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Año VIINúmero 352
19 MAYO 2024

La Celestina: Reflejos de pasión y tragedia de un clásico atemporal

Imagen de una escena de la producción
En una amalgama de pasión y tragedia, la adaptación, dirección y reparto de La Celestina se entrelazan magistralmente, transportando al espectador a un universo de amor y desdicha donde cada detalle resplandece con intensidad dramática y emocional.

En esta temporada, los amantes de la literatura española, y del teatro en general, están de enhorabuena, gracias a una nueva versión de uno de nuestros clásicos. Si desean sumergirse en un mundo de pasiones desenfrenadas, traiciones mortales y acompañar a la astuta y enigmática Celestina en su intrigante travesía a través de los vericuetos del amor y la ambición pueden visitar el Teatro Reina Victoria.

Podrán pasar los siglos de esta obra atribuida a Fernando de Rojas y titulada Comedia de Calisto y Melibea, en su primera versión, y Tragicomedia de Calisto y Melibea, en su segunda, y seguiremos recordando la historia de amor y tragedia entre estos dos amantes. Calisto (Víctor Sainz), un joven noble, se enamora perdidamente de Melibea (Claudia Taboada) después de verla desde la calle y se obsesiona con ganar su amor. Para lograr sus deseos, recurre a Celestina (Anabel Alonso), una astuta alcahueta. La historia se desarrolla a través de una serie de encuentros y desencuentros entre personajes principales y secundarios, los cuales están motivados por sus propios deseos y ambiciones. Sempronio (José Saiz) y Pármeno (David Huertas), criados de Calisto, están involucrados en los planes de Celestina, mientras que Elicia (Beatriz Grimaldos) y Areusa, meretrices de Celestina, también participan en sus intrigas. A medida que avanza la trama, se revelan las verdaderas intenciones de cada uno y las consecuencias de sus acciones se vuelven cada vez más graves. La historia culmina en un trágico desenlace y la devastación de los amantes protagonistas.

En esta última incursión, la producción de Secuencia 3 ofrece un enfoque fresco y provocativo de este clásico del teatro español. Su adaptador, Eduardo Galán, nos presenta una reinterpretación personal de la historia, explorando nuevas dimensiones y matices que desafían las expectativas del público. A diferencia de la versión realizada hace trece años dirigida por Mariano de Paco Serrano y protagonizada por Gemma Cuervo, una de las decisiones más destacadas es el enfoque en la humanización de la Celestina. El prestigioso director y dramaturgo nos sumerge en un mundo donde la sagaz alcahueta, ya fallecida, narra sus maquinaciones y motivaciones desde la otra vida. Esta audaz licencia añade una capa de complejidad y profundidad a la trama, permitiendo ver más allá de la fachada de la astucia de Celestina y explorar las motivaciones más profundas de su alma. Sin embargo, esta incursión en la psique del papel principal no siempre alcanza las alturas emocionales esperadas. A pesar de los esfuerzos por explorar nuevas dimensiones, algunas áreas de la adaptación se sienten descompensadas y echo de menos más enjundia dramática. No obstante, hay que poner en valor el arduo trabajo de condensar las casi doscientas cincuenta páginas de la obra en poco menos de dos horas sin sacrificar su contenido ni hacerla pesada para el espectador.

Al frente de otras adaptaciones como Un marido ideal, El zoo de cristal, Tristana o Alejandro Magno, Galán revela un profundo compromiso con la exploración de las temáticas subyacentes que hacen que esta obra siga siendo relevante hasta el día de hoy. A lo largo de la representación, teje hábilmente los hilos de conceptos universales como el amor y la pasión desenfrenada, la ambición desmedida, la manipulación y la traición. A través de los diálogos ricos en matices, los precisos apartes y las acciones de los protagonistas, se pone de manifiesto la complejidad de las relaciones humanas y se plantean preguntas sobre la naturaleza misma del amor y la moralidad.

La batuta de dirección recae en Antonio C. Guijosa, quien logra guiar al elenco a través de los matices emocionales de sus personajes, proporcionando una dirección precisa y sólida que enmarca cada escena con claridad y coherencia. Una de las mayores fortalezas es su capacidad para mantener el ritmo y la fluidez de la narrativa, a pesar de la complejidad de la trama y la estructura narrativa basada en analepsis. Cada transición entre escenas se maneja con maestría, manteniendo al público comprometido y cautivado en todo momento. Cabe destacar, la ingeniosa introducción de escenas superpuestas en diferentes líneas del escenario. Este recurso visual y narrativo ofrece una nueva dimensión a la representación, permitiendo que múltiples hilos de la historia se desarrollen simultáneamente ante los ojos del público. Por otra parte, Guijosa –uno de los directores más emergentes, con más de una veintena de funciones–demuestra un profundo entendimiento de los temas y motivaciones ya mencionados, lo que se refleja en la elección de la puesta en escena sobria y funcional y en la dirección de los actores.

