Llega a Madrid al Teatro Reina Victoria del 7 de mayo al 29 de junio. En La reina de la belleza, la dirección de Juan Echanove desentraña con implacable precisión y aguda intensidad la brutal toxicidad familiar, mientras que las actuaciones de María Galiana y Lucía Quintana despliegan una profundidad y un realismo desgarradores para capturar la angustia y el conflicto interno con conmovedora autenticidad. Nos preguntamos, ¿puede una casa en el extrarradio de un pequeño pueblo irlandés convertirse en el epicentro de una tormenta emocional y psicológica que atrape al espectador desde el primer momento?
María, quiero que me cuentes, ¿qué nos cuenta La reina de la belleza, y qué personaje maligno, he leído por algún sitio, interpretas?
Sí, bueno, es bastante maligno. Lo maligno se puede considerar como… una opción única, que no lo es, porque generalmente yo soy de la opinión que las personas no somos negras, negras, negras, o blancas, blancas, blancas. Somos más grises, los hay más tirando a blancos, que son los buenos, y más tirando a negros, que en este caso serían los malignos. Hay que empezar por comprender y averiguar quién es el autor. Porque hace años, cuando yo vi una película que había dirigido este hombre, Martin MacDonagh, que se llamaba Tres anuncios en las afueras, que protagonizaba Francesc MacDormand, por la que le dieron, por supuesto, el Oscar, yo dije, este es un genio. ¿Quién es este hombre que ha hecho este guion, lo ha escrito, y ha dirigido esta película? Pues realmente debe serlo, este señor, porque no solamente hace cine y guiones de cine, sino que escribe teatro, dirige teatro, y es una persona súper admirada y conocida en su tierra, que se puede decir que sí, que es Irlanda, pero es anglo-irlandés porque vive también en Inglaterra.
Luego, andando el tiempo, yo me quedé un poco con esta persona, a ver quién era, y vi otra película que fue también aspirante al Oscar hace dos años, creo, tres ya, lo del tiempo se me borra un poco, que se llamaba Almas en pena en Inisherin, con un maravilloso actor con el que él trabaja bastante, que es Colin Farrell. Esta película fue también nominada y propuesta por el Oscar, aunque no lo sacó. No lo consiguió porque ese año estaba la famosa sobre el holocausto La zona de interés. Claro, aquello era tan revolucionario, esos nazis que viven en esa especie de maravilloso chalé, cultivando rosas, mientras están quemando a muy poca distancia a tantísimos judíos, o no judíos, a tantísimos prisioneros… ganó el Oscar. Entonces, resulta que aparece una función que se llama La reina de la belleza en Leenane. Leenane es una zona pequeñísima de un condado al noroeste de Irlanda que se llama Galway. Pero yo tenía idea ya de esta función. Es decir, cuando yo desde Sevilla, que era una cosa que hacíamos habitualmente los profesores de instituto, veníamos dos veces al año -entonces no había AVE, estoy hablando de antes de los noventa, no había ave- y tomábamos un talgo, entonces había dos talgos, uno por la mañana y otro por la tarde, un talgo el viernes a las tres de la tarde. Llegábamos a las nueve de la noche a Madrid. Seis horas, nos parecía poquísimo. El exprés tardaba doce horas. Bueno, doce no, pero diez sí. De once de la noche a nueve de la mañana, vamos. Tomábamos un Talgo y llegábamos a Madrid, y esa noche, que entonces había dos funciones, veíamos una función de teatro a las once, el viernes. Y el sábado veíamos dos diferentes, una a las siete y otra a las once. Y el domingo por la mañana, a las 8 de la mañana, hasta las 2 de la tarde nos metíamos en otro Talgo. Eso lo hacíamos dos veces al año. Significa que yo había visto todo lo que se ponía en Madrid, porque seis funciones, las más importantes, de las dos temporadas. Bueno, había una temporada que era hasta Navidad, que veíamos tres, y la otra, la famosa, estreno del domingo de resurrección, que veíamos otras tres en esa época, abril, marzo, abril. Pues ya se me escapó, pero hace 25 años se estrenó La reina de la belleza del Leenane, cuando yo estaba ya a punto de jubilarme, que la interpretaron Vicky Peña y su madre, Montserrat Carulla. Fue una cosa extraordinaria de repercusión, porque un año, y como estuvieron mucho tiempo con ella, porque entonces estaban las funciones en Madrid, siete meses, ocho meses, toda la temporada, primera parte de la temporada o segunda parte de la temporada. Pues un año le dieron el Max a Vicky y al año siguiente se lo dieron a la madre, por la misma función. Luego me imagino que harían una extraordinaria gira. Bueno, pues una vez que Juan Echanove y yo terminamos una gira enorme, larguísima que hicimos con Conversaciones con mamá, pues Juan me dijo, porque él me trata como si fuera su madre, claro, con la misma poca vergüenza, hablando en plata. Me dijo, “tengo para ti, tengo para ti una función de las que te gustan, con lo floja que eres, porque no te vas a mover, te voy a tener sentada toda la función”. Y cuando me dijo la función que era, yo me acordé de saber que ya la habían hecho aquí. Y yo dije, qué maravilla. Bueno, yo no tengo nada que ver, yo te la voy a pasar y la va a dirigir Gerardo Vera. Bueno, la cosa se diluyó, Juan hizo otras cosas, ya Juan estaba haciendo entonces con Gerardo Vera los Sueños de Quevedo y tal. Gerardo Vera entonces enfocó la función con otras actrices, lo iba a hacer Ariadna Gil y Terele Pávez, y tuvieron un disgusto enorme porque Terele Pávez se rajó a última hora, cuando ya lo tenían todo preparado, y esa función se vino abajo totalmente. Yo creo que para Ariadna fue un chasco monumental y un disgusto de los grandes que le costó, pero sobre todo, a mí me propusieron hacer esa función sustituyendo a Terele. Ariadna ya no estaba en condiciones todavía, pero bueno, hasta ahí llegó la cosa, si no hubiera sido porque se murió Gerardo Vera. Entonces, claro, en ese momento se desbarató todo.
