La Compañía Nacional de Teatro Clásico está casi en el ecuador de la nueva temporada diseñada por el actor y director catalán Lluís Homar. Durante los últimos años la carrera de Homar ha estado volcada en los audiovisuales y el cine. Se convirtió en un actor muy mediático bajo las órdenes de directores tan importantes como Pedro Almodóvar, Mario Camus o Pilar Miró. Pero reconoce que esa popularidad no le llegó de la mano del cine, sino de aquellas series emitidas en televisión y vistas por siete millones de espectadores en una sola noche. Reconoce, también, que en ese momento no echó nada de menos los escenarios y los espectáculos en directo. Esa comunión cercana que se produce con el público y que sólo la facilita el teatro.
En septiembre de 2019 tomó posesión de su cargo como director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, perteneciente al INAEM, tras un período de selección en el que otras personas también habían participado. Y a partir de ahí no lo ha tenido nada fácil. Pero nunca perdió su característica sonrisa. Heredó una programación diseñada por la anterior directora de la CNTC, Helena Pimenta, y al poco tiempo la pandemia se apoderó de nuestras vidas.
Con la COVID-19 de por medio se sucedían la paralización de ensayos, funciones en las dos salas, la actividad normal de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Como el propio Homar indicó en una entrevista concedida a Masesecena, pensó en alguna ocasión que estaban gafados, pues se llegó a paralizar absolutamente todo por positivos en cada una de las producciones. Esta situación lo único que creó es la paralización y posterior reactivación de la actividad general. Sin embargo, y tras superar estos importantes baches, ahora Homar está recogiendo los frutos de una programación con miras a los más jóvenes y el estreno de textos que nunca han sido llevados a escena por la CNTC. Además de esa mirada más “contemporánea” de nuestros autores áureos.
Nuestro protagonista, nació el 20 de abril de 1957 en la ciudad de Barcelona. Estudió la educación primaria en la escuela de su familia «Escuelas Homar» del barrio barcelonés de Horta. Estudió sin concluirla la carrera de Derecho en la Universidad Autónoma de Barcelona y acudió al Institut del Teatre barcelonés, aunque nunca estuvo matriculado.
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En 1974 participó en el montaje de la obra Otelo, bajo la dirección de Ángel Carmona, y un año después ingresó en el grupo de Teatro Escorpio, participando en dos puestas en escena: Terra Baixa, dirigida por Josep Montanyes, y Quiriquibú, dirigida por Fabià Puigserver y Guillem-Jordi Graells.
En 1976, junto con otros actores, fundó la Sociedad Cooperativa del Teatre Lliure de Barcelona, en la que trabajó durante años ininterrumpidamente (siendo su director artístico entre 1992 y 1998) y participando en más de treinta espectáculos.
En la misma década Homar comenzó a intervenir en productos para televisión, debutando poco tiempo después en el cine con La plaza del Diamante (1982), una película coprotagonizada por Sílvia Munt.
En la gran pantalla Homar ha desempeñado muchos papeles, los más destacados son su participación en La mala educación (2004) y Los abrazos rotos (2009), de Pedro Almodóvar, su interpretación del Papa Alejandro VI en Los Borgia, de Antonio Hernández y el papel de Max, un robot mayordomo en la película de ciencia ficción EVA (2011), de Kike Maíllo, papel que le vale su primera nominación a los Premios Goya en la categoría de «Mejor interpretación masculina de reparto», alzándose como ganador en la XXVI edición de los premios.
También ha trabajado con algunos de los directores más destacados del panorama español: Mario Camus, Vicente Aranda, Pilar Miró, Gerardo Vera, Agustí Villaronga, Pau Freixas o Montxo Armendáriz.
Ha sobresalido su trayectoria en realizaciones televisivas, como las series Àngels i Sants o Motivos personales. También realizó papeles protagonistas en 23-F: el día más difícil del rey (2009), película sobre el intento de golpe de Estado de 1981 donde interpreta al rey Juan Carlos I de España, y en las superproducciones de Antena 3, Hispania, la leyenda e Imperium, como el romano Servio Sulpicio Galba.
En marzo de 2019, fue elegido director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) en sustitución de Helena Pimenta. Su proyecto fue elegido entre cuatro finalistas, seleccionados entre 14 candidatos por el Consejo Artístico del Teatro.
¿Cómo será la programación de la Compañía Nacional de Teatro Clásico para esta temporada?
