Del 2 al 7 de septiembre, el Gran Teatro Pavón acogió «La comedia sin título», recuperando la voz de Federico García Lorca en una propuesta impactante, justo cuando se cumplen 89 años de su asesinato, conmemorada cada 17 de agosto. Más que una función, la cita se presentó como un acontecimiento cultural, invitando a revisar las heridas de nuestra historia reciente y a interrogar el lugar de la escena en la memoria colectiva.
“La comedia sin título” arranca con el primer acto escrito por Federico García Lorca en 1936, en el que el propio poeta interrumpe la representación para denunciar la comodidad del teatro burgués y reivindicar un arte que dialogue con la calle y con la violencia del mundo. A partir de ahí, Emilio Ruiz Barrachina prolonga la pieza en cuatro actos que reconstruyen las últimas horas del poeta: sus encuentros con amigos y familiares, la tensión en la Granada convulsa de la Guerra Civil y, finalmente, su detención y asesinato. La obra transita así de la metateatralidad lorquiana a un relato histórico y biográfico que pone al espectador frente al drama irresuelto de la memoria.
El montaje se sostiene, en primer lugar, sobre un arduo trabajo de documentación y, sobre todo, de comprensión profunda de la figura del poeta, imprescindible para poder darle forma escénica a un proyecto de estas características. No es habitual que en una cartelera tan competitiva se apueste por un título tan complejo y a contracorriente, lo que hace de esta propuesta un auténtico gesto de valentía artística y cultural. A ello se suma la trayectoria de Emilio Ruiz Barrachina, quien aporta solvencia y legitimidad incluso antes de alzar el telón. Su vínculo con Lorca no es circunstancial, viene de una investigación continuada que atraviesa libros, cine y teatro: en 2006 publicó “Lorca, el mar deja de moverse”, donde analizaba las circunstancias del asesinato del poeta a partir de las investigaciones de Ian Gibson y Miguel Caballero, obra que también tuvo formato documental y película; prologó “Las trece últimas horas en la vida de García Lorca”, de Miguel Caballero Pérez; y el pasado año ha firmado “La comedia sin título. Pasión y muerte de Federico García Lorca” (Ediciones de la Torre), que completa la pieza inconclusa para relatar la detención y asesinato del autor granadino. En teatro, ha estrenado adaptaciones como “Yerma” (2017) y “Bernarda” (2018). Todo ello hace que esta propuesta no parta de un terreno improvisado, sino de la culminación de un proceso de estudio y acercamiento que le otorga densidad y sentido.
La dramaturgia combina el espíritu inconcluso de Lorca con la mirada documentada y personal de Ruiz Barrachina, creando un delicado equilibrio entre poesía, historia y tensión dramática. Los actos añadidos no buscan imitar al poeta, sino construir una narración que refleja su terror, su humanidad y la implacable lógica de la violencia que lo rodea. Esta fusión dota a la obra de una verosimilitud poco común en adaptaciones teatrales, donde historia, memoria y emoción se entrelazan con el pulso poético original.
Además, la estructura desafía la linealidad, transitando del metateatro al drama histórico y obligando al espectador a asumir la tensión entre lo real y lo imaginado. Esa osadía formal, unida a la exposición de los motivos políticos, familiares y sociales del asesinato de Lorca, convierte la pieza en un ejercicio de memoria viva: no solo recuerda la barbarie de la Guerra Civil, también cuestiona la impunidad histórica y la capacidad del odio humano. El escenario se convierte, así, en espacio de denuncia y confrontación y la tragedia del pasado se siente cercana y urgente, recordándonos que, en cierta medida, hoy Lorca podríamos ser algunos de nosotros.
La dirección recae en el propio Emilio Ruiz Barrachina, quien se impone como uno de los pilares de la obra. Su mano firme y meticulosa logra cohesionar un texto que combina la ruptura poética de Lorca con la reconstrucción histórica de sus últimos días. A pesar de la gran cantidad de personajes la acción es ágil y perfectamente calibrada: cada escena mantiene el ritmo y la tensión necesarios, mientras los momentos de silencio y recogimiento permiten interiorizar la tragedia que se desarrolla ante los ojos del público.