Yo hacía otras cosas, seguía con mi Cuéntame, la televisión y otras producciones de otra índole, y andando el tiempo, pues resulta que viene Juan y me dice, ¿quieres hacer teatro? Y yo digo, claro, ¿por qué no? Pues tengo La reina de la belleza del Leenane, y volvió otra vez a mí. Bueno, volvió no, no había estado nunca, pero bueno, yo había estado hablando con los productores de la otra función, me habían contado la historia de Terele, habían ido a verme en una función que yo estaba haciendo con Lolita, La asamblea de las Mujeres. A Logroño habían ido expresamente y bueno, estábamos ahí hasta ver si se podía hacer o no, cuando pasó lo que pasó, la muerte de Gerardo y todas esas cosas. Y ahí estamos, pues resulta que la he vuelto a recuperar. Sin haberla perdido.

Ha sido como un efecto boomerang. Iba, volvía, iba, volvía… Hasta que ha podido ser. María, esta función ya estuvo en Madrid, en el Teatro Infanta Isabel. ¿Cuál ha sido la reacción del público a esta producción, a este grupo de actores, maravillosos actores?
Bueno, dos cosas. En el Teatro Infanta Isabel, primero, estuvo en una época muy mala. Junio y julio. Con un calor extraordinario. Tuvimos muy buena aceptación, bastante público, pero bastante de, bueno, que se llenaba prácticamente, no rebosando, pero se llenaba. No tuvimos nunca lo que los actores podemos considerar un pinchazo. Hemos pinchado. Solamente hay unos cuantos ahí, no va a haber más remedio que hacerle la función como sea. Yo he tenido siempre mucha suerte en eso. Alguna vez, en alguna cosa que me metí que no debí meterme porque no entendía yo de nada cuando llegué a Madrid, yo no sabía cómo iba esto, sí tuve esa sensación de tener que hacer la función para muy poca gente, pero después ya no, y además ahora una vez que nos vinimos del Infanta Isabel, querría que vierais en mi móvil que tengo las fotos que me mandan mis compañeros, los llenazos de donde quiera que vamos. A tope. Ahora no suelen ser teatros, suelen ser auditorios. Los famosos auditorios, que cuesta tanto trabajo. Y dijimos, no es posible. Ahora mismo, sin ir más lejos, hace unos sábados, fuimos al Romea de Murcia. El Romea te lo podía enseñar en el móvil. Estuvo a tope, aun faltando una semana. Estamos contentísimos, por una parte. Por otra, pensamos, qué pena. Esta función podía durar dos años perfectamente. Pero bueno, como ahora las circunstancias son diferentes, ahora se hace las funciones lo mismo que se vende en los mercadillos, a ver hasta cuándo dura esto, a ver cómo el sistema de giras está bien. Yo cuando llego ahora, llego a las ciudades, y digo, pero por Dios, si no me da tiempo ni de ir a ver la catedral. En Pamplona, por ejemplo, en el Gayarre. Primero, se viaja en el mismo día que se hace la función, que tiene bemoles. Porque, claro, viajar, por ejemplo, a Guadalajara, vale, pero viajar a Vigo y por la tarde hacer la función y al día siguiente te vuelves, ¿qué vas a hacer? Pues nada, nada. Cenar y acostarte.
Ver el teatro. Poco más (risas)
Claro, claro, es imposible, es imposible. Visto y no visto. Y yo recuerdo de haber hecho giras, bueno, muy normalitas, pero por lo menos de miércoles a domingo sí se ponía la función en cualquiera de las plazas donde se iba. Y yo, como soy muy aficionada, claro, soy licenciada en Historia del Arte, soy muy aficionada a hacer turismo, pues yo ahora les digo a mis compañeros, aquí hay no sé qué, aquí hay no sé cuánto. Y me dicen, ¿y eso por qué? Porque yo me he pateado las ciudades, que además me gusta muchísimo viajar. No trasnocho, con lo cual, excepcionalmente me dicen mis compañeros, pero tú, con la adrenalina que supone hacer la función, ¿cómo te duermes en el momento? Yo no tengo más que llegar al hotel y caigo roque. Por lo tanto, me sigo levantando a las ocho de la mañana. ¿Qué hago yo a las ocho de la mañana? Pues irme a hacer turismo. Turismo o lo que sea, pero bueno, quiero decir turismo artístico o turismo cultural o turismo de lo que sea. Vamos que si hay un partido de fútbol también voy, me encanta.
María, ¿cómo ha sido el trabajo con este grande que es Juan Echanove y con este reparto que te acompaña encabezado por Lucía Quintana?
Me he quedado asombrada de la categoría humana que tienen los actores, siendo como somos tratados, como una mercancía, la mayoría de las veces. Es decir, yo le llamo ser tratado como una mercancía, no que no nos respeten, sino que no cuentan con nosotros a efecto de tomar decisiones. O sea, nunca nos reúnen para, por ejemplo, decir, hemos pensado, pero esto pasa en la televisión también, que te enteres. Hemos pensado hacer tal cosa, tal otro. Nos gustaría saber vuestra opinión. Nunca, un actor casi nunca, a no ser que sea, bueno, ya ni siquiera, ni siquiera que sea un divo, vamos, ya ni siquiera eso, forman parte del entresijo que es una producción. Entonces, claro, tú te enteras y dices, no, vamos a no sé dónde, sí, vamos a no sé qué, vamos a hacer no sé cuánto. Esta temporada se acaba aquí, lo otro. Y entonces te das cuenta de que tú eres parte de ese negocio, pero no eres nadie. No, no tienes voz ni voto. No te cuentan, o sea, no te especifican cómo va a ser la cosa, en qué consiste, de qué manera se va a… Porque parece como que los productores no quieren desnudarse nunca. Nada, nada. Nunca quieren poner los papeles sobre la mesa y decir, señores, estoy aquí. Sí, por supuesto que el que va a ganar dinero soy yo, pero yo voy a procurar también que vosotros estéis en el ajo. Yo no sé si es que piensan que los actores somos muy torpes o que no somos gente que puede tener en un momento determinado una opinión. Yo que he estado, como todo el mundo sabe, tanto tiempo en institutos, he tenido directores que sabían perfectamente manejar el claustro, y aunque ellos, por ejemplo, fueran gente con espíritu de directivo, sin embargo, hacían por lo menos como que contaban y derivaban la manera de presentar los asuntos para que fueran después como él quería. Pero nosotros nos considerábamos parte. Y eso en el teatro por lo menos yo no lo he visto.

Vamos a volver a la pregunta que es el trato con Juan. ¿Cómo ha sido este trabajo con Juan Echanove?
Bueno, Juan es como de mi familia. Primero porque nuestra amistad viene de hace mucho tiempo, yo como su madre, en una película de García Sánchez que se llamaba La noche más larga, sobre las últimas ejecuciones de pena de muerte que firmó Franco antes de morirse en septiembre del 75. Y Juan era el abogado, defensor, y yo era su madre. Eso fue mi pequeño papel corto, pero ahí nos conocimos. Después hice su madre en otra de García Sánchez, porque claro, García Sánchez, una vez que me conoció, que yo hice la película Pasodoble, porque fue Juan Diego el que fue a por mí a Sevilla para que la hiciera, siempre que podía me metía en alguna de sus películas, aunque fuera por un papel muy corto. Y tan es así que hasta le dijo a Fernando Trueba que me metiera y fui a Belle Époque. O sea que, fíjate, pues en esa segunda era Suspiro de España y Portugal. Y yo hacía una madre portuguesa, y Juan también, ya recriado en España, digamos, pero hablaba yo así, como si fuera portuguesa. Un español así, aportuguesado. Segunda. Después hicimos Conversaciones con mamá, que a él le pareció estupenda, porque habíamos visto la película argentina, que la hacía China Zorrilla maravillosamente, y bueno… y aquel, como se llamaba, Dumont, que ya ha muerto, es un actor mayor argentino muy famoso, Ulises Dumont. De esa película Jordi Galcerán había hecho una versión, y Juan, también un poco a su