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Año IXNúmero 433
07 DICIEMBRE 2025

Pepita Jiménez: una apuesta valiente que reaviva el pulso del repertorio nacional

Un instante de la representación
Un instante de la representación
La versión definitiva de Sorozábal sobre Albéniz estrena con propuesta escénica arriesgada y sólido desempeño musical

El Teatro de la Zarzuela inaugura su nueva temporada con una rara joya del repertorio lírico español que podrá verse en cartel hasta el 19 de octubre. La ópera de Isaac Albéniz, revisada por Pablo Sorozábal y con libreto basado en la célebre novela de Juan Valera, marca el arranque de un curso en el que el coliseo madrileño reafirma su vocación por rescatar títulos poco transitados, combinando patrimonio musical, riesgo escénico y revisión contemporánea de las raíces del género.

130 años de mutaciones: la compleja historia de Pepita Jiménez

Conviene aclarar desde el principio que lo que presenciamos no es una mera reposición. La función ofrece la versión definitiva que Pablo Sorozábal elaboró en 1967, tres años después del histórico estreno madrileño de 1964. Lejos de limitarse a traducir la obra de Albéniz al castellano, Sorozábal reescribió secciones vocales, reorganizó la partitura en tres actos, introdujo cortes significativos y transformó el desenlace original en una tragedia, otorgando a la protagonista un destino fatal que imprime a la obra un tono sombrío y de intensa carga emocional.

La historia compositiva de “Pepita Jiménez” es un fascinante laberinto de versiones: Albéniz compuso tres distintas, ninguna definitiva, y su colaborador y mecenas, Francis Money-Coutts, escribió el libreto original en inglés, aunque la ópera se estrenó en Barcelona en 1896 traducida al italiano y nunca se interpretó en su idioma original durante la vida del compositor. La revisión de Sorozábal, con vocación de devolverla al repertorio español, ofrece así una lectura musical y dramática nueva, convirtiendo a “Pepita Jiménez” en un organismo vivo, híbrido entre la entre la fidelidad a Albéniz y la libertad del creador posterior.    

Escenografía de la represión: arquitectura para un conflicto interior

La propuesta de Giancarlo del Monaco, experimentado director italiano, plantea desde el primer momento una lectura sorprendente y radical de la obra. Daniel Bianco ha concebido una estructura metálica vertical de tres plantas que rompe deliberadamente con cualquier representación costumbrista del ambiente andaluz. La escenografía evoca un espacio carcelario o industrial, una arquitectura de contención que materializa con eficacia la clausura emocional de los personajes. Esa sensación de claustrofobia resulta especialmente pertinente para subrayar el conflicto de Luis, atrapado entre la vocación religiosa y el deseo terrenal, y el de Pepita, prisionera de unas convenciones sociales que la ahogan.

La paleta cromática, dominada por grises y negros con apenas algún destello de color en el vestuario de Jesús Ruiz, refuerza la atmósfera opresiva, mientras que la iluminación de Albert Faurá, deliberadamente tenue, apenas permite apreciar los detalles del trabajo textil. En el primer acto, la estructura permanece prácticamente inmóvil, generando un estatismo que limita la acción y resulta repetitivo, pero a medida que avanza la obra comienza a moverse constantemente, girando y utilizando las pasarelas elevadas para ofrecer distintos niveles de mirada. Esta movilidad tardía dinamiza la acción, aunque en algunos pasajes compite con los momentos más delicados de la partitura, generando ligeras distracciones visuales.

Guillermo García Calvo dirige con la solidez habitual, cuidando la densidad armónica de Albéniz y resaltando su escritura orquestal, a veces más sinfónica que teatral. En los preludios y pasajes instrumentales más líricos —como el nocturno o el interludio del segundo acto— la Orquesta de la Comunidad de Madrid brilla con un sonido envolvente y cálido. Sin embargo, en las secciones de mayor tensión el volumen se impone con tal fuerza que las voces deben esforzarse por emerger, algo que afecta especialmente a los dúos y concertantes, donde se pierde cierta transparencia tímbrica. Aun así, la lectura de García Calvo resulta coherente y se percibe su intención de otorgar continuidad y dramatismo a una partitura que, por su naturaleza híbrida entre ópera y zarzuela, no siempre ofrece un pulso teatral constante. En sus propias palabras, estamos ante “una obra esencial para comprender la evolución de la ópera en España”.

