Por mucho que nos empeñemos no hay palabras bonitas o feas, agradables o desagradables. Más bien, su significado y peso se entrelazan con el contexto en el que se despliegan y la interpretación subjetiva que les conferimos. Este dinamismo lingüístico se manifiesta de manera palpable cuando reflexionamos sobre la paradoja que yace en la dualidad de las expresiones verbales. Un insulto, en determinadas circunstancias, puede transformarse en el más inesperado halago, mientras que un aparente elogio cargado de sorna… puede ser el inicio de una discusión. En este intrincado juego de significados, la percepción individual y el contexto social son los hilos conductores que moldean el impacto y la resonancia de nuestras palabras. Si quieren explorar el mundo semántico a golpe de risas deben asistir a este monólogo ubicado en el Teatro Capitol.