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Año IXNúmero 412
09 JULIO 2025

Se ha escrito un crimen: Siete sospechosos en un thriller musical con un público que dicta sentencia

Imagen promocional de la obra
Imagen promocional de la obra
Una comedia musical con alma de thriller y vocación de juego que ofrece una experiencia fresca, interactiva y divertida, donde el crimen y la carcajada comparten escenario.

Algo huele a crimen en los Teatros Luchana. Las luces se atenúan, las cortinas se abren y el escenario se convierte en un tablero donde cada pista puede ser una trampa y cada gesto, una mentira. “Se ha escrito un crimen” irrumpe como una propuesta escénica en clave musical que invita al espectador a afinar el instinto, cuestionar las apariencias y jugar a ser detective por una noche. Humor, suspense y complicidad se entrelazan en esta singular experiencia teatral donde nadie está a salvo… ni del asesinato, ni de la carcajada.

Un excéntrico anfitrión convoca a siete desconocidos en una isla remota, dentro de una mansión que oculta más de lo que muestra. Entre los invitados: una influencer de verbo fácil y neurona lenta, un exdetective pasado de vueltas, una escritora de novelas negras que parece saber demasiado, un mayordomo tan elegante como inquietante, una abogada paranoica con alma de conspiranoica, un científico emocionalmente inestable y un enigmático hombre con nombre de red social. Todos tienen secretos. Todos tienen motivos. Y pronto, todos tendrán algo que ocultar. Cuando el cadáver aparece, comienza el verdadero juego: sospechas cruzadas, alianzas improbables y una pregunta que sobrevuela cada escena… ¿quién ha sido esta vez?

El libreto firmado por Naim Thomas —quien aquí se pluriemplea como autor, letrista, compositor y director, y al que solo le falta subirse al escenario—juega con inteligencia a dos niveles: por un lado, articula una trama que homenajea —y parodia— los códigos del “whodunit” clásico, con ecos evidentes a Cluedo, Diez negritos o incluso a las adaptaciones cinematográficas más recientes del género (“Puñales por la espalda”, “Asesinato en el Orient Express”); por otro, introduce una capa contemporánea de sátira social que apunta directamente a la obsesión por la imagen, el poder, las redes y la verdad maleable. Los diálogos son ágiles, con un ritmo marcado por la réplica veloz y el contraste de perfiles extremos, que construyen un fresco coral de lo ridículo humano llevado al límite, pero sin perder la lógica interna del juego detectivesco.

Uno de los mayores aciertos del libreto reside en su naturaleza interactiva: es el espectador quien decide, en cada función, quién es el asesino. Esta mecánica convierte cada representación en una experiencia única, abierta a la repetición, ya que el desarrollo argumental se adapta al veredicto del público. Aunque no es un recurso inédito en la escena contemporánea, su uso sigue siendo poco habitual y, en este caso, se incorpora con naturalidad y sentido lúdico, sin romper la convención teatral ni forzar el artificio. El también actor va construyendo las tramas a fuego lento, sembrando pistas, dobles sentidos y relaciones envenenadas que evolucionan a lo largo del espectáculo. No obstante, aún se perciben ciertas costuras sin pulir: algunas transiciones entre escenas y tonos podrían afinarse para dotar de mayor fluidez al conjunto. El desenlace, por su parte, si bien resuelve con eficacia el juego propuesto, peca de cierta precipitación, como si el clímax necesitara un último giro o una resolución más elaborada para redondear el viaje narrativo.

Las letras de las canciones, también a cargo de Naim Thomas junto a la música original de Pedro Chalkho, funcionan como cápsulas narrativas que permiten el desarrollo de los personajes sin perder el tono humorístico. En ellas se aprecia una cuidada intención de pastiche: cada número parece responder al universo particular del personaje que lo interpreta, con letras que mezclan ironía, exceso y referencias pop, a veces en forma de monólogo interior cantado, otras como dúos de confrontación o ensemble en clave de delirio coral. Las canciones se caracterizan por un ritmo muy marcado que ayuda a mantener la energía escénica y en varios números se emplea un leitmotiv reconocible, especialmente en el tema que abre y cierra la representación, aportando cohesión musical al conjunto. Sin alcanzar una gran complejidad poética o lírica, estas cumplen con eficacia su función dramatúrgica: avanzar en la trama, definir personalidades y descomprimir la tensión narrativa con estallidos de comicidad musical. Sin embargo, en ocasiones, el protagonismo tan marcado de algunos números para determinados personajes descompensa el ritmo general y ralentiza la progresión dramática, afectando ligeramente la cohesión global del espectáculo.