El año pasado decíamos que “el clásico es vida”, y este año decimos que “el clásico es joven”, como un lema de la temporada. Tenemos esa conciencia de seguir en la senda, de acercar a un público lo más amplio posible ese patrimonio único en la historia de la humanidad que se llama y que es el Siglo de Oro. Hay algo que nos ha llevado especialmente también a este enunciado de que el clásico es joven porque hemos echado el resto, como casa también, de cara a la nueva promoción de la joven Compañía Nacional de Teatro Clásico. Es la sexta promoción. Cuando habíamos echado el resto, digo, porque nos hemos involucrado como casa en esa transmisión a lo que podrían ser las nuevas generaciones. Porque también entendemos que es la mejor manera de llegar al público joven y tengo que decir, a estas alturas, que estamos contentos es poco de lo que se está produciendo con La discreta enamorada y con el encuentro con el público, con los públicos, y muy especialmente con el público joven de esta sexta promoción.
Para esta promoción se presentaron 960 personas. Hicimos un proceso de meses. Llegamos a seleccionar a los doce integrantes, seis actrices y seis actores, e hicimos con ellos seis meses de formación de lunes a viernes. Luego hicimos con ellos el tiempo normal de ensayos y estrenamos en Málaga. Estuvimos de gira por España, estuvimos en nuestra segunda sede que es Almagro y estrenamos aquí el espectáculo, en el Teatro de la Comedia, el 21 de septiembre. Creo que estamos en esa voluntad, aunque me repito, de romper el tópico de que el clásico es antiguo, de que el clásico es de otra época, de que el clásico se entiende a medias, de que el clásico lo vemos como desde la distancia, sino sentir que estamos delante de una obra absolutamente maestra de Lope. Yo siempre digo “estos autores ya no es que estén vivos y nos hablen, sino que nos gritan, nos sacuden, nos zarandean”, y todo eso se está produciendo.
Insisto en lo de La Joven. Me he involucrado, he actuado con ellos en el escenario, he dirigido la obra, hemos creado un equipo con Vicente Fuentes, pieza fundamental para hacer del verso habla, y hemos estado la casa, el personal técnico en el escenario. Ha sido un momento también de enseñar las tripas, y nunca mejor dicho, de nuestro teatro. Enseñar el alma, desde donde hacemos el teatro con la voluntad de que, como he dicho al principio, queremos llegar a un público muy amplio. Y no podíamos tener mejor partitura que La discreta enamorada, que hay que recordar, y eso también está prácticamente en todos los títulos que presentamos en esta temporada, es la primera vez que son llevados a cabo, que son presentados por la Compañía Nacional. Eso no es en detrimento de nada, hay tan buenos títulos que aún con los años de historia no llegamos a abarcarlos todos. Pero toda esta temporada prácticamente, si no todos los títulos, es la primera vez que se ponen en pie en la Compañía Nacional.
No hemos escondido, aunque sea de puertas adentro, un poco la idea siempre de refundación, de que siempre nos tenemos que plantear a nosotros mismos cómo lo hacemos, desde dónde lo hacemos y qué mejor que desde la gente más joven.
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¿Cuáles son los pilares básicos de esta nueva etapa que ha iniciado al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico?
Hay un lema, que a veces ya pienso que os voy a aburrir de tanto que lo digo, de que el teatro solo puede ser contemporáneo. Romper con la idea de que hay un teatro clásico y que hay un teatro que no lo es. Eso es algo, quizá por mi trayectoria desde que empecé con 19 años, como miembro fundador del Teatre Lliure de Barcelona, que mayoritariamente hacíamos clásicos, nunca tuve la sensación de que hacía otro tipo de teatro por hacer Shakespeare, Molière, Ibsen, Goldoni… Es algo que yo siempre lo he vivido como algo que va con mi ADN.
Esta es una etapa en la cual yo soy el director y somos un equipo, y eso para mí es fundamental, de sentir, no que el CDN hace un teatro y que nosotros hacemos otro, sino que hacemos el mismo teatro, evidentemente que nuestro foco de atención está en los textos clásicos.
