En este noviembre que se despliega lleno de heridas abiertas, el mundo vuelve a recordarnos, a veces con brutal insistencia, que los cañones no callan, que las bombas continúan dibujando sombras sobre la tierra, que las balas todavía trazan su geografía de miedo. En Ucrania, los obuses siguen ardiendo en el cielo. En Gaza, en Israel y en Palestina, los misiles atraviesan la noche. En Yemen, el eco de la artillería se ha vuelto un sonido cotidiano. En Sudán, Sudán del Sur y Eritrea, las armas ligeras y los morteros marcan el ritmo de la vida. En la República Democrática del Congo, la violencia armada se extiende como una mancha interminable. En Somalia y Etiopía, los enfrentamientos siguen devastando comunidades. En Mozambique, en su región de Cabo Delgado, la insurgencia impone el ruido de las ráfagas. En Nigeria, los grupos armados continúan sembrando pánico y destrucción...