En el Teatro de La Abadía puede verse hasta el próximo 6 de julio “Los yugoslavos”, el último montaje escrito y dirigido por Juan Mayorga, Premio Princesa de Asturias de las Letras (2022). Se trata de una obra delicada, donde el dramaturgo madrileño despliega una poética del silencio, el extravío y la esperanza. Si desean descubrir qué se esconde tras ese misterioso lugar llamado «el bar de los yugoslavos», pueden acudir a la Sala Juan de la Cruz y dejarse llevar por una experiencia tan íntima como sugerente.
La trama nos sitúa en un café de barrio, donde Martín (Javier Gutiérrez), un camarero inquieto por el mutismo y la tristeza de su esposa Ángela (Natalia Hernández), pide ayuda a Gerardo (Luis Bermejo), un cliente habitual, para que intente hablar con ella. Ángela, quien ha dejado de comunicarse, deambula por la ciudad con un mapa en las manos, buscando un lugar incierto: “el bar de los yugoslavos”. A partir de ese enigma, la obra va tejiendo una red de relaciones marcadas por el silencio, la incomunicación y la necesidad de encontrar sentido. Mientras la hija de Gerardo, Cris (Alba Planas), establece un vínculo inesperado con Ángela, los personajes se ven arrastrados a un viaje, donde cada mapa parece señalar algo más profundo que un simple destino físico.
Juan Mayorga firma una dramaturgia delicadamente fragmentaria, alejada de la linealidad, y construye un relato compuesto por pausas, elipsis y resonancias. El texto avanza como un mapa emocional, con cada escena actuando más como una coordenada que como un paso narrativo. La estructura —más sugerente que concluyente— deja espacios en blanco destinados a ser completados por el espectador, lo cual exige una recepción activa y atenta. Este dramaturgo, uno de los más prolíficos y profundos del panorama actual y doctor en filosofía, vuelve a situar el lenguaje en el centro del conflicto: su pérdida, su potencia, su ambigüedad. Los personajes no solo hablan, buscan en la palabra un refugio, una herramienta o incluso una forma de resistencia frente al vacío existencial. La obra explora, desde una perspectiva filosófica, la tensión entre el silencio y el habla como manifestaciones de la condición humana, donde lo no dicho adquiere tanto peso ontológico como lo expresado. Así, el texto se convierte en un campo de batalla íntimo que indaga en la esencia misma del ser, la comunicación y el sentido.
Dentro de esta estructura abierta y poética, se cuelan también destellos de humor absurdo, sutiles pero significativos, los cuales oxigenan la densidad emocional del relato y remiten a una cierta tradición del teatro del sinsentido. La propia premisa —una mujer en búsqueda de un bar imaginario con un mapa en la mano— podría rozar lo irrisorio si no estuviera tan cargada de verdad simbólica. De igual forma, la repetición constante de esta frase, clave para entender la acción “Deberíamos haber ido a los yugoslavos. Allí se juega a cualquier hora. Y se juega de verdad. Mientras las mujeres bailan”. Porque “Los yugoslavos” no solo interroga al lenguaje: interroga también a la pertenencia, a la pérdida de los lugares físicos y afectivos y a las formas de seguir adelante cuando ya no hay suelo firme desde una reflexión filosófica sobre la identidad y la desorientación en el mundo moderno. La figura de Yugoslavia funciona en la obra como una metáfora poderosa de la identidad fracturada y del desarraigo. Ese país desaparecido, que en su momento reunió a diversas comunidades bajo un mismo nombre, simboliza ahora la dificultad de encontrar un lugar propio en un mundo fragmentado, así como el doloroso proceso de reconstrucción tras la pérdida de las raíces y los espacios de pertenencia.
La dirección, a cargo del propio Juan Mayorga, se caracteriza por su sobriedad y precisión, potenciando la atmósfera poética del texto sin exagerarla. Fiel a su estilo, opta por una puesta en escena contenida, donde cada gesto, pausa y silencio adquieren significado dentro de un delicado equilibrio entre lo real y lo simbólico. Mayorga privilegia el ritmo interno de los intérpretes, confiando en su escucha mutua y en la tensión que surge de los diálogos. Sin artificios ni búsqueda de espectacularidad, la escena se despliega con naturalidad, dejando a la palabra —y su ausencia— funcionar como auténticos motores de la acción.