Luego hay otra cosa que yo creo que también es troncal en nuestro proyecto, que es los diálogos contemporáneos, pero que sigue también en esta línea. Tenemos cómo dialoga la sala principal con la sala que está cinco pisos más arriba, que es la sala Tirso de Molina. No hay cosa que nos guste más que se pueda ver en nuestros afiches Sergio Blanco-Lope de Vega, Alberto Conejero-Calderón de la Barca, Chus de la Cruz-Lope de Vega, Lucía Carballal-Calderón de la Barca… Es como tender esos puentes, de que esos textos no solo son recuperaciones, sino que los propios autoras y autores de ahora sienten que eso les invita a coger la parte, la que ellos quieran, porque hay algo que es también fundamental cuando les decimos “la absoluta libertad”, no tienen que intentar seguir ninguna directriz, sino ellos como autores que son, porque el reclamo siempre es vamos a buscar a una autora, vamos a buscar un autor, para que luego dirija su propio espectáculo, sabe que tiene como máximo tres actores que puede utilizar en el formato, pero sobre todo aquello que le resuene. Cuando estuvo aquí Luna Miguel, una poeta en este caso, no una autora de teatro, como ella le resonaba Numancia de Cervantes. Hemos tenido también en otras facetas, no solo desde la escritura, sino también desde la danza contemporánea, Mal Pelo, dialogando con Calderón de la Barca, o Paola de Diego dialogando con Tirso de Molina, con El burlador, o sea, quiere decir, una artista plástica. Porque sobre todo creemos que ese diálogo es lo que hace que todo esto esté en el ahora y aquí, esté en el presente. Si esto es motivo para que nuestras autoras y autores escriban nuevos textos, quiere decir que estos materiales no son solo encargos, sino que salen de una necesidad, por ejemplo, de ponerlo, como decía, en el ahora y aquí. Chus de la Cruz, cuando hace Recatadas S.L., pues evidentemente, ella coge una parte de la obra de Lope, y coge una frase de Fenisa que dice “¿por qué no he de mirar al cielo?” O sea, quiere decir, ¿por qué he de mirar al suelo? Tradicionalmente, en el rol de la mujer a lo largo de tantos siglos, siempre esa obligación de que su espacio es decir tú mira el suelo que el mundo va por sí mismo. Y a partir de ahí ella ha creado estas Recatadas S.L., esas muñecas, y ha querido poner la lupa en esa frase. Creo que también, por ese tipo de disciplinas, hace que se acerquen tipos de público que, de otra manera, nunca se hubieran imaginado que ésta pudiera ser su casa. O sea, que también, aunque parezca una contradicción, yo me atrevo a decir, también a estas alturas, que quizá uno de los espacios, digamos, más de creación, más contemporánea, esté siendo en la propia Compañía Nacional de Teatro Clásico. Venimos de unos textos de cuatrocientos años y que al mismo tiempo sean motivo de poder hacer unas creaciones, digamos, que son absolutamente modernas, que es una palabra que no me gusta utilizar, pero que en este sentido creo que se puede utilizar.
Retomando la programación de la sala principal vemos que se exhibirán tres espectáculos. La discreta enamorada de Lope de Vega, El castillo de Lindabridis de la mano de Ana Zamora y Nao d’amores, con todo lo que eso significa, e Iñaki Ricarte en un segundo espectáculo con la joven compañía, que ya no es tan joven.
Perdona que abra paréntesis, pero que lo recomiendo muy especialmente, un documental que se ha hecho sobre todo lo que ha sido el proceso de la joven y del espectáculo de La discreta enamorada, hecho por uno de ellos mismos. Ahí podemos ver cómo empezamos, cómo ellos ya llevan más de un año. Lo que han crecido estos chicos, yo no sé si ya corresponde llamarles la joven o decirles que son la Compañía Nacional de Teatro Clásico en estos momentos. Y esto es motivo de orgullo y está muy bien reflejado en ese documental que ha hecho Antonio Hernández, que es uno de los miembros de la joven compañía.
Esos tres títulos, como decía antes, es la primera vez que se ponen en escena en la Compañía Nacional. La discreta enamorada, El castillo de Lindabridis y El monstruo de los jardines. Y dejándome a mí aparte, estarán al frente de los montajes Ana Zamora e Iñaki Ricarte. Iñaki Ricarte ya estuvo trabajando con la joven en esta casa con El desdén con el desdén.