manera, por supuesto, la adaptó, y la hicimos y estuvimos muchísimo tiempo, más de dos años, desde el 2013 hasta el 2015 sin parar. Muchas funciones. No me quería decir cuántas habíamos hecho. Yo decía, pero Juan, llevamos más de 300 funciones. Porque es que, por ejemplo, íbamos a Bilbao y estábamos, nada de un día. En el Arriaga estábamos 7, 8, 10 días. Seguíamos, íbamos, no sé qué. Yo conozco ahora mismo todos los pueblos de España. Una cosa exagerada. Y al cabo de tres o cuatro meses volvíamos a Bilbao e íbamos al otro, al Campos Eliseos. Así lo hacíamos, dos veces, en Barcelona, un mes, que menos, así, todo así. Una cosa extraordinaria. Y bueno, esa la había dirigido Juan. Y ahora cuando me llama y me dice, ¿quieres hacer teatro? Claro, por supuesto. Es que voy a dirigir La reina de la belleza de Leenane, después de tanto tiempo. Entonces Juan tiene dos virtudes extraordinarias. Una, que como es un gran actor, pues él es capaz de hacerte el papel para que tú lo veas. Y claro, es que te lo da frito, migado y con cuchara. Otra, que en este caso ya no es la positiva, que yo digo lo mejor y lo peor. Otra es que yo desde mi punto de vista de profesora… reconozco que espíritu didáctico no tiene. O sea, la pedagogía no se ha hecho para él, porque no tiene paciencia. Y entonces, yo soy una persona extraordinariamente lenta, que debo poner de los nervios a la persona que me esté dirigiendo o que me esté diciendo, porque yo soy de las actrices que tengo primero que entender, asimilar, enterarme y comprender qué le pasa a mi personaje. Claro, yo necesitaría ensayos, mesas, no se sabe cuánto. Yo creo que a Juan lo pongo en el disparadero. Yo creo que Juan me daría de tortazos, según su carácter, porque debe ser tremendo. Además, se topa con unos actores maravillosos.
Lucía Quintana es un fenómeno. Es decir, ella, el primer día que llegamos a trabajo de mesa, me contestó como si estuviera haciendo la función. Y yo me quedé, santo cielo, ¿cuándo voy a poder yo llegar a esto? O sea, que yo estaba a años luz. Estoy a años luz de todos esos actores que son tan súper profesionales. Llega, por ejemplo, el niño jovencito, Alberto Fraga, y tiene ya una vitalidad, y pone ya toda la carne en el asador. Uy, hasta que yo pongo toda la carne en el asador, lo que yo estudio. Porque yo sería de las que, por ejemplo, en joven, si tuviera que interpretar, pongo por caso La Regenta, o la Madame Bovary, haría mi propio personaje según lo que el autor me está definiendo, no según lo que yo pienso que podría hacer. Entonces, claro, no busco las sensaciones para que de las sensaciones y las emociones me salga. No, no. Primero está mi cabeza. Y cuando lo tengo perfectamente en la cabeza, tanto es así, y yo reconozco que es un mérito mío, que mientras más funciones hago, mejor lo hago. Porque voy descubriendo cosas sin parar. Pero no de la manera de interpretarlos, sino del propio personaje.
Ahora mismo para mí la madre ya no es una maligna. La madre ya, pobre, es una digna de lástima. Que lo es. Es mala, si no te digo que no. Bueno, es mala. Tiene una mala conducta. Pero ¿cómo hago yo que durante toda la función esté dentro del personaje lo que yo estoy haciendo? Porque no tengo más remedio que conseguir que esa mujer, la mía, tenga una continuidad. No así ocurre con todas las actrices y los actores. Hay actores y actrices, porque yo los veo, que tienen escenas maravillosas. Y otras que son un poquito más de transición. Luego no están todo el tiempo en el personaje. O no han creado un tipo de personaje que corresponda. Sin embargo, cada una de las escenas las hace bordadas. Pero no te queda una línea. Una línea que empieza y acaba y sabes perfectamente cómo es ese personaje. Yo, vanidosamente hablando, eso lo creé yo en Solas. Por eso me dieron el Goya. Porque yo me metí dentro de una persona, de una mujer de pueblo. Me costó, ¿eh? Muchísimo. Pero me metí dentro hasta el punto de que le pudieron decir a Benito Zambrano esta mujer, esa mujer te la encontraste tú en tu pueblo, ¿no? Esa mujer no es actriz. Esa es la cosa más grande que me ha podido a mí pasar, que la gente que viera ese personaje pensara que yo era analfabeta, eso es lo que yo quiero conseguir. Este camino que yo tengo que hacer, este camino para Juan Echanove debe ser la pasión según San Mateo. Debe haberlo pasado conmigo… Un auténtico calvario, lo reconozco. Porque no es por ahí. Quiero decir, el teatro es una profesión. Y se hace esta función y dentro de tres o cuatro o cinco meses haces otra. Ahora, para mí estaríamos empezando, fíjate.

