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Año IXNúmero 433
05 DICIEMBRE 2025

El cabaret de los hombres perdidos: libertad, deseo y rebeldía en un escenario que no teme mostrarlo todo

Un instante de la representación
Un instante de la representación
Un viaje de música y carne donde la dirección de Robles y un elenco magnético ponen cuerpo y verdad a un canto a la valentía y la diversidad.

Malasaña vuelve a encender sus luces más canallas con “El cabaret de los hombres perdidos”, en el escenario del Teatro Maravillas hasta el 23 de noviembre. En este espacio íntimo, a medio camino entre el club nocturno y la confesión, cuatro intérpretes y un trío de jazz convierten la noche en un espejo de deseos, heridas y destinos torcidos.

Todo comienza con un joven fugitivo que, sin rumbo, herido y cargado de pasado, cruza la puerta de un cabaret en decadencia. Dentro lo esperan tres figuras enigmáticas: Dédé (Leo Rivera), un tatuador (Armando Pita) y Lullaby (Supremme de Luxe). Desde ese momento, el cabaret se convierte en un territorio suspendido entre lo real y lo onírico, donde la vida de Dicky (Cayetano Fernández ) queda expuesta ante el público. Su anhelo de ser cantante se mezcla con la tentación del éxito fácil, el deseo, la manipulación y la culpa. Lo que parecía un refugio acaba revelando un espejo turbio donde emergen la identidad, la libertad y el precio de los sueños.

Estrenado en el Théâtre du Rond-Point de París en 2006, este montaje fue considerado como un musical de culto por su mezcla de humor negro, sensualidad y crítica existencial. Con texto de Christian Siméon y música de Patrick Laviosa, proponía una reflexión sobre el destino y la identidad desde los márgenes, haciendo del cabaret un escenario simbólico en el que todo puede suceder..

En manos de Israel Reyes, esta versión abandona cualquier atisbo de complacencia y se convierte en una radiografía de la resistencia desde la identidad, la diferencia y el deseo. La obra transita entre lo legal y lo clandestino, lo visible y lo oculto, para explorar el precio de la libertad y el poder de las decisiones en un mundo que celebra la diversidad mientras sigue señalando al distinto. Reyes, director comprometido con la comunidad LGTBI y fundador de la compañía Clapso, imprime a la función una mirada coherente y profundamente contemporánea. Lejos de la evasión, su cabaret se convierte en refugio político y emocional, donde los cuerpos cobran voz y presencia.

No estamos ante un musical al uso. La densidad temática y su hilo conductor pesan más que la estructura narrativa tradicional. Israel Reyes lo aborda desde una mirada pegada a la actualidad, con referencias explícitas e implícitas a este presente distópico que nos rodea. La duda existencial, la hipocresía y el miedo vuelven al tablero con una vigencia inquietante. La obra está construida a partir de escenas recreadas, donde los intérpretes alternan distintos personajes en un continuo juego de identidades paródicas que por momentos enriquece la propuesta, aunque en ciertas secuencias afecta a la fluidez del conjunto. Cada canción, bajo la adaptación de Alicia Serrat, retrata las emociones de los protagonistas y, al mismo tiempo, sacude las conciencias del público, recordando los orígenes del género: susurrar sin tabúes y provocar reflexión. Admito que me costó conectar con el primer número y que el último tramo resulta algo prolongado, aunque el cierre alcanza una potencia sobresaliente.

La puesta en escena arriesga con decisión y marca una diferencia necesaria dentro del panorama musical actual. Reyes apuesta por un enfoque directo, sin artificios, donde la crudeza y la emoción prevalecen sobre la forma. Es una propuesta que afronta lo incómodo y muestra la herida sin recrearse en ella. Incluso podría haber ido más lejos sin caer en lo sórdido, porque la materia prima —la marginalidad, el deseo, la caída— lo permite. La escenografía de Juan Sebastián Domínguez y la iluminación de Himar Santana trabajan al unísono para construir una atmósfera que oscila entre lo clandestino y lo onírico. Con pocos elementos, el espacio adquiere dinamismo y se redefine a través de la luz y la disposición de los cuerpos.

La propuesta musical mantiene la energía viva del cabaret gracias a la presencia del trío en directo: J. Jaime Hidalgo al piano, Lluis Albert Soriano a la batería y Oscar Cuchillo Sastriques al contrabajo. Su aportación dota al conjunto de textura, ritmo y un punto de improvisación que encaja con la naturaleza libre y provocadora del espectáculo. La partitura combina distintos géneros —del jazz al music hall, pasando por el pop teatral—, siempre sobre una base de revista que le da coherencia y sentido escénico. Ese cruce estilístico imprime dinamismo y permite a cada número dialogar con un registro emocional distinto.

Otra de las señas más destacadas es la permanencia de los cuatro intérpretes en escena durante prácticamente toda la hora y media de duración. Son ellos quienes sostienen la función, manteniendo la energía y el pulso dramático sin descanso, lo que permite disfrutar de números conjuntos de gran fuerza expresiva, especialmente el que culmina la representación.

Un instante de la representación
Un instante de la representación

En la piel de Dicky, Cayetano Fernández ofrece una interpretación sólida y progresiva, marcada por la búsqueda de redención y autodescubrimiento de un joven perdido. Ya había asumido este papel en una primera versión dirigida por Víctor Conde y en esta nueva etapa reafirma su dominio del personaje. Su protagonismo crece a medida que avanza la función, con un arco de transformación —del desamparo inicial a la afirmación final— que resulta verosímil y emocionalmente convincente. Fernández (“La última tourné”, “Tres sombreros de copa”, “Un chico de revista”) evita el exceso y apuesta por una contención medida que realza su natural telegenia, capaz de atrapar al espectador. Solo se echan en falta más números individuales, donde podría desplegar con mayor amplitud su carisma escénico y calidad vocal.

Leo Rivera compone un Dédé magnético, ambiguo y con una energía escénica que domina cada aparición. Es un papel pintiparado para este actor polifacético, capaz de abordar una comedia, un musical o ambas cosas a la vez con igual solvencia. Su personaje actúa como eje y detonante de muchas de las situaciones del cabaret, a medio camino entre maestro de ceremonias, cómplice y juez del destino de Dicky. Rivera (“La piel fina”, “Arte”, “El secuestro”), quien también participó en la anterior adaptación, imprime al papel un tono irónico y provocador, sin perder elegancia ni presencia escénica. Su voz y movimientos están llenos de intención, construyendo un Dédé que fascina y perturba a partes iguales. La complicidad con el público, bien medida, refuerza esa sensación de peligro y seducción que define el universo del cabaret.

Como Tatuador, Armando Pita otorga una presencia discreta, cargada de simbolismo. Desde su primera aparición, imprime al personaje una mezcla de paternalismo y misterio que define el tono del relato. Su larga trayectoria en el mundo de los musicales se nota en la elegancia del gesto y el control del ritmo. Pita (“La función que sale mal”, “Jaula de las locas”, “West side story”) trabaja desde la sutileza, construyendo un hombre que representa la huella —literal y emocional— de la identidad y el destino. Su número estelar, de gran intensidad y carga expresiva, se convierte en uno de los momentos más potentes de la función.

Por último, Supremme de Luxe asume el papel de Lullaby con una mezcla impecable de carisma, oficio y sensibilidad. Dueña absoluta del escenario, domina la parodia y clava los números musicales con una naturalidad deslumbrante. Cada intervención equilibra ironía y ternura, humor y emoción, sin perder nunca el control del tono. Una artista en toda regla, capaz de convertir cada aparición en un espectáculo dentro del espectáculo.

En tiempos de corrección y artificio, “El cabaret de los hombres perdidos” reivindica la libertad de los cuerpos, la diversidad de las voces y el valor de lo incómodo como motor artístico. Un musical distinto, honesto en su mirada, que deja huella por su capacidad para interpelar sin moralinas y recordar que el escenario, como la vida, también puede ser un acto de rebelión.

Dirección y adaptación: Israel Reyes.

Elenco: Cayetano Fernández, Leo Rivera, Supremme de Luxe, Armando Pita.

Autoría: Christian Siméon, Patrick Laviosa.

Reparto: Cayetano Fernández, Leo Rivera, Supremme de Luxe, Armando Pita

Músicos: Jaime Hidalgo, Lluis Albert Soriano, Oscar Cuchillo Sastriques

Arreglos musicales: Germán G. Arias.

Escenografía: Juan Sebastián Domínguez.

Iluminación: Himar Santana.

Coreografía: Verónica Mejías Villa.

Adaptación de canciones: Alicia Serrat.

Ayudante de dirección y vocal coach: Florencia Aragón.

Vestuario: Studio Ü.

Producción: El cabaret de los hombres perdidos, AIE.

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