Hay textos que resuenan como un eco persistente, capaces de atravesar siglos, geografías y convenciones sociales sin perder su filo. “Casa de muñecas”, el célebre drama de Henrik Ibsen, es uno de ellos. El Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa acoge ahora una versión renovada —y necesaria— de este clásico universal, con adaptación de Eduardo Galán y dirección de Lautaro Perotti, que traslada la historia de Nora Helmer a un presente reconocible, incluso incómodo, en el que las jaulas ya no son de hierro, pero siguen siendo jaulas. En la Sala Guirau, este montaje actualizado nos interpela no desde la nostalgia, sino desde la urgencia. ¿Qué nos dice hoy ese portazo que cerró una casa y abrió una conciencia? La respuesta, una vez más, está en escena.
Ambientada en un Oslo actual, esta “Casa de muñecas” nos presenta a Nora Helmer (María León), una mujer atrapada en una existencia que aparenta felicidad doméstica, pero que esconde una red de silencios, sacrificios y mentiras. Casada con Osvaldo (Santi Marín), un profesional en ascenso, y madre de dos hijos, Nora se enfrenta al regreso inesperado de una vieja amiga y a la amenaza de que su mayor secreto —un delito cometido por amor— salga a la luz. A partir de ahí, el equilibrio aparente de su vida conyugal comienza a resquebrajarse. En un entorno donde la presión social, la desigualdad de género y la búsqueda de una identidad propia laten bajo cada diálogo, la protagonista se verá empujada a tomar una decisión radical que, siglo y medio después de escrita, sigue provocando vértigo: abandonar su casa para poder encontrarse a sí misma.
Revisitar “Casa de muñecas” hoy no es solo un gesto de homenaje al canon: es un acto de riesgo. Porque enfrentarse a Ibsen implica medir las palabras del dramaturgo noruego y, sobre todo, entender su respiración, su arquitectura y su sentido del conflicto humano. Eduardo Galán —uno de los adaptadores más solventes y rigurosos de nuestro país— asume ese reto con inteligencia, respeto y, sobre todo, con la audacia necesaria para trasladar el corazón de la obra a un presente inmediato y reconocible. La ambientación en un Oslo de 2025, con teléfonos móviles, redes sociales, contratos digitales y un nuevo marco legal, va más allá de simple recurso de actualización: es una herramienta dramatúrgica que permite que el drama de Nora se vuelva aún más incómodo y cercano. Aquí, la opresión no se viste de corsé, sino de condescendencia posmoderna, dependencia emocional, sobrecarga mental y falsas libertades. Uno de los mayores aciertos del director de Secuencia 3, productora de la obra, reside en su capacidad para comprimir la acción sin traicionar la densidad emocional de la obra. Lejos de aligerar por comodidad, los recortes afinan el discurso, eliminan redundancias y actualizan el lenguaje, logrando que el espectador entre de lleno en los dilemas de Nora con una inmediatez limpia y punzante.
La versión de Galán mantiene los grandes pilares del original —el autoengaño conyugal, la anulación femenina, el conflicto entre moral pública y necesidad privada—, pero los sitúa frente a los retos contemporáneos: la conciliación imposible, el peso invisible de los cuidados, la independencia truncada, la fragilidad de las relaciones en un mundo hiperconectado pero emocionalmente precario. El resultado es una obra actual, accesible y profundamente interpeladora, que conecta con un público que ya no necesita ver faldas largas para reconocerse en las cárceles de siempre. Ibsen, sin ser su propósito original, escribió hace siglo y medio una obra feminista; Galán, sin traicionarlo, nos recuerda que ese portazo sigue teniendo eco, porque las puertas que hay que cerrar no han cambiado tanto. Nora ya no necesita aprender a pensar, como sugería Torvald; ahora necesita, simplemente, que la dejen vivir sin pedir perdón por ello.
La dirección de Lautaro Perotti se erige como un pilar fundamental en esta versión. Con un pulso firme y sensible, el también actor y docente logra desprender el polvo escénico de 1879 para situar la historia en un presente inmediato y reconocible, alineándose con la propuesta de Galán. Su trabajo dota a la función de una sensación de verdad en escena que resulta contundente y cercana, casi como si el público asistiera a una confidencia privada y urgente entre los personajes. Perotti maneja con precisión el ritmo dramático, evitando la solemnidad excesiva que a menudo pesa en los clásicos y favoreciendo una narración ágil que mantiene la tensión emocional viva. La integración natural de elementos tecnológicos funciona como un recurso dramático efectivo, reforzando la sensación de vigilancia y presión constante que vive Nora, sin convertirse en una distracción, más bien como un reflejo realista de las complejidades del mundo actual. En definitiva, Perotti ofrece un enfoque contemporáneo que respeta la esencia del texto original, logrando un equilibrio delicado entre lo íntimo y lo social y haciendo de esta historia un espejo imprescindible para nuestro tiempo.

