La Compañía Nacional de Teatro Clásico inaugura su temporada 2025-26 con “Fuenteovejuna”, una nueva mirada sobre uno de los textos más emblemáticos de Lope de Vega. Bajo la dirección de Rakel Camacho y con versión de María Folguera, el Teatro de la Comedia acoge un montaje que revisita el mito del pueblo unido frente al abuso de poder, combinando el verso clásico con un lenguaje escénico de gran intensidad visual y emocional.
Ambientada en la Castilla del siglo XV, la obra narra la rebelión de un pueblo oprimido por los abusos del comendador Fernán Gómez de Guzmán (Chani Martín), representante de una autoridad corrupta y despótica. Cansados de la violencia y las humillaciones, los habitantes del lugar —con Laurencia (Cristina Marín-Miró) y Frondoso (Pascual Laborda) como figuras centrales— deciden alzarse en armas y hacer justicia por su cuenta. Cuando las autoridades intentan esclarecer quién mató al Comendador, la respuesta colectiva “Fuenteovejuna lo hizo” se convierte en un símbolo de unidad, resistencia y justicia popular frente al orden establecido.
Por tópico que pueda parecer, ofrecer una nueva versión de “Fuenteovejuna” siempre entraña una dificultad inmensa; sin embargo, Folguera logra quitarle el polvo al clásico y hacerlo vibrar de nuevo, con una lucidez que lo trae al presente sin necesidad de forzarlo. Para esta puesta en escena de la CNTC, la también escritora y gestora cultural parte de una idea sencilla pero arriesgada: confiar en que Lope de Vega escribió, hace cuatro siglos, un texto radicalmente contemporáneo. No moderniza el lenguaje ni traslada la acción a un presente reconocible; en cambio, se adentra en los versos del Fénix con una lectura de precisión quirúrgica, sacando a relucir su lirismo, su crudeza, su visión escéptica de la política y su rabia contenida.
En lugar de reescribir, Folguera restaura: recupera el contexto histórico completo —incluidos los Reyes Católicos y la guerra en Ciudad Real— y mantiene los pasajes tiernos, humorísticos y las digresiones de Lope, devolviendo a la obra su compleja estructura de poder y evitando un mensaje unidimensional. Su adaptación logra sostener la tensión entre fidelidad textual y urgencia contemporánea: respeta los versos —con asesoramiento de Chelo García para preservar ritmo y dicción—, permite formas expresivas actuales y, sin eliminar la resolución monárquica, otorga la última palabra a Laurencia, desplazando el cierre hacia la reivindicación del coraje de la víctima.
La dirección de Rakel Camacho imprime una potencia escénica y visual notable, donde la acción corporal y la música, bajo la dirección de Raquel Molano, dialogan estrechamente con el verso. El pueblo constituye un organismo vivo y autónomo, un protagonista colectivo que respira, celebra y se rebela como un solo cuerpo ante la tiranía. Este componente identitario y folclórico, casi tribal, se acentúa con el vestuario de Rosa M. García Andújar, que subraya la raíz histórica y cultural de la comunidad. La composición musical de Pablo Peña y Darío del Moral enfatiza esta dimensión: el mismo pueblo que celebra la llegada del gobernador mediante himnos y cánticos será también el que clame justicia. Un recurso innovador y arriesgado que en muchos momentos funciona con pertinencia, aunque a veces caiga en lo reiterativo. Camacho, quien viene de dirigir con gran éxito “Las amargas lágrimas de Petra von Kant”, combina así tensión dramática, espectáculo visual y expresividad coral, subrayando la violencia, la injusticia y la complicidad sin sacrificar los instantes de ternura y humor que equilibran el montaje.

El reparto está a la altura de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y de un título de esta envergadura. Detrás de cada interpretación hay un enorme trabajo de coordinación y preparación vocal y física, que permite que la comunidad escénica funcione como un organismo colectivo. Aun así, esta concepción no impide que ciertas figuras destaquen y se individualicen en escena, ofreciendo momentos de lucimiento personal dentro del conjunto.