🎉 Este domingo las 18h, el telón vuelve a levantarse en el Teatro de la Zarzuela para una nueva (1)
Un instante de la representación

Una lectura vocal intensa y de gran coherencia dramática

El reparto responde con solvencia a las exigencias de una obra centrada fundamentalmente en los protagonistas. En la función visionada, Ángeles Blancas da vida a una Pepita intensa y apasionada. Su voz, con gran proyección en los registros medios y agudos, dota al personaje de fuerza y carnalidad, transmitiendo con claridad la turbación y los deseos reprimidos de Pepita. El momento cumbre de su interpretación llega en el aria “¡Ay! Noche embrujada de primavera en flor”, al inicio del segundo acto, donde logra emocionar profundamente sin caer en exageraciones ni sentimentalismos fáciles. A lo largo de toda la función mantiene una presencia escénica sólida y constante, construyendo una Pepita decidida, valiente y llena de vida, capaz de sostener el peso dramático de la obra.

Leonardo Caimi, en el papel de Luis de Vargas, complementa a Blancas con una interpretación convincente del joven seminarista dividido entre vocación y deseo. Su voz de tenor lírico, de timbre claro y emisión limpia, se mueve con comodidad en el registro medio y su fraseo cuidado transmite la rigidez y el conflicto interno del personaje. En el aria «Aquí la conocí» del tercer acto —el añadido de Sorozábal— Caimi alcanza uno de sus mejores momentos, con línea vocal elegante y expresividad contenida, construyendo un Luis creíble y humano.

Los dúos entre Pepita y Luis constituyen el corazón musical de la obra. El primer acto, con “Pepita, te quiero hablar”, establece el conflicto con intensidad creciente, mientras que el segundo ofrece pasajes de mayor lirismo. Es en el tercer acto, con “Tú no sabes de la angustia”, donde Blancas y Caimi transmiten con plena convicción la atracción y el desgarramiento de sus personajes, culminando en el dúo final que cierra la obra con la intensidad y el dramatismo que exige la tragedia.

El reparto secundario cumple con solvencia, pero sus personajes no siempre cuentan con el desarrollo que merecerían lo que concentra la atención casi exclusivamente en Pepita y Luis. Cristina Faus aporta calidez y humor como Antoñona, la nodriza cómplice de Pepita. Rodrigo Esteves construye un Don Pedro digno y paternal, mientras que Rubén Amoretti dota al Vicario de la autoridad moral que exige su papel. Pablo López caracteriza al Conde de Genazahar con el cinismo apropiado y Josep Fadó e Iago García Rojas completan la escena como los dos oficiales. Todos contribuyen a crear un entorno creíble y sólido, sin desequilibrar la centralidad de la pareja protagonista.

“Pepita Jiménez” inaugura la temporada del Teatro de la Zarzuela con una apuesta valiente y reflexiva. Del Monaco elige el conflicto antes que la complacencia y aunque su propuesta pueda dividir, devuelve a la obra de Albéniz y Sorozábal una intensidad poco frecuente. Imperfecta en su forma, pero viva en su fondo, esta Pepita confirma que la ópera española sigue teniendo mucho que decir cuando se atreve a mirar de frente al deseo y a la duda.

Dirección musical: Guillermo García Calvo

Dirección de escena: Giancarlo del Monaco

Escenografía: Daniel Bianco

Vestuario: Jesús Ruiz

Iluminación: Albert Faurá

Reparto: Ángeles Blancas, Carmen Romeu, Maite Alberola, Antoni Lliteres, Leonardo Caimi, Ana Ibarra, Cristina Faus, Rodrigo Esteves, Rubén Amoretti, Pablo López, Josep Fadó, Iago García Rojas.

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