Tengo que destacar esta mirada de textos poco habituales, pero que permiten entrar desde una visión, digamos, muy fresca, muy comprometida al mismo tiempo, porque son personas, no hay más que ver la trayectoria que lleva a Nao d’amores con estos 21 años. No olvidemos que es el reciente Premio Nacional de Teatro, pero que está ese amor por esos materiales y también esa voluntad de hacer llegar ese buen teatro de la mejor manera al gran público. A mí me gusta mucho pensar que el teatro, un poco lo que le pasa al mismo Shakespeare, que muchas veces el paso de los años le ha puesto una patina de teatro culto, cuando en realidad siempre era teatro popular, teatro que evidentemente tiene muchas capas, pero que es un teatro hecho para llegar al gran público. Para mí esa es una parte muy importante de nuestra labor y creo que en este sentido, por ejemplo, Ana Zamora, que es una persona que también tiene una mirada culta, porque ella es una persona con un saber muy grande, pero que al mismo tiempo hay ese encuentro con el hecho teatral de querer hacerlo llegar de una manera muy asequible para el público. Iñaki está solo pensando y trabajando, porque trabaja y trabaja, para encontrar esa manera de hacer cercanos estos materiales. Y sobre todo aquí hay un nexo de unión de una persona que está en los tres espectáculos que se llama Vicente Fuentes. Y ese también es otro trabajo que creo muy definitorio de esta etapa, de que realmente rompamos la idea de que el texto clásico se entienda al 50%, o que no, vamos con la convicción de que el texto, el verso barroco, se puede entender absolutamente todo. Esto es un trabajo infinito, es un trabajo que no se termina nunca, pero tenemos para eso a un ser como Vicente, incansable, infatigable para dedicarle y trabajar con las actrices y con los actores el tiempo que haga falta y más, y sacarlo de donde no lo hay. Y por eso lo puedo decir en La discreta, el comentario de la gente más joven es que lo ha entendido todo, es que me ha llegado todo, es que he seguido la obra desde el principio hasta el final. Vamos a ser esenciales, y lo esencial viene y sale del texto. Y ahí yo he buscado esa comunión de personas que trabajan desde esa voluntad, que es Iñaki Ricarte, que es Ana Zamora, y que soy yo mismo, y Vicente Fuentes está en estos tres. Esto es lo que sería la sala principal.
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Luego, evidentemente, tenemos, como hemos dicho, los diálogos contemporáneos. Recatadas S.L., luego estará La Fortaleza, que es Lucía Carballal con tres actrices que han sido primeras actrices en distintos momentos de las distintas etapas de esta casa, como es Mamen Camacho, Eva Rufo y Natalia Huarte. Este texto de Lucía Carballal dialoga con El Castillo de Lindabridis, y se titula La Fortaleza. Por último hay un tercer diálogo contemporáneo que es Calderón, dirigido y escrito por Xavier Albertí.
Nosotros también tenemos que contribuir en todo lo que podamos en poner a Calderón en el sitio que le corresponde. Lope también necesita, porque son monstruos, o sea, nunca será suficiente lo que podamos hacer, pero Calderón todavía tiene como la etiqueta de autor del régimen, de esa cosa católica y muchas veces sirve como para decir, bueno, evidentemente salvando su Alcalde de Zalamea, salvando su Vida es sueño, pero hay como una etiqueta de… decir, sí, tiene unas obras buenas, pero es que él es un fenómeno único también, evidentemente, diferente. Y ahí nos va a salir, eso no lo puedo contar entero, pero nos va a salir el año 2024 que esta sala va a ver tres textos de Calderón de la Barca. Hicimos también en el Prado, el año pasado, Calderón y la Pintura. También tendrá su diálogo en nuestro espacio pequeño.
De exposiciones, tengo que hablar del fenómeno de Los bufos madrileños, que es el que está ocupando ahora el espacio expositivo y que luego será Calderón y la Pintura. Para entendernos, es como lo que es Shakespeare en Inglaterra o lo que es Molière en Francia, debería ser Calderón en España, alguien que trasciende el ámbito estrictamente teatral y que se convierten en personalidades universales o personalidades nacionales. Evidentemente, de la mano de Lope de Vega, estos serían los dos grandes. Luego vendría Tirso, pero seguramente estaríamos en otra dimensión.
Ahora, mientras estaba diciendo esto, pensaba, ¿cuál es la ventaja de estar en la Compañía Nacional de Teatro Clásico? Que nosotros, todo lo que pasa aquí, y una de las cosas por las que me postulé para ser director de la compañía, es porque todo pasaba en este edificio. Todo lo que hagamos a lo largo de cuatro, cinco, seis, siete años, el tiempo que pueda ser, pero todo lo que pase aquí es lo que queremos que pase. Crear esa idea de compañía, en el cual creo que el sub-lema es “una compañía, dos almas”. Quiere decir que haya alma, y esto es también, como he dicho antes, de donde yo vengo, el Lliure. Éramos una casa en la cual la implicación de todos era muy importante, en todo lo que pasaba, en todo lo que se hacía.
