¿En qué momento profesional se encuentra?
Me siento en mi mejor momento, estoy súper cómodo sobre el escenario, aún me siento obviamente joven, pero a la vez con una trayectoria detrás y muchos años de experiencia. Ahora mismo combino lo bonito de estar sobre el escenario con saber manejarme perfectamente y no tengo ese miedo que podía tener años atrás. Siempre tienes esa cosa en el interior cuando entras en el escenario, pero la experiencia hace que manejes todo mejor. La verdad es que estoy disfrutando muchísimo.
¿Cuáles son sus próximas metas en el mundo del ballet?
Mi meta es dar mi mejor versión e intentar superarme a mí mismo. No me gusta nada compararme con otra gente porque lo único que haces con ello, es frustrarte. Como no sacas nada positivo, entonces me enfoco en mí mismo y si tiene que llegar lo de ser bailarín principal, pues que venga. Siempre le decía a mi padre que con ser solista me conformaba, así que lo que venga detrás será un regalo.
Apenas lleva unos meses en el San Francisco Ballet, ¿qué motivó el cambio?
Después de haber vivido siete años en Londres, el cuerpo y la mente me pedían un cambio. San Francisco no es una ciudad tan grande como Londres, pero me está encantando la riqueza cultural, sobre todo, la cultura hispanoamericana. Escuchar a la gente hablando en castellano te hace sentirte como en casa, así que la experiencia en San Francisco está siendo muy buena.
Pero su directora artística sigue siendo Tamara Rojo, ¿cómo es ella?
Tamara Rojo es una de las personas más inteligentes que he conocido, con una trayectoria brillante como bailarina y como directora del English National Ballet y, ahora, del San Francisco Ballet. Como directora, obviamente te exige, pero también confía mucho en su criterio. Hace poco me dieron el papel de príncipe en “El Cascanueces” y yo me sentí un poco inseguro. Hablé con ella y me dijo: «tienes que confiar en mi criterio, porque yo sé que tú puedes hacerlo». Valoro mucho en una directora que te transmita confianza. Obviamente, luego tu labor es sacar lo mejor de ti en ese rol. Otra cosa que valoro mucho de ella es que cuando viene un coreógrafo, no le gusta entrometerse y le da mucha libertad. En resumen, Tamara como directora me parece excelente en todos los sentidos.

¿Aprecia cambios en su forma de dirigir el English National Ballet o el San Francisco Ballet?
Tamara sigue teniendo sus mismos valores e ideas, porque sabe perfectamente qué busca. Quiere lo mejor para la compañía y quiere que el bailarín tenga esa experiencia que no puede tener en otra compañía. De hecho, me atrevo a decir que el San Francisco Ballet tiene uno de los mejores repertorios del mundo. Es impresionante todo lo que ella nos quiere dar a los bailarines.
¿Cómo aparece la danza en su vida?
La danza entró en mi vida a través de mi madre, porque a ella le gustaba mucho y en esa época, había apuntado a mi hermana a la escuela de Arantxa Arana en San Vicente del Raspeig. Antes yo hacía karate y me acabé aburriendo, y como hacía bailoteos con la música en mi casa, mi madre me llevó adonde mi maestra, quien me animó a probar una clase esa tarde. Y así empezó todo.
¿Cuál es la enseñanza que más valora de sus maestros?
Gracias a mi profesora Arantxa Arana descubrí qué es la danza clásica y recuerdo los primeros DVD que me pasó, como el de “Don Quijote” del American Ballet con Baryshnikov y Cynthia Harvey o el de “Manon” con Carlos Acosta y Tamara Rojo. A mi maestra Sofía Sancho le agradezco que me encaminara y me ayudara a dar el paso a Madrid. Ella me puso en contacto con Víctor Ullate, que es un loco de la danza, y él me enseñó a dar el paso de estudiante a profesional. Con Víctor he perfeccionado la técnica, pero también la personalidad como artista y bailarín. De hecho, a todos los que salimos de ahí se nos nota mucho la ‘marca Ullate’.
Madrid, Londres y ahora San Francisco, ¿cuál ha sido la maleta más difícil de hacer?
