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Año IXNúmero 433
05 DICIEMBRE 2025

El potosí submarino: una farsa burbujeante entre corrupción y ambición

Un instante de la representación
Un instante de la representación
Sátira, risas y vicios del poder que atraviesan siglo y medio, transformados en una zarzuela irreverente y contagiosa.

El Teatro de la Zarzuela despide noviembre con “El potosí submarino”, un título sorprendente que combina aventura y crítica social. Bajo su apariencia de fantasía juliovernesca late una sátira feroz sobre la corrupción, el ansia de enriquecimiento y la fragilidad de un país que, tras celebrar sus grandes hitos, despierta entre resacas colectivas y ambiciones desmedidas.

El Potosí Submarino gira en torno a la supuesta aparición de una mina sumergida cuya promesa de riqueza desata una carrera frenética entre políticos, empresarios y oportunistas. Al frente del fraude se sitúa Misisipí (Manel Esteve), estafador ambicioso que arrastra a Pale-Ale (Rafa Castejón), cervecero desesperado capaz de entregar a su hija Celia (Carolina Moncada) a cambio del negocio soñado. El regreso inesperado de Cardona (Alejandro del Cerro), antiguo amor de la joven, amenaza con desbaratar la operación y reactivar heridas del pasado, mientras figuras como Perlina (María Rey-Joly), Coralina (Mercedes Gancedo) y el enigmático Príncipe Escamón (Juan Sancho) revelan el reverso corrupto y seductor del supuesto tesoro. Entre promesas de fortuna y pactos obscuros, la historia desnuda un país atrapado entre la codicia, la ingenuidad y el espejismo del enriquecimiento fácil.

La gran virtud de esta versión firmada por Rafael R. Villalobos reside en su fidelidad absoluta al espíritu del libreto original de Rafael García Santisteban (1870) y, al mismo tiempo, en su audacia para hacerlo estallar en la cara del espectador de 2025. Lejos de reescribir por reescribir, Villalobos respeta la estructura en tres actos, los conflictos dramáticos y casi la totalidad de los números musicales —incluidos los textos cantados, que apenas sufren retoques mínimos—, pero traslada cada referencia política y social a la España de 1993, «el año de la resaca» posterior a la gran fiesta del 92.

El verso, ágil y punzante, conserva la frescura y el descaro del original, pero ahora suena a crónica de Hola mezclada con los chistes de Martes y Trece y los titulares de Interviú: vedettes que se cosifican, políticos recién salidos de la cárcel, promotores con yate y móvil Moviline, y una sociedad que prefiere mirar para otro lado mientras el país se hunde en su propio Potosí de hormigón.

Villalobos no huye de los textos más incómodos del XIX (la “Canción de las ranas” o las seguidillas machistas) y los mantiene intactos, utilizándolos justamente para subrayar la continuidad del machismo y la hipersexualización femenina entre la España de las suripantas y la de las chicas de Farmacia de Guardia. Solo se permite una licencia brillante: actualizar la celebérrima “Canción del cable” para que Escamón traiga, desde el fondo del mar, los titulares de corrupción de 2025. Es, en definitiva, una operación de arqueología viva: desenterrar una joya olvidada para demostrar que España lleva siglo y medio persiguiendo exactamente el mismo espejismo.

Rafael R. Villalobos, al frente también de la escenografía y el vestuario, firma una puesta en escena de sabor profundamente berlanguiano: cruel y tierna a la vez, grotesca sin ser cruda, y caricaturesca sin caer en la parodia fácil. El ritmo es vertiginoso y preciso; cada acto funciona como un engranaje perfecto en el que entradas, salidas y cambios de espacio mantienen la tensión cómica sin perder ni un gramo de claridad. La escenografía convierte el fondo marino y la mina submarina en metáfora evidente (y eficaz) de las cloacas del poder, mientras el vestuario mezcla con acierto guiños noventeros (hombreras, lino blanco arrugado, leopardo y dorados cutres) con la estética de las antiguas suripantas.

Todo dialoga: la iluminación de Felipe Ramos alterna el brillo falso y cegador del cabaret con la luz cruda de los bastidores y las coreografías de Ariadna Peya combinan voguing, baile de salón de pueblo y referencias noventeras sin resbalar hacia la parodia burda. Villalobos coloca el espejo delante del patio de butacas para subrayar la tensión entre ilusión y fraude, riqueza prometida y corrupción latente. En definitiva, nos obliga a reírnos de lo que fuimos… y de lo que no hemos dejado de ser.