¿Cuándo llega el teatro a tu vida? Nosotros te hemos conocido, te has hecho mediática a través de la televisión…
Yo llevo el teatro en la masa de la sangre. Digo que lo llevo en la masa de la sangre porque desde muy pequeñita, en el colegio, yo lo hacía divinamente, divinamente. Entonces en mi colegio hacíamos de vez en cuando algún teatrito para el fin de curso, ese tipo de cosas. Y hacíamos aquellas cosas que se llamaba la Galería Salesiana, que era que los salesianos, como siempre han tenido interés en hacer cosas culturales, siempre han tenido coro y música y teatro y cosas de esas, porque era la labor social de los niños, tenían una colección que se llamaba la Galería Salesiana, en donde habían hecho todas las funciones de teatro para chicas o para chicos. Entonces nosotros de la Galería Salesiana hacíamos algunas. Recuerdo que hicimos, pues tendría yo 14 o 15 años, una función, Fabiola, del Cardenal Wiseman, una novela puesta en función, y yo era la esclava, Sira, de la tal Fabiola, compañera entonces del colegio, me acuerdo de ella muy bien. La mayoría se han muerto. Es que soy muy vieja. El único que me queda de mi pandilla es precisamente Luis Gordillo, que tiene 91 años, el pintor. Entonces, esa esclava, yo me moría en escena, me acuerdo. Y yo recuerdo estarme muriendo y hablando con Fabiola, que era la que me cuidaba, que era mi ama. Y yo veía en la primera fila a la portera del colegio, la señora Pepa, llorando como una magdalena. Y yo dije, debo ser buenísima.
Porque yo he tenido siempre esa cualidad de actores y actrices de estar dentro del papel, pero al mismo tiempo que la cabeza no te… El único, esto es un inciso, pero vale la pena, el único curso de teatro al cual yo he asistido fue en el año 92 en la Expo con Vittorio Gassman. Y esto me lo enseñó a mí personalmente, me dijo Vittorio Gassman, María, tú tienes que hacer la función con toda tu alma, pero en el fondo debes estar pensando en a ver cuándo se acaba aquello para tomarte el filete que te están preparando con patatas fritas. Eso me lo dijo a mí Vittorio Gassman. Yo soy de esas, no lo puedo remediar, pero doy todo lo que tengo que dar. Entonces yo dije, yo esto del teatro se me da estupendamente. Fui a la universidad, pero nunca he tenido el gusanillo. Es decir, no me gusta la vida de la farándula. No me gusta, nunca me ha gustado. Porque soy muy recta, soy muy racional. Y entonces, claro, nunca me dejo llevar por las emociones. Entonces, voy a la universidad. Y ponen carteles que quiere apuntarse a la futura compañía que vamos a hacer, no sé cuánto, del Teatro Español Universitario. Entonces yo fui del TEU, yo estudié una carrera de cinco años y tardé siete, porque en primero solamente hice dos o tres asignaturas y en el segundo, total, porque estaba haciendo teatro. Hice una serie de obras de teatro, generalmente clásico. La mayoría de ellas nos la prohibía la censura, etcétera, etcétera. Lo típico de entonces de la lucha. Pero bueno, entonces los universitarios hacíamos lo que podíamos. Era el momento en que estaba Agustín González en el TEU de Madrid, Juanjo Menéndez, y estaba Nuria Espert en el TEU de Barcelona. El TEU de Murcia era buenísimo. En el de Granada estaba Martín Recuerda, que fue cuando estrenó La Llanura. O sea que nosotros hacíamos lo que podíamos. Y yo tuve mucho éxito como primera actriz, digamos, del TEU. Pero ya llegó un momento en que dije bueno, yo a esto no me voy a dedicar porque a mí me gusta muchísimo la docencia, me encanta. A mí es que me encanta dar clases, y yo esto de irme a Madrid, años 50, a una pensión a buscar allí a ver lo que me sale, ni loca, vamos, es que ni se me pasa por la cabeza.
Además, no me gusta, esto pasa en el teatro, pasa con los futbolistas, pasa con los toreros, pasa con otras profesiones que son muy absorbentes. No me gusta estar todo el tiempo hablando de lo mismo. Todo el tiempo, mis compañeros, porque no sé qué, porque no sé cuántos, porque van, porque esto ha llamado a fulanito, han venido a menganito, no sé qué. Y eso les llena la vida. Mira, yo estoy haciendo teatro y estoy diciendo, vaya por Dios, y me estoy perdiendo lo que están poniendo ahora en el Real, y yo tengo que estar aquí a las siete de la tarde haciendo precisamente lo que tengo que hacer para que la gente se divierta, y mientras más se están divirtiendo, más funciones que tengo yo que hacer. Se me llevan los demonios. Soy muy rebelde, soy muy rebelde, muy rebelde. Yo soy muy aficionada, muy aficionada a la ópera. Lo del real es porque estaba la Cecilia Bartoli. Y estaba yo haciendo la Bernarda, La casa de Bernarda Alba con Margarita Lozano en el teatro Alcázar de Madrid. Yo estaba entonces abonada al Real, que me borré porque no podía ir, porque era siempre los fines de semana. Y estaba Cecilia Bartoli cantando y yo aquí haciendo el tonto, la Poncia esta que estoy hasta las narices. Entonces me entra la rebeldía y me cuesta mucho trabajo. Y desde luego, la vida de la farándula no me gusta nada. Nada, nada, nada. Las alfombras rojas. Esto es mentira, es mentira. Mentira. Es algo que te sostiene. Pero yo no tengo tanta vanidad. Ni tanta ni tan poco.