El reparto se presenta como un conjunto entregado y cohesionado, capaz de transmitir con una naturalidad y complicidad poco comunes la complejidad emocional de los personajes. Cada intérprete aporta una verdad escénica que invita a la empatía y construye un entramado de relaciones creíbles y tensas, que logran mantener la atención del espectador desde el primer momento hasta el contundente final.
María León es, sin duda, una de las sorpresas más gratas de esta adaptación. No porque se dude de su valía interpretativa —ampliamente demostrada y multipremiada en cine y televisión—, sino precisamente por el contraste que supone verla abordar un texto de esta densidad tras algunos trabajos en series de corte más popular. Su Nora es el corazón palpitante de la obra, el eje en torno al cual gira todo el conflicto dramático. Cada personaje se define en relación con ella y es a través de sus gestos, silencios y decisiones donde se articula la progresiva fractura de ese universo doméstico que parece perfecto solo en apariencia. León le imprime una naturalidad conmovedora, lejos de cualquier afectación, y lo convierte en una mujer reconocible en sus dudas, sus miedos y su determinación. Su transición de la ligereza inicial al desgarro del desenlace resulta creíble y emocionalmente demoledora.
Santi Marín encarna a Osvaldo Helmer con una mezcla de autoridad y vulnerabilidad que dota al personaje de múltiples capas. Su interpretación evita los clichés del marido opresor y presenta a un hombre atrapado en sus propias inseguridades y en un sistema que también lo limita, lo que añade profundidad a la tensión con Nora. Por su parte, Patxi Freytez compone un Óscar inquietante y frío, cuya sola presencia basta para alterar la atmósfera. No necesita alzar la voz: le basta con una mirada glacial, una media sonrisa tensa, una corporalidad rígida y expectante que transmite control y amenaza. Su rostro, casi siempre desencajado entre la falsa cordialidad y la contención calculada, refuerza el chantaje emocional al que somete a Nora, convirtiéndose en un antagonista indirecto que refuerza la sensación de cerco que se va estrechando sobre la protagonista.
Pepa Zaragoza aporta una bocanada de aire fresco al drama, con una presencia que descomprime sin desentonar. Su personaje, en apariencia externo al núcleo familiar, observa, escucha y acaba implicándose, como quien entra con paso ligero y termina sosteniendo parte del peso. Con naturalidad y calidez, la actriz encarna una conciencia lateral que ilumina sin juzgar, sirviendo de catalizador silencioso en una casa que se desmorona. Finalmente, Alejandro Bruni da vida al doctor Rank con una presencia discreta pero significativa, capaz de reflejar la complejidad del afecto y la lealtad en medio del conflicto, cerrando el elenco con una actuación equilibrada y sensible.
La escenografía diseñada por Lua Quiroga es uno de los elementos más destacados del montaje. Con estructuras minimalistas y geométricas, el escenario evoca distintos espacios del hogar sin recurrir a la mímesis, desplegando una metáfora visual de esa “casa de muñecas” que encierra y expone a Nora. Todo se organiza como un plano-secuencia, sin cortes ni transiciones que rompan la acción, lo que contribuye a una continuidad dramática que potencia la sensación de verdad en escena. La movilidad del espacio refuerza la idea de encierro camuflado bajo la apariencia de libertad y dota al conjunto de un estilo contemporáneo, limpio y visualmente impactante. La iluminación, diseñada por Luis García, es absorbente y por momentos inquietante, generando atmósferas que oscilan entre lo aséptico y lo claustrofóbico. En combinación con la banda sonora original de Manu Solís, se construye un entorno inmersivo y emocional, donde el espectador se adentra casi sin querer en el mundo interior de Nora. Su portazo es más que un cierre, es una llamado a abrir nuevas puertas hacia la libertad.
Autor: Henrik Ibsen
Adaptador: Eduardo Galán
Dirección: Lautaro Perotti
Reparto: María León, Santi Marín, Patxi Freytez, Alejandro Bruni y Pepa Gracia
Ayudante de dirección: Juan Diego Vela
Diseño de escenografía y vestuario: Lua Quiroga
Diseño de iluminación: Luis García (Secuencia 3)
Música original y espacio sonoro: Manu Solís
Diseño gráfico: Hawork Studio (Alberto Valle, Sara Ruiz y Raquel Lobo)
Fotografía estudio: Juan Carlos Arévalo
Vídeo: David González
Peluquería y maquillaje: Roberto Palacios