Este montaje recibe al espectador con una atmósfera cercana que pronto deja entrever un malestar latente. Si desean asomarse a una historia capaz de remover sin necesidad de levantar la voz, pueden acudir a esta propuesta en los Teatros Luchana.
La acción nos sitúa en un piso de Madrid, donde tres amigos de la infancia se reencuentran tiempo después. Martín (Alejandro Tous), ahora influencer y rostro televisivo, ha convocado a Adolfo (David Ballesteros) para celebrar su ascenso mediático, cuando de manera inesperada aparece Julia (Isabel Guardiola). Entre copas, bromas y recuerdos del pequeño pueblo donde crecieron, la velada avanza con aparente ligereza hasta que una sombra del pasado —un episodio enterrado en unas Navidades lejanas— regresa para desestabilizarlo todo. ¿Puede borrarse lo que hicieron de niños? ¿Quién decide qué versión termina imponiéndose?
La dramaturgia de Isabel Guardiola construye un todo inquietante: nostalgia tóxica, brecha de clase y miedo a la cancelación. Como la propia autora explica, “El pueblo” refleja esa “lucha de sofá” que define nuestra época: la urgencia por tomar partido sin haber pisado nunca el terreno, sin conocer todas las versiones, alimentados por rumores, titulares sensacionalistas a medio leer y bulos disfrazados de certeza.
La obra despliega su intensidad con precisión: la tensión nace de la naturalidad con la que los personajes van revelando medias verdades, justificaciones y pequeños chantajes emocionales. Réplicas cortantes, diálogos punzantes, preguntas capciosas y miradas desafiantes incrementan la sensación de incomodidad, convirtiendo cada interacción en un campo minado de silencios y reproches. Sin necesidad de giros espectaculares, el conflicto se instala poco a poco, y el espectador se ve obligado a enfrentarse a las contradicciones y secretos que laten bajo la superficie, atrapado en un crescendo que resulta a la vez inevitable y perturbador.
Lejos de regodearse en el suceso concreto, la dramaturgia se centra en sus resonancias: culpa colectiva, complicidad silenciosa y negación compartida. El texto muestra cómo un hecho puede deformarse, ocultarse o silenciarse bajo la fuerza del miedo, del rechazo social o del autoengaño. Esa exploración moral adquiere dimensión universal si se entiende que las dinámicas de memoria, culpa y olvido no pertenecen a un contexto aislado, sino a sociedades que prefieren no mirar sus heridas. El gran acierto dramatúrgico es que la obra nunca resuelve moralmente. No hay héroe ni villano claro, solo tres versiones incompatibles de un mismo recuerdo de infancia. Y ahí radica su fuerza: nos obliga a salir del teatro preguntándonos de qué lado nos habríamos puesto nosotros si el algoritmo nos hubiera elegido jueces.
La dirección de Alejandro Tous es el complemento exacto que necesita el afilado texto de Guardiola: fría, contenida y quirúrgica. En una sala de dimensiones reducida como esta, donde el público está literalmente a un metro del reparto, cualquier exceso habría sido mortal. El espacio es un cuadrilátero: una mesa, un sofá, cuatro sillas, una botella de vino y poco más. No hay salidas ni entradas innecesarias; los personajes están condenados a estar ahí, como nosotros condenados a mirar. Tous explota esa claustrofobia con una precisión matemática: los actores apenas se levantan, pero cada giro de copa, movimiento en falso o mirada que evita otra mirada está coreografiado al milímetro. Es teatro de cámara en el sentido más puro. La violencia es estática.
Tous dirige a los intérpretes con un registro casi cinematográfico: primeros planos emocionales, respiraciones audibles o microgestos. La tensión se construye en el silencio —cuando alguien calla, cuando una mano tiembla al servir vino o una mirada se alarga tres segundos de más— y el público contiene la respiración al unísono. Especialmente notable es su gestión del tempo: la primera mitad parece una comedia ligera y costumbrista; luego, de manera casi imperceptible, la trampa se cierra.
El trío protagonista sostiene la obra con una solidez admirable: su interpretación está cargada de subtexto y se percibe una química natural, forjada tanto en la experiencia conjunta dentro de la compañía ACTION como en su labor de entrenamiento actoral. Tous (“La telaraña de Aghata Christie”, “Alguien voló sobre el nido del cuco”) deja de lado su faceta de director y entra en acción con una sonrisa confiada, propia de quien vive arropado por el afecto de las redes, y en cuestión de minutos ya ha levantado un Martín narcisista, incómodo, egocéntrico y, aun así, sorprendentemente humano. Lo mejor es la naturalidad con la que pasa de la simpatía inicial al quiebro emocional final; nada suena forzado ni subrayado. Todo ocurre a un ritmo interno muy preciso, dejando ver las grietas de un personaje que intenta sostener una imagen que ya no se sostiene.
David Ballesteros (“Un tranvía llamado deseo”, “De nao y Marcel”) es el contrapunto perfecto: un manojo de nervio y rabia contenida, con un acento de pueblo que corta como alambre de espino. Combina astucia, cálculo y un dominio sutil de los demás, siempre dispuesto a mover hilos sin que se note, a provocar y controlar con precisión. Su trabajo corporal y facial es deslumbrante: una amenaza que nunca necesita gritar para imponerse. En varias miradas asoma algo de ese brillo inquietante de Norman Bates en “Psicosis”. Y quizá por eso su papel sea el más difícil de sostener: exige precisión, fuego interno y una intensidad que podría desbordarse en cualquier momento.
Por último, la propia autora se guarda el rol más complejo y menos agradecido: el de quien carga todo el peso sin apenas poder soltarlo. Guardiola (“Reset”, “Un tranvía llamado deseo”) construye a Julia con una delicadeza turbadora: al principio muestra asombro e incomprensión, como si la situación la sobrepasara, pero de manera progresiva va recomponiendo los hechos, descifrando los silencios y las medias verdades de sus amigos. Su interpretación crece en intensidad hasta que una puñalada final, figurada, pero letal asesta la escena.
En un Madrid repleto de espectáculos que entretienen y se olvidan al salir, “El pueblo” es de los pocos que duelen, remueven y persisten. No permite la neutralidad: sales preguntándote qué habrías hecho tú en esa mesa, qué versión de tu propia infancia serías capaz de defender… y hasta dónde llegarías para que nadie la pusiera en duda.
Autora: Isabel Guardiola
Director: Alejandro Tous
Reparto: Alejandro Tous, Isabel Guardiola, David Ballesteros