La escenografía es parca y sobria. Apenas una silla resulta suficiente, pues los hechos y la historia están plenamente contextualizados por la dramaturgia y la interpretación. El director técnico e iluminación, Rafael Echeverz, enfatiza la sensación de obscuridad y soledad, subrayando la vulnerabilidad de Lorca y la tensión de sus últimos momentos. La entrada y salida de los actores desde el patio de butacas rompe la distancia tradicional entre escenario y público, implicando a la platea en la experiencia y amplificando la sensación de inmediatez de los hechos. En definitiva, el montaje se sostiene sobre una dirección que combina control y sutileza, donde cada gesto, pausa y movimiento del reparto potencia la fuerza dramática de la obra y la profundidad de la historia.
El trabajo actoral es otro de los grandes aciertos del montaje. Juanma Díez Diego deja su faceta meramente cómica en Jamming, para encarnar de forma sobresaliente a Federico García Lorca con una sensibilidad y presencia que capturan tanto su vulnerabilidad como la fuerza de su personalidad, convirtiéndose en el eje emocional de la obra. Valentín Paredes da vida al abogado Juan Luis Trescastro con precisión y tensión contenida, transmitiendo la autoridad y el pragmatismo de un personaje maquiavélico implicado en los últimos momentos del poeta. César Lucendo, por su parte, interpreta a Antonio Benavides con una maldad creciente y palpable: su amenaza se percibe desde los primeros instantes y se va gestando hasta alcanzar un punto de tensión insoportable, reflejando el odio que lo impulsa por motivos políticos y personales, o dicho de forma meridiana: “por rojo y maricón”.
Alberto Closas como Rosales equilibra firmeza y humanidad, mostrando la complejidad de quienes acogen y protegen a Lorca en su casa. Bárbara Caffarel, en el papel de Esperanza, aporta contención y calidez, humanizando la acción y ofreciendo momentos de reflexión frente al horror que se desarrolla. Enrique Simón encarna a Ruiz Alonso con dureza y determinación, representando los conflictos familiares y la venganza que se entrelazan con los motivos políticos, y dejando caer con ironía la frase que define su carácter: “ha hecho más daño con su pluma que otros con su arma”. Antonio Ponce interpreta a Simarro con control escénico, reforzando la autoridad militar y la tensión institucional, mientras Ángel Héctor Sánchez, como Ajenjo, añade un matiz de complicidad y presión.
Por su parte, Dani Nec da vida a Aurioles, un joven soldado de Falange y amigo de la infancia de Lorca, que aporta un instante de ternura y humanidad dentro de un entorno cargado de amenaza y violencia. El resto del elenco completa un reparto equilibrado, manteniendo la tensión y la intensidad dramática de la obra, mientras “La comedia sin título” hace resonar la voz de Lorca en cada escena. Poesía, tragedia y reconstrucción de la historia se entrelazan en un montaje conmovedor y desafiante, dejando al espectador profundamente impactado por la magnitud de la injusticia que marcó los últimos días del poeta.
Dramaturgia: Federico García Lorca
Adaptación y dirección: Emilio Ruiz Barrachina
Reparto: Juanma Díez Diego, Valentín Paredes, Alfonso Torregrosa, Bárbara Caffarel, Alberto CLosas, Césa Lucendo, Enrique Simón, Dani Neck, Juan Pedro Schwartz, Ángel Héctor Sánchez, Rebecca Arrosse y Miguelo García
Director de Producción: Jesús Aguilar
Estilismo: Manuel Mon
Diseño de Vestuario: Rebecca Arrosse
Escenografía: Óscar Losada
Director técnico e Iluminación: Rafael Echeverz
Producción: Hemisphere Teatro





