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Año VIIINúmero 401
27 ABRIL 2025

Camino al zoo: Un viaje teatral al corazón de la incomunicación en una vida atrapada

Imagen promocional del equipo artístico de la obra
Imagen promocional del equipo artístico de la obra
“Camino al zoo” es una obra que, bajo una hábil dirección y con brillantes interpretaciones, logra transmitir con fuerza la angustia y la incomunicación de sus personajes, dejando al espectador sumido en una reflexión profunda sobre la soledad y las relaciones humanas, una experiencia que perdura mucho después de la última escena.

El Teatro Bellas Artes acoge esta arriesgada propuesta que, a pesar de su enfoque contemporáneo, conserva la esencia de los grandes clásicos. La obra fusiona dos textos de Edward Albee (Homelife y The Zoo Story) y apuesta por un formato que no solo desafía al espectador, también pone a prueba la capacidad del teatro para reflejar las complejidades de la condición humana.

La historia comienza con Homelife, donde se explora la tensa relación de un matrimonio marcado por la falta de comunicación y la soledad. Peter, un ejecutivo, y Ann, su esposa, luchan por conectarse en medio de su vida cotidiana. La trama da un giro cuando, en The Zoo Story, Peter se encuentra con Jerry, un extraño que lo aborda en un banco del parque y le cuenta una serie de historias perturbadoras. La conversación entre ambos revela secretos obscuros y desencadena una confrontación inesperada, llevando a Peter a enfrentarse con las sombras de su propia existencia.

El teatro de Edward Albee se caracteriza por su aguda exploración de la incomunicación, la alienación y la brutalidad de las relaciones humanas. Con un estilo directo, a menudo incómodo, el dramaturgo estadounidense es conocido por su capacidad para diseccionar la psique humana y exponer sus contradicciones más profundas a través de diálogos afilados y tensos. En obras como “¿Quién teme a Virginia Woolf?” o “Un delicado equilibrio”, el autor crea mundos que, aunque aparentemente cotidianos, están plagados de desesperación y violencia emocional, donde la confrontación entre los personajes genera momentos de estremecedora revelación.

La versión de Juan Carlos Rubio y Bernabé Rico, dos de los mejores adaptadores del panorama teatral actual, conserva esta esencia, pero la contextualiza de manera que resuene con los tiempos actuales. A través de una estructura precisa y un ritmo más inmediato, la propuesta subraya la atemporalidad de los dilemas humanos planteados por Albee. Aunque la obra transcurre en un contexto aparentemente cotidiano, la relectura conjunta da visibilidad a la tensión emocional y existencial que atraviesa a los personajes, permitiendo al espectador vivir su desconcierto y frustración en un formato que, sin perder la fuerza original, conecta con las inquietudes contemporáneas. En esta adaptación, el teatro de Albee se reinventa, pero se mantiene fiel a la crítica sobre la soledad, la falta de entendimiento y el vacío existencial, temas que siguen siendo tan relevantes hoy como lo fueron cuando fueron escritos.

La dirección recae en Juan Carlos Rubio, quien imprime una dirección que, sin perder la esencia de la obra original de Edward Albee, la transforma en una experiencia vibrante y emocionalmente intensa para el público de nuestros días. Su manejo del ritmo es excepcional: los tempos son deliberadamente lentos, lo que permite que los momentos de incomunicación y tensión entre los personajes se desarrollen de una manera casi palpable. Sin embargo, en cualquier instante, el también actor y productor introduce revulsivos para sacudir al espectador, como si la calma fuera solo una falsa seguridad antes de una explosión emocional. Esta alternancia crea un pulso narrativo que mantiene al público en constante alerta donde el clímax nunca desaparece, sino que se acumula, estalla y se disuelve para luego volver a acumularse.

Uno de los aciertos más notables de la dirección de Rubio, con actualmente cinco proyectos en cartelera, es cómo maneja las digresiones de los personajes. Albee ya utilizaba este recurso para mostrar la fragmentación de sus pensamientos y la desconexión emocional, pero bajo su dirección, las digresiones no solo enriquecen los diálogos, también se convierten en momentos clave que subrayan la fragilidad y el desorden interior de los personajes. Las interrupciones en la secuencialidad de los temas y las conversaciones se hacen naturales, casi inevitables, aportando una capa adicional de caos emocional que incrementa la presión intermitente que atraviesa toda la obra. La ruptura de la continuidad en los diálogos y la alternancia de momentos de calma con explosiones de violencia emocional son elementos que Rubio –“Querida Agatha Christie” (2024), “Una madre de película” (2024), “El novio de España” (2023)– utiliza con maestría.

