Los que nos dedicamos a informar sobre artes escénicas es normal que nos encontremos en el correo electrónico las valoraciones de la semana de la cartelera madrileña, con apartados como Los más vendidos o Los más valorados. Pues bien, durante semanas no aparecía la obra que nos ocupa en ninguno de los dos apartados, o si bien aparecía lo hacía desde un tímido puesto en el listado.
Algo no coincidía con la realidad. Y les cuento porqué. Hace un mes aproximadamente decidí volver a disfrutar de la obra y de la gran Lola Herrera desde un punto de vista de espectador. Hice un ejercicio previo para no acudir al teatro contaminado por nada. Sólo quería disfrutar de ella y del texto de Delibes. No es fácil. Pero con su ayuda lo conseguí de pleno. Con ochenta años, una plenitud artística, con un dominio absoluto de la escena, con una gran naturalidad… Grandes privilegiados fuimos los que nos encontrábamos en la sala ese día para disfrutar de ella y con ella. No estaba colgado el cartel de localidades agotadas, pero sólo estaban libres un par de butacas en el patio, y otras tres o cuatro en el anfiteatro. Eso para mí, y en los tiempos que corren, ya es un lleno absoluto. Pero Cinco horas con Mario seguía sin salir en esos malditos rankings.
En cuanto a la valoración, el público no pudo estar más entregado. Lo pasó en grande. Rio con Carmen Sotillo, por el contrario encogió el corazón en algunas ocasiones, pero nada más caer el telón el púbico estaba puesto en pie de forma unánime como si en la butaca se incorporara un muelle para todos los asistentes. Todos rendidos a esa gran Lola Herrera que saludó de forma tímida, sin grandes alharacas y purpurinas, consciente de haber hecho un trabajo que roza la perfección. Pero Cinco horas con Mario seguía sin salir en esos malditos rankings como obra más valorada.
Para remate, una de mis mejores amigas, también quiso volver a disfrutar de Carmen Sotillo y Lola Herrera. Ella, no acostumbrada a manejar las nuevas tecnologías me pidió el favor de poder conseguir las entradas a través de la venta online. Gran trabajo el de poder conseguir unas entradas, con butacas correlativas, y en la fecha deseada. Al final, la fecha se convirtió en lo de menos. Mejor entre semana, habrá menos gente, me decía a mí mismo. Da igual. El patio de butacas y el anfiteatro está completamente lleno. Sólo quedan cuatro o cinco butacas desperdigadas por el teatro, esas que, imagino, impiden a diario colgar el cartel de localidades agotadas.
Cinco horas con Mario, y Lola Herrera, se han convertido en un fenómeno sin precedentes. Y Lola Herrera, como dice nuestro titular, es, sin lugar a dudas, una estrella sin purpurina. No la necesita. Sabe muy bien el nivel artístico en el que se encuentra, y con eso, es más que suficiente.