Todos los ojos se centran en Cristina Marín-Miró quien ofrece una Laurencia sublime, desplegando una comprensión profunda del personaje y un dominio emocional que desgarra en su monólogo del tercer acto, cuando denuncia la violencia sufrida. Su actuación transmite con convicción la vulnerabilidad, la rabia y la determinación de Laurencia, sosteniendo la tensión dramática de la obra y marcando un punto culminante en la narrativa. Esta intensidad va acompañada de una desnudez física que también se aplica a sus compañeros, reforzando la autenticidad y la energía colectiva del reparto. En su lectura, Laurencia no es un símbolo ni una víctima idealizada, es un cuerpo que habla y actúa desde la verdad y la resistencia junto a Jacinta (Adriana Ubani), cuya presencia subraya la experiencia de opresión compartida. Una mirada femenina —compartida por la adaptadora y la directora— que reinterpreta el mito desde la fuerza de quien ha sido históricamente silenciada, sin convertirlo en proclama, sino en pura presencia escénica.
Chani Martín compone un comendador tiránico, de mirada enloquecida y gesto contenido, en quien la violencia se va inoculando poco a poco hasta impregnar cada rincón del escenario. Su interpretación rehúye el exceso, lo que la hace aún más perturbadora: la amenaza surge del control, de esa calma previa a la explosión. Derrocha un machismo explícito, como se aprecia en una escena de enorme carga simbólica junto a sus soldados, donde las armas pasan a ser una prolongación obscena de su autoridad.
Por su parte, Pascual Laborda compone un Frondoso de gran honestidad interpretativa, alejado de la ingenuidad con que a menudo se aborda el personaje. Su trabajo huye del heroísmo fácil para situarlo en un plano más humano, más cercano a la dignidad silenciosa que al gesto grandilocuente. Laborda construye con naturalidad la relación con Laurencia y sostiene, desde la contención, una conexión emocional que equilibra la explosión del personaje femenino. Jorge Kent da vida a un Esteban sólido, encarnando la figura paterna y representante de la comunidad con firmeza y dignidad. Su actuación transmite la importancia de la honra familiar y sostiene la autoridad moral que guía las decisiones del pueblo frente al abuso del comendador. Por último, también destacaría a Alberto Velasco quien ofrece un Mengo sorprendente, interpretado desde una perspectiva de diversidad funcional, cuya vulnerabilidad y sencillez contrastan con la brutalidad del comendador. Su actuación añade una dimensión humana y refuerza la unión del pueblo contra el poder despótico.
La construcción escenográfica de Mónica Borromello resulta apabullante en el mejor sentido: imponente pero funcional, pensada para sostener la acción sin distraerla. Una gran plataforma actúa como eje central, mientras desde distintas alturas y niveles van apareciendo elementos que complementan la escena y amplían el relato. Ese dispositivo, de gran potencia visual, articula el movimiento coral del pueblo, aunque en algunos momentos puede resultar algo entrópico, como si la acumulación de elementos y estímulos amenazara con devorar la acción. La iluminación de Pilar Valdelvira acompaña con precisión el pulso emocional de cada pasaje, generando atmósferas desasosegantes o casi rituales según la tensión lo exige.
En definitiva, esta “Fuenteovejuna” de la Compañía Nacional de Teatro Clásico confirma que los clásicos no necesitan ser reinventados para seguir hablando con fuerza. Basta con escucharlos desde el presente, con inteligencia y riesgo, como hacen Folguera y Camacho. Su propuesta no busca la complacencia, aspira a incomodar, remover y recordarnos que el teatro puede ser también un acto político y poético a la vez. Con sus aciertos y sus excesos, el resultado es un espectáculo poderoso, de enorme vitalidad visual y emocional, que devuelve a Lope su condición de autor vivo. Porque aquí, una vez más, “Fuenteovejuna lo hizo”, y lo sigue haciendo sobre las tablas.
Dirección: Rakel Camacho
Versión: María Folguera
Reparto: Pedro Almagro, Mikel Arostegui Tolivar, Lorena Benito, Carmen Escudero, Mariano Estudillo, Cristina García, Jorge Kent, Pascual Laborda, Vicente León, Lucía López, Cristina Marín-Miró, Chani Martín, Eduardo Mayo, Nerea Moreno, Laura Ordás, Jaime Soler Huete, Fernando Trujillo, Adriana Ubani y Alberto Velasco
Escenografía: Mónica Borromello
Dirección musical: Raquel Molano
Lucha escénica: Kike Inchausti
Ayudante de escenografía: Mauro Coll
Especialista en heridas y sangre: Lolita
Iluminación: Pilar Valdelvira
Composición musical: Pablo Peña y Darío del Moral
Asesor de verso: Chelo García
Ayudante de iluminación: Marina Cabrero
Vestuario: Rosa M. García Andújar
Coreografía: Sara Cano
Ayudante de dirección: Marlene Michaelis y Pablo Martínez Bravo
Ayudante de vestuario: Rosa Rocha
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico







