foco recaiga sobre los personajes y sus interacciones, sin distracciones superfluas y permite que la imaginación del espectador complete el resto. La iluminación, diseñada por Dolores Cardona y Miguel de Miguel, juega un papel fundamental para modular el ritmo y la atmósfera. Con cambios sutiles en la intensidad y temperatura lumínica, logran definir un espacio etéreo pero cercano, que refuerza la sensación de estar en un espacio entre lo terrenal y lo divino. En definitiva, “Última planta” nos recuerda que, más allá de juicios y etiquetas, todos estamos llamados a cruzar esa puerta celestial con nuestras imperfecciones, esperanzas y la voluntad de hacer el bien, porque el verdadero paraíso es aceptar la diversidad humana con humor y ternura.

Producción Ejecutiva: Warletta Creaciones

Dirección: Jose Warletta

Idea original: Jose Warletta

Dramaturgia: Jose Warletta

Reparto: Miguel de Miguel, Eva Rodríguez, Dolores Cardona, Joseba Priego/David Ortega y Fernando Bodega.

Ayudante de dirección: Miguel de Miguel

Composición Musical:

Escenografía: Jose Warletta y Manuel Ruiz

Iluminación: Miguel de Miguel y dolores Cardona

Vestuario: Jose Warletta

Técnico de iluminación y sonido: Jesus Lavi

Fotografía: Daniel Rote

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