Me siento privilegiado de estar en una casa que tiene unas medidas, o sea, nosotros, comparado con otros grandes teatros, que tienen cuatro o cinco salas, pues claro, toda la programación es maravillosa, pero es más inabarcable. En nuestro caso todo lo que pasa aquí lo sentimos de cerca, lo vivimos, lo acompañamos, hacemos que las personas puedan vivir esto como algo diferente, y eso nos lo permite una casa pequeña de espacio, pero grande, porque somos más de cien personas trabajando.
Con La discreta enamorada hemos querido mostrar esa implicación de todo el personal en el escenario. Siempre buscamos que tenga un punto de algo extraordinario, solo porque es la suma de aportaciones personales de todas esas personas que conforman un equipo, y que el teatro, el alma, no es un alma que viene y que se instala, sino que es la suma de pequeñas almas o pequeños trozos de alma de las personas que conforman un equipo, que hacen que eso emane algo que no se puede tocar, pero sí que se puede sentir. Me veo a mí mismo hablando de los proyectos como si fueran mis proyectos, como si yo estuviera haciéndolos todos, y no, no.
He hablado de Ana Zamora, he hablado de Iñaki Ricarte, pues ahora le toca el turno a Rafa Castejón. Está poniendo en pie ese proyecto también tan desconocido, que fue una cosa que pasó a lo largo de 15, no llegó ni a 20 años, en la segunda mitad, a principios de la segunda mitad del siglo XIX, de ese señor Arderius, Francisco Arderius, que de repente está en París y exporta o importa hacia aquí la ópera bufa, un poco inspirada en Offenbach, y que eso le da su calado único y absolutamente popular, sobre todo, no solo, pero básicamente en Madrid, y es algo que prácticamente es muy desconocido. Le vamos a dedicar un espacio también a esto, todas las navidades, estará un mes aquí en la sala principal ese proyecto con Los órganos de Móstoles y la figura de Francisco Arderius, y esa exposición, y la charla que hicimos el otro día, pues bueno, creando y emanando cosas que forman parte de nuestro patrimonio, de nuestro ser, y que desconocemos, pero que podemos y tenemos la magnífica oportunidad de darle su espacio. Y esto estoy seguro de que será un espectáculo maravilloso en el que nos divertiremos, pero al mismo tiempo entenderemos también de dónde viene todo esto, porque claro, esto es generador de lo que luego será el género chico, el cuplé, o sea, la música, el teatro, la zarzuela, evidentemente que la zarzuela nace en el siglo XVII con Calderón, y la música barroca, pero todo eso luego tiene un seguimiento que luego desembocará y de qué manera, pues dentro de lo que será ya el siglo XX.
Tenemos algo que también para nosotros es fundamental, que es hacer una traducción de La dama boba en lengua de signos, como una primera fase para que luego esto pueda ser también representado. Y a ese proyecto le hemos dado también un espacio principal de un equipo trabajando para hacer esto realidad. Ángela es la persona que lidera todo el proyecto de la traducción de La dama boba en lengua de signos.
Tenemos el teatro familiar en la Sala Tirso, en Navidades con La vida es juego, con Ultramarinos de Lucas. Tendremos la presencia de Manuel Galiana, un día con El enfermo imaginario…
Estamos jóvenes porque de alguna forma sentimos que esto nos hace jóvenes, o sea, de alguna forma nos remueve y nos pone en una energía de presente, y sobre todo porque nos hace romper radicalmente con la idea de que el clásico es mayor, ir a la contra absolutamente en ese valor.
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¿Viene el público asiduamente a ver espectáculos de teatro clásico? ¿Cómo acerca la compañía estos clásicos a los más jóvenes?
¿Cuál es la mejor manera de acercarlo a los más jóvenes que vengan? Habría que ver o tendría que estar esta cámara grabándolos a ellos cómo siguen el espectáculo, cómo lo viven y cómo aplauden. Hablo en boca de ellos, pero creo que no me equivoco si digo “si el teatro clásico es esto, sí que me gusta el teatro clásico”. Algo tan sencillo, la música en directo, el seguir el argumento y el seguir en todo momento qué dicen cada uno de los personajes. Poco más puedo añadir, es que es una cosa que constatamos todos los días.