En términos económicos y de dificultad para mover muebles y encontrar piso, obviamente ha sido venirse a Estados Unidos. Es una locura lo que me costó encontrar un apartamento en San Francisco y traer todas mis cosas desde Londres donde viví siete años. A nivel sentimental, lo que más me costó fue dejar San Vicente de Raspeig. Lloré muchos días durante el primer mes, pero también es lógico porque era muy joven: sólo tenía 14 años y era dejar mi tierra, que yo me siento súper alicantino y la echo de menos muchísimo.

¿Recuerda cómo fue su debut profesional?
Lo recuerdo perfectamente. Fuimos a bailar a una ciudad del sur de Francia y el vuelo se retrasó, así que fuimos directamente del aeropuerto al teatro con media hora de retraso. Nos dieron treinta minutos de cortesía para maquillarnos y calentarnos, y al escenario. Era el debut de los tres nuevos de la escuela de Víctor Ullate y la obra era “Jaleos”, para mí la mejor obra de Víctor. Este ballet tiene todo entradas y salidas, así que literalmente es un jaleo. Ahora lo recuerdo riéndome, pero fue de lo más estresante de la vida porque no habíamos podido ensayar bien el orden. Gracias a Dios todo salió bien.
Como bailarín, ¿qué tipo de roles se adecúan más a sus características?
Me gustan los roles a los que les puedes dar algo de tu personalidad y carácter, los papeles que te dan más libertad, como Lescaut de “Manon” o Hilarión de “Giselle”. Son personajes más humanos y no tan académicos como el príncipe Siegfried de “El lago de los cisnes”. Desde que trabajé con Mats Ek y Ana Laguna, últimamente me encantan obras más tirando a lo contemporáneo. También tuve la oportunidad de trabajar con el equipo de Pina Bausch. Antes de trabajar con ellos, no conocía nada de su forma de ver la danza o la danza-teatro y me abrió los ojos y la mente a otro mundo que no conocía. Bailar “La consagración de la primavera” es la mejor experiencia que he tenido en un escenario. No lo puedo describir con palabras, es una sensación brutal. Ojalá volviera a tener una experiencia tan enriquecedora porque crecí mucho como artista y me hizo sentir cosas que no he vuelto a sentir en un escenario.
¿Qué balance hace de su paso por el Víctor Ullate Ballet y por el English National Ballet?
Para mí, Víctor Ullate es uno de los grandes de danza de España, tiene muchas batallas a sus espaldas y aprendí muchísimo de sus valores. Le doy las gracias eternamente porque confió en mí para subirme a un escenario a los 17 años. Mi etapa en el ENB me permitió abrirme a un mundo nuevo y a nuevos coreográficos, como trabajar con William Forsythe o Mats Ek y Ana Laguna, además de bailar los ballets clásicos. Fue una etapa muy bonita. Y de mi estancia en el San Francisco Ballet, aún no puedo destacar mucho, pero la siento como una continuación de la anterior, ya que sé cómo trabaja Tamara Rojo y me encanta.
La gran espada de Damocles de un bailarín son las lesiones, ¿cómo le ha ido en ese aspecto?
Pues estoy curtidísimo, casi podría ser fisio si me retiro, (ríe). Llevo dos operaciones en mi pie derecho, una en el izquierdo y hace poco, una lesión bastante fuerte en mi rodilla izquierda. He tenido la suerte de conocer al mejor fisio especializado en danza del mundo, que es Luis Gadea. Se ha convertido en un buen amigo y me ha hecho todas las rehabilitaciones en Madrid. Además, me ayudó mucho para tomar la decisión de venirme a San Francisco, así que le estoy eternamente agradecido.
Por último, ¿qué es la danza para usted?
La danza para mí es todo, o sea, es mi vida, a lo que me dedico, mi trabajo, pero también es mi pasión. Obviamente cuando una pasión se convierte en trabajo, siempre te deja disfrutar menos de ello porque estás totalmente involucrado y sólo piensas en eso, y al final te acaba cansando, pero igualmente la danza tiene una cosa y es que siempre va a haber algo que te atraiga, que te vuelva a dar esa ilusión. Para mí, la danza lo es todo en la vida, es la que me ha dado la disciplina, la dedicación y las ganas y el amor por este arte que es muy bonito.