María, ¿qué función de teatro, qué texto, qué película cinematográfica te ha calado mucho más?
Yo creo que las dos Poncias que yo he hecho son muy buenas, y muy poco reconocidas. La que yo hice en Sevilla cuya Bernarda era María Alfonsa Rosso y me gustó muchísimo porque todas, menos Susi Sánchez, que hacía la Angustias, todas éramos andaluzas, y no nos preocupamos del idioma, al contrario, hablamos como hablamos nosotros. Y yo dije, ay, si Federico levantara la cabeza y viera a su Bernarda en andaluz, ¡qué le gustaría! Le encantaría. Porque claro, a mí que me digan que la Bernarda la hace la Rosa María Sardá, a quien yo adoraba verdaderamente, pues está muy bien, pero no es la mía. La mía es mucho más verdadera. Así de claro lo digo, no me importa nada. Y además lo he hecho muy bien. Y con la Margarita Lozano, que la hicimos ya aquí en Madrid con otros tipos, con otras actrices. Bueno, lo de Susi pasaba porque hacía la hija mayor, Angustias. Y nos inventamos que como hablaba castellano muy bueno, y era hija del primer matrimonio, la Bernarda la había mandado a un colegio de pago interna. Y que por eso hablaba diferente de nosotros. Pero yo, por ejemplo, creo que esos dos papeles para mí hubieran sido de premio. Absolutamente. ¿Qué pasó? Primero, en Madrid no se ve lo que se hace en provincias se decía entonces, ahora se dice en autonomía, da igual. Y segundo, los premios teatrales no se dan más que a proyectos que se hayan visto en la capital. La capital es importantísimo, a no ser que sean los catalanes, que como es natural, votan todos y hacen muy bien, y entonces salen porque para eso votan. Bueno, yo creo que esos dos papeles a mí me han considerado como ya, como actriz. Luego cuando hice Conversaciones con Mamá, me dieron el Ercilla de Bilbao y me dieron sobre todo, y de eso también me enorgullezco mucho, el premio del Fernando de Rojas del Teatro de Toledo, que estábamos en liza con Nuria Espert, que estaba maravillosa en La violación de Lucrecia. Y yo dije, pues si me han dado a mí el premio y está aquí la Nuria… Me lo dieron a mí y a Javier Gutiérrez, que estaba entonces haciendo un Hamlet especial. Pues si me han dado el premio, debo estar estupendamente. Ya me resultó un poco de caer bien, ¿eh? Yo soy muy objetiva. Digo, no, bueno, no está mal, pero vamos, tampoco es para tanto. Pero bueno, ahí estamos.
María, sí que eres profeta en tu tierra. Puedes presumir de eso. Cuéntame, ¿a qué huele Sevilla?
Es curioso. Sevilla ya, como todas las cosas, se está estropeando. Porque otras cosas, por ejemplo, los carnavales de Cádiz, que yo soy muy aficionada también. Me están diciendo mis amigos, uy, esto no es lo mismo, esto ya es un botellón. Nunca ha sido esto por la noche. La gente se disfrazaba por la tarde y salía a cantar a las calles, no sé qué. Bueno, a Sevilla le está pasando lo mismo. Es decir, desde que en todas las ciudades, Madrid inclusive, Barcelona, Venecia, no digamos, no sé qué, se ha extendido lo del parque temático, pues es una ciudad que ya no tiene sentido las cosas que se hacen. Y va a llegar un momento en que nos vamos a ir los sevillanos. Como me imagino que hacen los pamplonicas algunos en San Fermines, que se van, porque no se puede aguantar. Yo estaba hace poco en Pamplona y me ha llamado mucho la atención una cosa muy curiosa. Y era que como llueve tanto y hay tantísimo verde, gracias a Dios para ellos, por supuesto, y esos tapices de césped, pues yo veía, damos un paseo por un parque. Y árboles, árboles, árboles. Y el césped. Y yo pregunté, aquí no hay parterres, no hay setos vivos, no hay rosaledas, no hay bancos. Y me dijeron, no, se arrasa todo en los San Fermines. No pueden hacer un parque porque los San Fermineros se acuestan en los rosales. Borrachos, como es natural, ¿no? Entonces, ese sentido de la medida, que ha habido siempre en Sevilla. Que ha habido una feria donde en un recinto, no muy grande, se ha podido juntar un millón de personas y nunca, nunca habrás visto a uno tirado en el suelo borracho, ni nunca habrás visto esas cosas que pasaban en el carnaval de Río, de unos navajazos, y el crimen, y no sé qué. Eso se está perdiendo. Los sevillanos hemos tenido siempre un punto perfecto de comportamiento. La gente y la ciudad sigue siendo bellísima porque lo es, claro. Yo vivo, por ejemplo, en el centro y es que abro la puerta y el bofetón de azahar, ese está allí, porque en mi calle son dos hileras de naranjo, de naranja agria, cuya mermelada yo hago, por supuesto, y no la hago la de las calles porque están contaminadas por los coches, pero tengo un amigo que es jardinero del Alcázar y me da las naranjas del Alcázar donde no pasan los coches. Pero por eso te digo que Sevilla para mí, como buena sevillana creo yo, es el ombligo del mundo.