La adaptación cuenta con un elenco solvente y entregado a la causa escénica. Desde el primer acto, se percibe un in crescendo dramático en sus interpretaciones, que van modelando en intensidad y profundidad a medida que avanza la obra. Es precisamente en el punto álgido, coincidente con las escenas finales, donde se siente el poder colectivo del reparto, cuando alcanzan su máximo potencial y la tensión en el escenario es casi palpable.

Todos los ojos se posan en Anabel Alonso, como Celestina. Reconozco que no sería el primer nombre que me vendría a la cabeza en este papel, pero una vez vista su actuación es digna de elogio. Desde sus tácticas manipuladoras hasta sus momentos de vulnerabilidad, esta archiconocida actriz televisiva, quien vuelve a los escenarios cuatro años después de El enfermo imaginario, ofrece una representación multifacética de este personaje legendario mostrando sus diversas motivaciones de manera auténtica y convincente. Como reconocida monologuista, observo cierto acercamiento a lo cómico, aunque a mi juicio no incomoda ni perturba la acción. Su presencia magnética en el escenario y su habilidad para comandar la atención del público hacen que sea el motor de la acción y el sostén de la representación.

En su interpretación de Calisto, Víctor Sáinz muestra una profunda exploración emocional, desde la euforia del enamoramiento hasta la angustia de enfrentarse a las consecuencias de su amor prohibido. Con una expresividad ascendente, este joven actor de dilatada formación y más de una quincena de papeles teatrales transmite la intensidad de Calisto, permitiendo al público empatizar con su dilema moral y sus sufrimientos. Su complemento lo encontramos en Melibea, a quien da vida una convincente Claudia Taboada. Esta polifacética actriz curtida en teatro clásico ofrece una interpretación conmovedora y llena de sensibilidad. Con su habilidad para transmitir la complejidad emocional y la vulnerabilidad del personaje, Taboada cautiva al público con su actuación. Su dominio del lenguaje y la expresión verbal añaden una capa adicional de belleza a su interpretación. Aunque nos cueste darnos cuenta, también da vida a Areúsa con una energía diferente y pícara.

La función de los criados es clave para entender y sostener la acción. En ese cometido trabajan José Sáinz, quien personifica magistralmente a Sempronio, a quien se ha desvanecido cualquier vestigio de lealtad hacia sus amos, siendo reemplazado por un egoísmo y codicia despiadados. A su vez, interpreta a Pleberio, donde se revela la desgarradora tragedia de un padre que se enfrenta a la pérdida de todo lo que ama, añadiendo una dimensión de dolor y conmoción al desenlace de la obra. David Huertas es Pármeno, un personaje cuya inocencia se ve gradualmente corrompida por las influencias malignas que lo rodean. Desde su intento inicial de advertir a su señor hasta su caída en la codicia y la manipulación, Huertas captura la trágica transformación de forma vívida. Por último, Beatriz Grimaldos nos regala una actuación muy completa en dos roles totalmente diferentes. Como Elicia muestra despreocupación y hedonismo, dando vida a una joven dinámica y envolvente en el escenario en búsqueda desenfrenada del placer y la gratificación instantánea. Como Lucrecia, transmite una actitud silente con una complicidad oculta, quien, a través de gestos sutiles y miradas significativas, revela su papel en los acontecimientos trágicos de la obra.

El diseño de escenografía de Mónica Teijeiro es funcional, efectivo y destaca por su simplicidad y versatilidad. El uso de elementos móviles permite una fácil adaptación y movilidad del reparto en el escenario, facilitando así la fluidez de las escenas y la transición entre diferentes ambientes y situaciones. También se encarga del diseño de vestuario, otro de los aciertos de esta producción. A través del uso de telas, colores, cortes y accesorios específicos logra que los actores se metamorfoseen en cada uno de sus papeles y que nos cueste distinguir quien se esconde tras ellos. Con su maestría en el uso de luces y sombras, José Manuel Guerra logra resaltar los momentos clave de la trama, enfatizar las emociones y guiar la atención del público a través del escenario. Su diseño aporta profundidad y textura a cada escena, donde los destinos de los personajes se entretejen en un tejido de pasión y desesperación.

Autor: Fernando De Rojas

Adaptador: Eduardo Galán

Dirección: Antonio C. Guijosa

Reparto: Anabel Alonso, José Saiz, Víctor Sainz, Claudia Taboada, Beatriz Grimaldos, David Huertas.

Diseño de escenografía: Mónica Teijeiro

Diseño de iluminación: José Manuel Guerra

Diseño de vestuario: Mónica Teijeiro

Música original y espacio sonoro: Manuel Solís

Producción ejecutiva: Secuencia 3

Dirección de producción: Luis Galán

Coordinación técnica: Luis García Sánchez

Coordinación de construcción: Luis Bariego

Comunicación y producción: Beatriz Tovar

Ayudante de producción y comunicación: Borja Galán

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