Icono del sitio Masescena

Luis Bermejo, Pepe Viyuela y Pablo Rosal: el humor es más fuerte

En una sociedad que sobrevalora el éxito, el payaso representa nuestro lado torpe, perdedor, fracasado. Es una reivindicación de la fragilidad, del derecho al asombro, a que nos superen las circunstancias. Es como para ponerse muy a su favor

Tres espectáculos atravesados por el humor, la ironía y la sutileza, que se utilizan como herramientas para compartir verdades sobre el absurdo que nos gastamos o reivindicar la belleza. Y para partirnos de risa, claro.

 

El minuto del payaso

Este monólogo nos ubica en el día del Festival de Homenaje al Circo, una función benéfica en la que van pasando números circenses en un teatro, un payaso (Luis Bermejo) espera su turno en el foso. Van a hacer que salga al escenario por una trampilla. En la soledad de esta espera repasa y evoca momentos de su pasado donde nos confiesa la relación con su familia así como los hechos y personas que le marcaron en el circo donde nació. Además ha venido un productor de la tele que le va a proponer que vaya a la televisión a hacer su número, todos los días el mismo, a la una de la mañana, en un late show. Un minuto.

 

Encerrona

Pepe Viyuela estrenó en este mismo escenario (aunque era todavía la Sala Triángulo) este montaje que constituye una reflexión sobre lo cotidiano desde la perspectiva del payaso. El personaje vive la experiencia de haberse quedado atrapado en el escenario. Cuando entra en escena no sabe dónde se está metiendo. Es un personaje engañado que entra allí porque le han dicho que ese es el camino y, de pronto, se encuentra frente a un público que le mira y parece exigirle algo. Él no viene a actuar pero se ve obligado a ello. El terror que provocan las miradas de ese público lo lleva a querer escapar, a buscar una salida. Solamente hay una, pero hay “alguien invisible” que le impide escapar y le obliga a permanecer en el escenario, enfrentándose a esos ojos que no se apartan de él. Durante una hora y media, como un bufón de corte arrojado al salón del trono, se ve obligado a actuar para el público que le observa. Está solo ante el peligro y sus únicos compañeros de travesía serán, a partir de ahora, una serie de objetos cotidianos con los que intenta salir del paso: una guitarra, una silla, una chaqueta, un periódico y una escalera. 

 

Castroponce. Teoría y praxis para una vanguardia del Siglo XXI.

Pablo Rosal sigue dando forma y compromiso a su complicidad con el , desde que este último produjera Los que hablan en el otoño del 2020 y se convirtiera en un indiscutible fenómeno teatral con más de cien funciones en tiempos de pandemia, y esta vez responde a la invitación lanzada de reflexionar sobre la vinculación de Teatro y Política en ya pleno siglo XXI. De allí nace Castroponce, como intento, desde una hibridación entre la performance, el payaso y la filosofía, de exponer los lugares comunes de Teatro y Política, y sus consecuentes roces, usos mutuos y derivas. La recreación de un supuesto simposio en una minúscula población de la España vaciada es el pretexto que arma el dispositivo: un monólogo desnudo en el que el actor da vida a todo lo dicho y acontecido en aquel encuentro haciendo visibles todas las herramientas teatrales y así, ante todo, ensalzar las virtudes del Arte. El espectáculo cumple esa ancestral tarea del Arte de crear mundos sutilmente idílicos y brillantes, al margen de lo estrictamente histórico, para alimentar incondicionalmente a la imaginación.

 

Salir de la versión móvil