Como buena profesora de Historia del Arte, me imagino que valorarás esa expresión barroca que es la Semana Santa de Sevilla, esa expresión artística en la calle.
Ahora ya la Semana Santa se está convirtiendo cada vez más en un medio de la iglesia para conseguir, pues eso, que la gente esté entretenida. Estamos todos horrorizados, horrorizados. No hay por qué, eso no tiene nada que ver. La Semana Santa, en el buen y auténtico sentido, es arqueología. No lo neguemos. Pero es que llegas aquí a Madrid, yo tengo amigos que pensando que yo soy una forofa de la Semana Santa, lo que en mis tiempos se llamaba capillita, que ahora le llaman cofrade, me enseñan fotos de Jesús el pobre y del Medinaceli y del otro. Pero si esto es un horror. ¿Cómo un horror? ¿Pero no te da devoción? Devoción una imagen como la de Jesús el pobre, a la que tenéis una devoción extraordinaria, pero que para que parezca un cautivo de verdad, le ponen unas manos de mentira para vestirlo. ¿Esto a qué viene? ¿Esto a qué viene? Esto para nosotros, los viejos sevillanos, los viejos capillitas, no tiene sentido, porque todo lo que no sea estético y todo lo que no sea puntual, ya no vale. No podemos ver, por ejemplo, un momento, que es lo que supone la Semana Santa, un momento de luz, de música, cuando lo llevan, de manera de llevar una imagen, como decía Joaquín Romero Murube, “la Macarena no pasa, se aparece”. Eso es muy importante. Mi marido, que prácticamente casi no veía ninguna porque ya estaba pasando, veía pasar la Macarena en un momento determinado y cuando ya se iba decía, ¡qué disparate! Pero porque ese disparate estaba totalmente proporcionado. No había móviles, ya se ha acabado. La gente, curiosamente, mira y no ve. Es decir, están tratando de reproducir aquello en el móvil y se están perdiendo lo que es el momento estético impresionante de música, luz, proporción, buen gusto.
Incluso aroma…
Exactamente, olores. Ese momento que es lo que se busca. Por una parte. Por otra, es un espectáculo gratis para el público. Y el público de verdad, sevillano, los sevillanos somos espectadores. No somos actores. No somos de los que le digamos, todos somos protagonistas. No, no, no. La gente va a ver. Y se conforma. Por lo tanto, es una fiesta absolutamente de los sentidos, por supuesto, de los sentimientos también, de las emociones también. Porque, claro, los que somos de allí, yo oigo una marcha de las que me gustan, no de las inventadas estas locas de ahora, y se me saltan las lágrimas. Pero, claro, yo en el momento que veo a los 4, 5, 10, 20 muchachos alardeando de que cargan con los pasos alrededor, ya se me va. Porque cuando yo era jovencita no se veía quién llevaba los pasos. Es que no se veía. Porque ellos no tenían por qué ser protagonistas. Ahora hay dos protagonistas. Los músicos y los costaleros. Sí, ya está. Ellos son los amos. Y entonces tú dices, pero un momento, ¿pero dónde va el paso? Si hay 150 músicos y tú ya no has visto, tú ya no ves ni dónde va, porque siguen pasando, y se pasan todo el santísimo año ensayando. Pues eso, lo que ha hecho ha sido acoplar a la juventud para que haya mientras más mejor, y cada vez son más feas, y cada vez son más imitación, todo es una pura imitación, ya no hay nada verdadero, ya no hay nada auténtico. Entonces, claro, realmente lo que admiramos, sobre todo, es el arte. Pues yo, todo lo que no sean esculturas o todo lo que no sean imágenes verdaderamente barrocas, yo para qué las quiero. Una imitación, son muñecas vestidas. Y además, para colmo, se divierten o se distraen o se entretienen en vestir desnudas como si fueran las Nancys. Vamos, por favor.

María, me has comentado que algunas veces con la música se te saltan las lágrimas. Cuando uno ya tiene una cierta edad, ¿se sigue emocionando con la misma facilidad? ¿O te emocionas más incluso?