El reparto está conformado por cuatro intérpretes de notable solvencia, quienes se enfrentan a un material delicado y exigente con admirable contención y profundidad. Javier Gutiérrez compone un Martín de gran hondura emocional, sostenido en una interpretación precisa, serena y libre de artificios. Su trabajo se apoya en lo sutil: matices vocales, pequeños gestos y una escucha activa como sostenedor de cada escena. Domina como pocos la inflexión: sabe cuándo quebrar una palabra, cuándo prolongar una cadencia o dejar que el silencio respire. Su Martín es el motor emocional de la obra: un hombre común enfrentado a lo incomprensible, aferrado a lo poco que tiene para no rendirse ante el silencio de quien ama. Una interpretación que conmueve sin subrayar, imponiéndose por su autenticidad. Casi sin despegarse, Natalia Hernández interpreta a Ángela, una mujer enigmática y profundamente conmovedora, construida desde el silencio y la presencia. Su interpretación, sutil y cargada de matices, convierte cada gesto y mirada en una forma de lenguaje. Lejos de quedar reducida al mutismo, Hernández hace de Ángela una figura activa en su búsqueda, con una fuerza interior capaz de atravesar la escena sin necesidad de palabras. En su quietud resuenan la tristeza, la desconexión y el deseo de recuperar algo perdido. Una presencia poderosa que sostiene el misterio emocional de la obra.
Luis Bermejo da vida a un Gerardo lleno de matices, combinando ironía y ternura con naturalidad. Portador del don de la palabra, construye y sostiene gran parte de la trama mediante un discurso musical y cargado de matices. Su interpretación revela a un hombre que habla para evitar el silencio interior, usando la palabra como refugio y defensa. En las escenas junto a Cris, su hija, Bermejo muestra con delicadeza las tensiones y aprendizajes surgidos del choque entre una educación afectiva basada en la contención y la necesidad de expresión de la generación siguiente. Por último, Alba Planas aporta a Cris una energía fresca y necesaria que revitaliza el entramado emocional de la obra. Su personaje refleja esa urgencia por encontrar nuevas formas de expresión y un lenguaje capaz de nombrar emociones y conflictos heredados. Además, Planas funciona como una narradora omnisciente aportando realismo y perspectiva, actuando casi como un testigo ocular que acompaña y guía al espectador a lo largo de la historia.
La escenografía de Elisa Sanz, junto con la iluminación de Juan Gómez Cornejo, recrea con gran detalle los dos espacios donde transcurre la acción: el interior del bar, construido con un realismo envolvente, y el interior de la vivienda, separado por una línea invisible que sugiere una atmósfera claustrofóbica. La iluminación enfatiza este contraste, modulando atmósferas y acentuando la sensación de encierro en el hogar. El juego de alturas y la disposición escénica potencian el dinamismo de los movimientos de los personajes, que, aunque contenidos, adquieren una dimensión casi coreográfica. Cada desplazamiento parece responder a un mapa invisible, reflejando ese otro —físico y mental— que Ángela sostiene en sus manos. Así, la escenografía se convierte en un territorio de búsqueda, tránsito e incertidumbre, perfectamente alineado con el universo conceptual de la obra y con la dirección, que privilegia la precisión y la economía gestual para expresar las distancias emocionales entre los personajes.
Texto y dirección: Juan Mayorga
Reparto: Luis Bermejo, Javier Gutiérrez, Natalia Hernández y Alba Planas
Ayudante de dirección: Ana Barceló
Ayudante de dramaturgia en prácticas: Francisco Flecha Rodríguez
Diseño de escenografía y vestuario: Elisa Sanz (AAPEE)
Diseño de Iluminación: Juan Gómez-Cornejo (AAIV)
Música y espacio sonoro: Jaume Manresa
Ayudante de escenografía y atrezo en prácticas: Maria Teresa Ferrara
Taller de realización: Mambo Decorados
Movimiento escénico: Marta Gómez Rodríguez
Producción: Teatro de La Abadía
Producción ejecutiva: Sarah Reis
Ayudante de producción: José Luis Sendarrubias y Gema Iglesias
Ayudante de producción en prácticas: Mauricio Arjona
Fotografía: Javier Mantrana
Distribución: Traspasos Kultur
Producción en gira: Mónica Regueiro | Producciones Off