La dirección musical de Iván López Reynoso hace brillar la partitura de Emilio Arrieta como si se estrenara hoy: limpia, ágil y con una energía contagiosa. La Orquesta de la Comunidad de Madrid y el Coro del Teatro de la Zarzuela (Antonio Fauró) están impecables y convierten los números clave en momentos antológicos: la Introducción y el concertante de accionistas (“Queremos ser accionistas”), el célebre Brindis de la cerveza que cierra el primer acto, la Marcha triunfal, la cavatina de Perlina (“¡Viva Perlina del mar!”), la Canción-polca de las velocipedistas (“Al montar sobre el velocípedo”) y los dos grandes finales de acto, especialmente el del segundo con la rana sentimental y las seguidillas.

El reparto brilla por su complicidad y precisión cómica, articulando con maestría la sátira del libreto. Manel Esteve, como el estafador Misisipí, es el motor de la función: su barítono rotundo y su timing cómico —mezcla de bufón shakesperiano y promotor inmobiliario de los 90— convierten cada entrada en un pelotazo. Carolina Moncada da vida a Celia con una soprano luminosa y una ingenuidad fingida que pasa del candor al cinismo en un parpadeo, especialmente en su romanza “Yo soy honrada”, donde brilla por su pureza melódica y su guiño irónico. Alejandro del Cerro, en el rol de Cardona, aporta un tenor ágil y un carisma de galán de telenovela que hace creíble su arco de amante traicionado a cómplice entusiasta; su arieta “¡Ah! Ya estoy en tierra, soy feliz” es un derroche de ligereza y picardía.

María Rey-Joly, como Perlina, despliega un soprano de agilidad deslumbrante en la cavatina “¡Viva Perlina del mar!”, donde su vedette decadente —cercana a la domadora de leones— roba escenas con un descaro que recuerda a las grandes divas del cabaret. Mercedes Gancedo, en Coralina complementa con una voz igual de efectiva aportando esa sorna de corista que sabe más de lo que dice. Juan Sancho, como el Príncipe Escamón, es otro hallazgo: su interpretación anfibia en la “Canción del cable” —con esos titulares actualizados que provocan risas incontrolables— es de un humor ácido y una proyección vocal impecable. Rafa Castejón, en Pale-Ale, redondea el núcleo con un bajo-barítono cálido y paternal que oculta la codicia a la perfección, mientras el coro y los secundarios (Luis Tausía como maître, Helena Dueñas, Marina Fita y Ricardo Rubio en papeles menores) sostienen el ensemble con una energía coral que hace que los grandes números colectivos suenen a fiesta desbocada.

“El Potosí Submarino” rescata con frescura y descaro una joya del XIX que sigue golpeando hoy. Villalobos convierte la zarzuela en un espectáculo vivo: personajes llenos de comicidad, música pegadiza y números colectivos que son una auténtica fiesta. Reírse, disfrutar y pensar a la vez: esa es la fuerza de este Potosí que, un siglo y medio después, sigue hundido… y fascinando.

Libreto: Rafael García Santisteban

Música: Emilio Arrieta

Versión: Rafael R. Villalobos

Dirección musical: Iván López Reynoso

Dirección escénica: Rafael R. Villalobos

Reparto: Manel Esteve, Enric Martínez-Castignami, Carolina Moncada, Nuria García Arrés, Alejandro del Cerro, Enrique Ferrer, María Rey-Joly, Irene Palazón, Mercedes Gancedo, Laura Brasó, Juan Sancho, José Luis Sola, Rafa Castejón, Marina Fita Montfort, Luis Tausía, Ricardo Rubio, Helena Dueñas, Hugo Díaz, Magadela Aizpurua, Milena Barquilla, José Carpe

Escenografía: Emanuele Sinisi

Vestuario: Rafael R. Villalobos

Iluminación: Felipe Ramos

Coreografía: Ariadna Peya

Videocreación: María Cañas

Coro: Coro Titulares del Teatro de la Zarzuela (Antonio Fauró)

Orquesta: Orquesta de la Comunidad de Madrid

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