Hay algo de lo que no hemos hablado y que también ha sido un elemento añadido, que es que en La discreta enamorada hay tres elencos dentro de la propia compañía. Hace unos días me decía Cris Marín que hay personas que han venido a verla cuatro y cinco veces para ver las distintas posibilidades de ver la misma obra contada, porque es el mismo espectáculo pero al mismo tiempo la obra coge dimensiones muy distintas. Vemos la misma obra pero es como si viéramos otra porque cada actor le da a los personajes una vida de igual contenido pero distinta visión.
Tenemos el teatro lleno, que esto ya nos pasó también el año pasado en la mayoría de espectáculos. No olvidemos que venimos de La vida es sueño de Declan Donnellan, que en este sentido también conforma una mirada, como te decía antes, de pensar que para un público que a lo mejor es la primera vez que asiste a ver teatro clásico, dice “ah, esto me interesa, esto lo reconozco, esto me habla, esto hace referencia a mí”. Básicamente es esto, este es el gran reto y creo que lo estamos consiguiendo. Colgamos el cartel de agotadas las localidades, vemos cómo reacciona el público. Pasó con Valor, agravio y mujer la temporada pasada, o pasó con El burlador de Sevilla. La mirada de Beatriz Argüello con Valor, agravio y mujer, o de Xavier Albertí con El burlador, con una mirada absolutamente distinta de la que podía ser habitual.
Hay una cosa que dice Xavier, no sé si es suya, pero yo la utilizo, que es que el teatro y los clásicos tienen un gran poder. El teatro en general. Nos gusta mucho esto de que el público llegue como espectadores y salgan como ciudadanos, o sea, que haya algo que nos transforme y en este momento creo que como nadie, los autores clásicos están, por eso lo decía antes, nos grita como diciendo, no nos desaprovechéis, porque en un momento en el que estamos tan faltos de referencias, en el que todo está tan mal, quiero decir, tan mal en un sentido general, en un sentido capitalista del mundo, el sentido en que lo material se impone y que parece que es la única ley válida. Cuán lejos nos queda la imagen de John Lennon, que todavía pensábamos que el mundo podía ser de otra manera, es como que eso ya no nos lo creemos, pero los clásicos nos recuerdan que sí, porque ellos son seres únicos en la historia de la humanidad que tenían un saber que todavía, no es que todavía, es que ahora quizá más que nunca, más que hace cuatro siglos, son útiles. Sobre todo para reconectarnos al alma de las personas y que el ser no tiene que ver con el tener, sino con el ser, que podemos no tener, pero que podemos ser muy potentes. Y hay algo que va a la contra de esto. Cuando salimos a la puerta y vamos a la calle, pues estos son los clásicos, esto es Calderón, esto es Lope, porque eran seres conectados y nosotros hemos perdido la conexión, llamémosle, pero es que somos seres que estamos planos. Encefalograma plano a nivel social.
La historia de la CNTC, si la comparamos con la Comedie Française o la comparamos incluso con la Royal Shakespeare es muy menor, pero lo importante es que estamos caminando y hay distintas etapas lideradas por distintos equipos. Y nosotros llegará el momento en que nos iremos y vendrán otros de la misma forma que han habido otras y otros. Cada vez me siento más privilegiado de tener esa posibilidad de servir desde un espacio público a nuestros ciudadanos.
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Barcelona es una de las plazas teatrales más importantes de nuestro país. ¿Se va a seguir tendiendo esos puentes entre Madrid-Barcelona? ¿Cree que debería de haber más funciones de la CNTC en la capital catalana?
Barcelona siempre ha sido una plaza importante para la CNTC, en momentos de Adolfo Marsillach, en distintas etapas, también con Helena Pimenta o con Eduardo Vasco. Barcelona tiene un público potencial de teatro clásico muy grande, hay muchos espectadores muy ávidos de estos autores. Estuvimos con Lo Fingido verdadero, dos semanas, hemos estado tres semanas con La discreta enamorada. Barcelona como en el resto de todo el ámbito nacional. La cultura, una de sus labores esenciales es tender puentes, y quien no lo quiera ver así, pues yo creo que es una mentalidad pequeña, o sea, quiero decir, la cultura nos hace grandes. Yo tampoco me podía imaginar hace 20 años que sería el director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Tampoco me podía imaginar yo, que empecé a hacer teatro de aficionados con seis años, que luego estaría seis años de mi vida sin subirme a un escenario porque estaba haciendo películas o series de televisión.