En un plano más pragmático, Rubio logra que cada palabra, cada pausa y cada gesto cuenten. La obra se desarrolla en un clima de creciente incomodidad, donde el público no es un mero observador pasivo, sino que se ve arrastrado a la problemática de los personajes. La interacción entre estos se convierte en un campo de batalla emocional donde el director sabe cómo extraer lo mejor de sus actores, transformando el escenario en un espejo de la alienación y la lucha por la conexión humana. El reparto se caracteriza por una excepcional sincronización al crear una atmósfera de constante tensión y debilidad.

La interpretación de Peter y Ann, a cargo de Fernando Tejero y Ana Labordeta, es fundamental para el desarrollo de la función. Tejero, en el papel de Peter, ofrece una actuación notablemente compleja. Con su característico dominio escénico, logra captar a la perfección la lucha interna de su personaje, un hombre atrapado en una vida que ya no le satisface y, a pesar de su aparente calma, está desbordado por la frustración y la desesperación. Este archiconocido actor de teatro, cine y televisión consigue transmitir la angustia de Peter sin caer en el dramatismo excesivo, lo que da lugar a una interpretación más matizada, cargada de sutilezas que, a menudo, emergen en pequeños gestos y pausas, creando una atmósfera de tensión contenida que explota en momentos clave.

Por su parte, Ana Labordeta, como Ann, refleja con gran precisión la desconexión emocional de su personaje. Su interpretación está marcada por una calma tensa, como si estuviera al borde de un colapso emocional, pero sin saber cómo enfrentarlo. Esta actriz, con toda una vida dedicada la interpretación, equilibra a la perfección la impotencia y la esperanza rota de Ann, una mujer que lucha por mantener su rol en una relación que se va desmoronando. La interacción entre los dos actores es exquisita, con un juego de miradas, silencios y pequeñas concesiones para enfatizar la ya mencionada incomunicación total entre Peter y Ann. Ambos actores logran reflejar el dolor y la frustración de sus personajes de forma profundamente humana, lo que hace que la tragedia de su relación resuene con el espectador de manera muy intensa.

El personaje de Jerry, interpretado por Dani Muriel, es el catalizador de la obra, y su actuación es fundamental para el desarrollo de la trama. Muriel da vida a un personaje impredecible y profundamente perturbador, con una intensidad que marca un contraste feroz con la aparente calma de Peter y Ann. Desde el primer momento, su presencia en escena crea una tensión palpable, ya que Jerry es un hombre que, sin pedir permiso, irrumpe en la vida de Peter con sus historias y su constante necesidad de atención. Su interpretación captura a la perfección la complejidad del personaje, un hombre que, a pesar de su exterior excéntrico y casi cómico, lleva consigo una angustia existencial imposible de ser ignorada. Este actor, de innumerables series televisivas y más de una quincena de montajes, juega con la dualidad de Jerry: por un lado, su comportamiento caótico y a veces absurdo, y por otro, su capacidad para desvelar las grietas de la vida de los otros personajes. La manera en que interactúa con Peter es tanto desafiante como reveladora, desmantelando poco a poco la fachada de normalidad que este intenta mantener. Jerry no solo busca atención, sino que, en un nivel más profundo, quiere ser comprendido y dejar una marca en el mundo que lo rodea. Muriel convierte a Jerry en un personaje impredecible, provocador y, a su manera, trágico, añadiendo una capa de complejidad emocional sostenida durante toda la obra.

La iluminación de Nicolás Fischtel es esencial para establecer el ambiente opresivo. A través de contrastes entre luces y sombras, crea una sensación de claustrofobia que envuelve a los personajes en un entorno casi clínico. Las luces frías acentúan su vulnerabilidad, intensificando el aislamiento emocional y la tensión creciente, mientras sugieren que los personajes están atrapados en un espacio sin salida. Complementando este encuadre, la escenografía de Leticia Gañán y Curt Allen Wilmer refuerza la sensación de opresión. Con un diseño minimalista y despojado, el espacio refleja una existencia vacía, atrapada en la rutina y el sufrimiento. La falta de elementos decorativos, más allá de un sillón y un banco, ofrecen un respiro visual, amplifica la sensación de vigilancia constante y generan una sensación de incomodidad e invasión, como si los personajes estuvieran analizados sin esperanza de redención.

Autor: Edward Albee

Versión: Juan Carlos Rubio y Bernabé Rico

Dirección: Juan Carlos Rubio

Reparto: Fernando Tejero, Dani Muriel y Ana Labordeta

Iluminación: Nicolás Fischtel

Escenografía: Leticia Gañán y Curt Allen Wilmer (estudio deDos)

Música: Mariano Marín

Vestuario: Pier Paolo Álvaro

Fotografías: Sergio Parra

Diseño de cartel: Alejandro Prellezo

Diseño de dossier: Luis Miguel Serrano (La Alegría Producciones)

Dirección de producción: Marisa Pino

Producción ejecutiva: Bernabé Rico

Una producción de: TALYCUAL, PENTACIÓN, LÁZARO Y LA ALEGRÍA

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