Sí, bueno, yo me emociono con los soldados que pasen por ahí en un desfile. A lo mejor me toman por patriótica, en el sentido más, digamos, chusco de la palabra. Pero sí, verdaderamente a mí me llega muchísimo. Lo que pasa es que cada vez soy más espectadora también. Yo siempre, bueno, yo he participado, por ejemplo, en las ferias y esas cosas. Ya no voy. Ya no voy porque todo lo que no sea auténtico me resbala. Es decir, la música enlatada no la quiero. La música a través del móvil no la quiero. Porque es una mamarrachada. Es una mala imitación. Cómo es una mala imitación una película. Yo veo a la gente viendo las películas en el móvil. Por Dios, ¿eso se puede aguantar? Esta mañana he leído en el periódico, yo leo el periódico todos los días, a ser posible en papel todavía, que ha muerto Gene Hackman, con 95 años. Se lo han encontrado muerto con su mujer, que era 32 años más joven que él, pianista maravillosa japonesa, y el perro, no sé, si habrán tomado algo o se habrán dejado el gas abierto o qué es lo que habrá pasado. Pero por eso, yo, por ejemplo, ¿cómo voy a ver Sin perdón en el móvil? Eso es que no tiene perdón de Dios, tampoco. Entonces yo sí, yo soy muy emotiva. Pero emotiva seria. Es decir, que yo, por ejemplo, curiosamente, sigo yendo al Rocío, que me gusta muchísimo, porque hace cuarenta y tantos años que voy, o más. Porque primero me gustaba muchísimo, cuando yo tenía entonces suficiente fuerza para andar todo lo que pudiera. Porque no hay nada mejor que estar dos o tres días andando y durmiendo a la intemperie en el campo. Eso es maravilloso. Esa es la excursión más maravillosa que uno se puede inventar. Es un invento lo del camino del Rocío, porque claro, es para eso. Pero luego además, allí en la aldea, siguen haciendo todavía la vida tal como se hacía entonces, de tal manera que no pueden entrar los coches, no hay nada más que caballos, las calles son de arena, aquellos como el oeste, y hay una cosa fundamental. En las casas no hay equipo de música. Eso es lo auténtico. Yo el día que entre la música enlatada ya no voy más. Por eso no voy a la feria. Porque, claro, tuvo un momento, la feria de Sevilla, en que se distorsionó por completo el sentido de lo que tenía aquello. Nunca ha sido una fiesta popular. Es una fiesta privada, hay que reconocerlo, de la ciudad. Y la gente que vaya de fuera pues no tiene por qué ir. O si quiere ir pues que vaya y se pasee y vea, y sea espectadora, pero no otra cosa. La gente no puede ser protagonista. No se puede ser protagonista de la feria estando durante todo el año en una academia aprendiendo sevillanas en Madrid para luego ir y pasarte en la feria toda la noche haciendo aquello que tú dices que es bailar, que no se sabe ni lo que es, con un tocadiscos sin parar. Y como la gente no se cansa porque no baila verdaderamente poniendo la carne en el asador, pues se pueden llevar bailando 30, 40, 50 sevillanas, no se sientan nunca y no dejan a otros que vayan bailando. Entonces se convierten en discotecas, discotecas de música enlatada a toda pastilla. Todo se hace con micrófono, que esa es una de las cosas que tendríamos que estudiar, no solamente de Sevilla, sino en general, que incluso en los conciertos de algunos cantantes ya cantan con micrófono. La gente se ha acostumbrado de tal manera a las grabaciones y a la potencia que suponen los micrófonos que vas, por ejemplo, a ver a la Estrella Morente, sin ir más lejos, y aparece con el piano de cola al lado y un micrófono. Pero bueno, pero muchacha, ¿esto qué es? ¿Por qué? Pues porque a las personas que están sentadas les resulta muy raro oír la voz natural.

María, te voy a hacer la última pregunta y si quieres lo dejamos aquí. ¿Algún recuerdo de la infancia en Sevilla?
Pues fundamentalmente los paseos con mi padre. Eso que me has dicho de esa Semana Santa, me lo ha enseñado mi padre. Yo soy hija única y entonces mi padre fue para mí, bueno digamos, me consideró chica y chico porque, por ejemplo, me enseñó la Semana Santa andando, que es como hay que verla, yo no me he sentado en una silla a ver pasar las procesiones nunca, pero también me llevaba al fútbol. Y también me llevaba a los conciertos. Y también me llevaba cuando había una temporada de ópera, a la ópera. Yo tenía entonces 10 y 12 años. Entonces eso para mí es imborrable. El recuerdo de Sevilla con mi padre. Que era un sevillano serio, que es como hay que ser. Bueno, como yo digo, es que Antonio Machado era de Sevilla, no se nos olvide. Es que hay mucha gente seria.