Lo que sí que sé es que yo tengo ahora 66 años y que me siento más joven que nunca, mejor que nunca en mi vida, pero también sé que mis energías no son las que eran. Tengo ganas de encontrar un equilibrio con mi mujer. Tenemos una casa en el campo. Me gusta el silencio, me gusta la quietud, me gusta la tranquilidad y sé que esto también para mí ahora ya es muy imprescindible encontrar ese balance o ese equilibrio porque una cosa alimenta a la otra. También sé que no me voy a jubilar nunca, o sea, que nunca voy a dejar de estar mientras pueda, mientras Dios quiera, estaré en contacto con mi profesión. He pasado por dirigir funciones de teatro, por dirigir un espacio teatral, y eso sí que tengo la sensación que una vez acabado aquí, lo veo difícil de que esto se pueda repetir.
Actor de cine, actor de televisión, de teatro, me gusta, también, un formato de espectáculos que hemos hecho aquí, como puede ser Alma y Palabra, San Juan de la Cruz o El Templo Vacío que inauguró la última edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro. Los místicos. Soy un aprendiz de místico, porque los místicos son algo muy grande. Siento esa parte de divulgación de esos autores que me apetece… Dios dirá, nunca mejor dicho, lo que vaya a ser, pero siempre me gusta pensar de una forma u otra que eso que haga sea útil, sea útil quiere decir que no solo alimente, evidentemente, mi poder alimentarme y poder vivir, pero sobre todo me gusta mucho, y me da tanta energía estar aquí, por saber que estoy siendo útil a mis conciudadanos.
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Luis, ¿qué ha cambiado de aquel joven que no terminó derecho y que casi entra en el Institut del Teatre de Barcelona?
Yo cuando le dije a mi madre que quería ir al Institut del Teatre, me dijo “sí, sube aquí arriba y baila”, o sea, como diciendo “que te crees tú que vas a ir al Institut del Teatre, ¡qué es esto!” Empecé a hacer teatro de aficionado a los seis años, los Pastorets, y ya desde los catorce estaba siempre haciendo una obra. Mi sueño desde los catorce años era ser actor, pero de la misma forma que lo soñaba pensaba que esto nunca iba a suceder. Al final, por insistencia, porque con quince o dieciséis años estaba en tres o cuatro proyectos de teatro, conseguí que mis padres me permitieran matricularme en el Institut del Teatre. Pero justo cuando iba a hacer eso me propusieron formar parte de un fenómeno teatral que era el Teatre Lliure de Barcelona. Yo tenía diecinueve años.
Mis primeros años fueron en 1976. Cuando empezaba a fraguarse la nueva era de la democracia, de todo lo que estaba por venir. Vivimos una ola de normalizar el teatro en catalán, de todos los clásicos, con un teatro propio, con una sala polivalente en el Barrio de Gracia. No me lo podía creer. Estuve diez años allí haciendo tres, cuatro espectáculos todos los años. Éramos una cooperativa, lo decidíamos todo entre todos. Luego conseguí una beca, cumplí los treinta años en Nueva York, estuve estudiando con Uta Hagen, en la escuela de ella, en el HB Estudio. Al Teatre Lliure les pedía permiso para poder hacer clases en el Institut del Teatre de acrobacia con los polacos, con Pavel y con Irene, les pedía ir a sus clases. Hacía clases de voz con Coralina Coulombe. Hice unas clases que me han acompañado toda mi vida con Albert Boadella de Máscara y de Clown. Él era profesor y yo pedía permiso para que me dejaran ir a clases sueltas, pero nunca me llegué a matricular, porque yo ya estaba matriculado en el Teatre Lliure de Barcelona. Pero siempre, si algo la vida me ha regalado, ha sido mi inquietud por aprender, y esto es algo que va conmigo y sigue yendo conmigo. Hice talleres y cursos con John Strasberg, Dominique de Facio, y luego, pues, evidentemente, he tenido mucha suerte de poder trabajar con grandes directores como Ariel García Valdés, John Sloboda, Xavier Puigserver, Lluís Pascual, Albert Boadella, Xavier Alberti, con quien he hecho muchos espectáculos.