La dirección también recae en el propio Thomas y se manifiesta como uno de los motores fundamentales del espectáculo, evidenciando una visión clara y una mano firme para orquestar los diversos elementos que componen esta propuesta híbrida de comedia, misterio y musical. El cantante barcelonés curtido en musicales consigue mantener un equilibrio delicado entre el tono irónico y la tensión propia del thriller, evitando que el humor desborde la intriga o que la complejidad del enigma se pierda en la comicidad. Su puesta en escena se caracteriza por un ritmo ágil y dinámico, apoyado en coreografías, simples pero efectivas, de Ivanna Gómez, que subrayan la energía y el desenfado. El trabajo con el elenco es notable, extrayendo matices diferenciados para cada uno de los personajes y fomentando una complicidad palpable con el público mediante una constante y eficaz ruptura de la cuarta pared, pieza clave para el componente interactivo de la función.

Sergio Peiró como Rodolfo Schnitzel, el enigmático mayordomo de apellido engolado, despliega una elegancia contenida que aporta ese aura de misterio imprescindible para su personaje. Su gesto contenido y su voz pausada contrastan eficazmente con los momentos de mayor tensión, convirtiéndolo en un eje silencioso pero crucial del entramado. Juan Carlos Martín, como el exdetective moralmente dudoso, se mueve con soltura entre la ironía y la amenaza velada, construyendo un perfil ambivalente que mantiene al público en constante duda. Su interpretación combina recursos expresivos clásicos del género de novela negra con toques modernos, camisa incluida, que actualizan el cliché sin perder autenticidad. Patricia Arizmendi da vida a Evelyn Calderón, la abogada conspiranoica, con una energía frenética que contagia el desasosiego propio de su personaje. Su entrega física y verbal dota a Evelyn de una intensidad casi paranoica que contribuye a elevar el nivel de caos en la trama.

Por su parte, Anabel Fernández, en el papel de Dakota Sinclair, la influencer millennial, aporta frescura y desenfado a un personaje que se presenta con una construcción sencilla y poco procesada. Mantiene con soltura los registros cómicos y el lenguaje corporal hiperexpresivo que caracteriza a Dakota, ofreciendo una presencia dinámica y a menudo excéntrica que funciona como contrapunto ligero para equilibrar las tensiones del montaje. Samantha Sánchez, como Cassandra Noir, encarna con aplomo a la escritora de thrillers que sabe demasiado. Perspicaz y directa, su personaje entra con facilidad en las dinámicas de manipulación y sospecha y la actriz sabe explotar esa inteligencia escénica con gracia y ritmo. Sánchez protagoniza algunos de los momentos más inspirados del montaje, equilibrando sarcasmo y tensión con una naturalidad que capta de inmediato la atención del público. Miguel Ángel Jiménez interpreta al Dr. Bellerose, un científico con personalidades múltiples que maneja con habilidad, transitando entre lo cómico y lo tierno. Su actuación aporta matices variados y un contrapunto emocional que enriquece el mosaico de personajes disfuncionales del espectáculo. Por último, Héctor Wolf, en el rol del anfitrión Leopold DeWitt, se erige como pieza central en la trama. Además, se desdobla en la figura de “X”, un enigmático integrante del grupo cuya identidad añade una capa extra de misterio. Wolf sostiene con solidez esta dualidad, dotando al personaje de una ambigüedad calculada que alimenta las sospechas y mantiene al espectador en vilo.

El diseño de escenografía y luces, firmado por Naim Thomas y David León, apuesta por la sencillez funcional frente al artificio. Aunque un decorado más elaborado podría haber reforzado la inmersión en la atmósfera de la mansión, la videoescena del salón cumple con eficacia su papel como soporte visual, pese a que en algunos momentos queda deslucida por la incidencia directa de la luz. Los cambios de iluminación están cuidadosamente calibrados y acompañan con acierto tanto la evolución dramática como los estados anímicos de los personajes, ayudando a sostener el tono híbrido entre el suspense y la parodia que define el espectáculo. En definitiva, un cluedo escénico en clave musical donde la fama, la mentira y el algoritmo son móviles suficientes.

Dirección: Naim Thomas

Autor del guion y letras: Naim Thomas

Música original: Pedro Chalkho / Naim Thomas

Reparto: Sergio Peiró, Juan Carlos Martín, Patricia Arizmendi, Samantha Sánchez, Lucía Madrigal, Anabel Fernández, Miguel Ángel Jiménez y Héctor Wolf.

Coreografía: Ivanna Gómez

David León

Producción: In the Soul

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