Quería ser el mejor actor del mundo. Quería ser Marlon Brando. Puestos a pedir, pues vamos a pedir lo mejor. Tenía fascinación, todavía tengo fascinación por Marlon Brando. Ya se encargó la vida de ponerme en mi sitio y ocuparme de ser Lluís Homar. Esto fue un gran descubrimiento, o sea, es decir, que lo importante es que seas el viaje, como decimos en San Juan de la Cruz, el peregrinaje al ser, ese ser que te ha tocado en suerte o que tú has elegido, porque, vete tú a saber, si no nos hemos pedido ser lo que somos, lo que pasa que no somos capaces de asumirlo y ser lo que somos, por eso de ahí ese viaje y por eso los místicos me apasionan tanto, porque el viaje hacia el conocimiento, hacia uno mismo, puede ser también el viaje hacia Dios, porque finalmente no está tan separado uno de otro, y eso ha sido lo que quizá me ha aportado mi profesión, que yo estaba más deslumbrado por querer deslumbrar, y ha sido más un trabajo, y que sigue siendo un trabajo de recogimiento y un trabajo de interioridad, y sobre todo a partir de un momento ver que lo importante es el otro y que lo importante es ocuparse de verdad de uno mismo para servir al otro.
Lluís es un joven que funda el Teatre Lliure, como ha comentado, se convierte en un actor de cine muy reconocido, muy importante a nivel nacional, mediático… Da el salto al audiovisual también, hace series de televisión, la carrera teatral es indudable, pero ¿lo mejor que ha hecho Lluís Homar?
Hay cosas de las que me siento muy contento. En cine elegiría La mala educación, la primera película que hago con Pedro Almodóvar, es una película que a mí me entusiasma. En teatro tengo algunos personajes, uno de ellos es Spooner, de Tierra de nadie. Aquí, en la CNTC, recientemente, Fernando de El Príncipe constante. Personajes que me han cambiado la vida. El profesor Ben Hardy, Schnitzler también es un personaje que me cambió la vida. En cine el trabajo que he hecho con mi amigo Pau Freixas siempre ha sido algo muy particular. Alguna dirección. Terra baixa es mi personaje. Llegué a hacer la obra y la presenté en Madrid en el teatro de La Abadía. Esa obra ha sido, curiosamente, la que me hace dar el salto del teatro de aficionados al teatro independiente. Del cual nacerá el Teatre Lliure. Seguramente si yo no hubiera hecho Terra Baixa yo no sé si me hubiera postulado para ser el director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Mi vínculo con ese material ha conformado una biografía. Eso lo cuento en un libro que yo hice, compartido, y que se titula “Ahora empieza todo” en el que hago un análisis de cómo ha ido en paralelo esa obra y mi biografía tanto personal como profesional. Habrá cosas que me han marcado mucho, como fue Hamlet en su momento, Lo fingido verdadero, La comedia de maravillas… quizá porque son las más recientes. Banderas decía el otro día que lo mejor está por venir. No sé si lo mejor estará por venir o no, seguramente. Yo me siento mejor que nunca en mi vida. Soy más consciente que nunca que estamos en un momento complicado no, lo siguiente, que es dificilísimo, yo no sé qué va a pasar, de dónde vamos a ir a parar como sociedad y la sociedad nuestra, la sociedad española, pero me siento más vivo que nunca y siento que por eso me siento más útil que nunca y con más ganas que nunca de poder ser útil a los demás.
![Lluís Homar](https://www.masescena.es/wp-content/uploads/2024/12/Lluis-Homar-06-Hector-Peco-1024x626.jpg)
Para finalizar y lo dejamos aquí, ¿qué le diría al mundo del teatro?
¡Vamos! ¡Sigamos! Hay una cosa que hemos transmitido, alegría y excelencia. Desde la alegría busquemos la excelencia, porque el teatro es muy grande, puede ser difícil, pero no estamos aquí por casualidad, si estamos en el teatro es porque a lo mejor venimos de muy lejos y hemos decidido estar aquí, entonces la labor que nos corresponde en este momento es muy grande. Yo soy de los que piensan que la enseñanza tiene que ser pública, la sanidad y la cultura, y en este momento los trabajadores de la cultura tenemos mucho por hacer y además eso nos invita a ocuparnos de verdad de nosotros mismos para ocuparnos de los demás. Eso que dicen en los aviones, antes de ponerle la mascarilla al de al lado póntela tú. Pongámonos la mascarilla, respiremos de verdad y ayudemos a respirar a los que están al lado.