Hasta mediados de septiembre, el Teatro Pavón acoge “Carmen, nada de nadie”, una obra que rescata la memoria de Carmen Díez de Rivera, figura tan decisiva como olvidada de la Transición. Con la dirección de Fernando Soto, el montaje revela las luces y sombras de una mujer que vivió entre el poder y la soledad, hoy convertida en protagonista de una tragedia moderna.
La obra reconstruye la vida de Carmen Díez de Rivera, aristócrata, política y, sobre todo, mujer que desafió las estructuras de su tiempo. Durante 85 minutos recorremos desde su turbulenta relación familiar hasta su papel clave en los años de la Transición, cuando se convirtió en la primera mujer en dirigir un gabinete político en España. A medio camino entre el retrato íntimo y la crónica histórica, el montaje muestra sus contradicciones, la soledad que la acompañó siempre y la paradoja de ser imprescindible en un mundo que nunca terminó de reconocerla.
La dramaturgia, obra de Francisco M. Justo Tallón y Miguel Pérez García, se distingue por su rigor y originalidad. Los autores han llevado a cabo un exhaustivo trabajo de documentación, combinando hechos históricos, testimonios y material de archivo, para ofrecer una reconstrucción sólida y veraz de la vida de la protagonista. Solo por esta novedad, nada habitual en la cartelera actual, la propuesta ya merece la atención. El texto transforma su biografía en un relato dramático, entrelazando tensiones políticas y dilemas personales, con diálogos ficcionados que reflejan su inteligencia y fuerza, mientras silencios y pausas adquieren un peso narrativo que intensifica la experiencia y acerca al público a esta etapa de cambio desde una perspectiva íntima y compleja.
Un elemento central de la obra es la decidida postura de Carmen a favor de la legalización del Partido Comunista, un paso clave para afianzar la democracia española y que Suárez no tenía del todo claro en aquel momento. A pesar de la importancia de este conflicto, los encuentros directos entre Carmen y Suárez pierden algo de intensidad dramática: él aparece menos definido de lo que la historia requeriría y, en algunos momentos, carece del peso que justificaría su papel en la narrativa. Otro aspecto muy interesante es su capacidad de resonar en la actualidad. España se compara con un conjunto de pistas de circo, donde cada decisión exige equilibrar intereses distintos y tratar de contentar a todos, una metáfora que mantiene plena vigencia y que alude también al nacimiento de la partitocracia, un sistema instaurado entonces que sigue muy presente en nuestros días.

La dirección de Fernando Soto logra que, pese a la densidad del tema, la obra respire con un aire de libertad y movimiento y no resulte pesada. El también actor y coautor del espectáculo “Mejorcita de lo mío” y “Al final todos nos encontraremos” combina con habilidad la narrativa política y la dimensión íntima de Carmen, haciendo que las transiciones entre su compleja vida familiar y personal y la perspectiva política resulten fluidas y sorprendentes. Cada posición de los actores en escena está cuidadosamente pensada: no es casualidad dónde se sitúan en cada momento y, en varios instantes, me recordó a los puntos que se colocan en una investigación, que al unirlos con una línea revelan la explicación de todo. Una pantalla complementa la puesta en escena, ayudando a contextualizar la historia mediante fechas e imágenes, lo que refuerza la comprensión del espectador sin interrumpir el ritmo dramático. Gracias a estas decisiones, la dirección consigue un montaje ágil y vivo, capaz de transmitir la intensidad de los acontecimientos y la personalidad de Carmen de manera directa y convincente.
La actuación del reparto es sólida y cohesionada, con una química evidente entre los intérpretes; cada escena transmite veracidad y los momentos dramáticos ganan fuerza gracias al subtexto que subyace en gestos, silencios y miradas.
Beatriz Argüello se adueña del escenario como Carmen, mostrando una interpretación de gran fuerza y carisma. Equilibra con precisión la dimensión política del personaje con su faceta más personal, transmitiendo determinación y resiliencia en cada gesto y mirada. Su presencia sostiene el ritmo de la obra y se convierte en el eje sobre el que se articula la historia, imponiendo un magnetismo que hace creíble y potente cada instante de la narrativa. El personaje de Sonsoles de Icaza, interpretado por Ana Fernández, encarna con claridad la posición aristocrática que representa, aportando un contrapunto social que ayuda a contextualizar la historia de Carmen. La actriz transmite elegancia y credibilidad, dejando su huella sin restar fuerza al papel central de Carmen y enriqueciendo la riqueza dramática del conjunto.
En el papel de Adolfo Suárez, Oriol Tarrasón construye un personaje cargado de simbolismo, que aporta equilibrio a la narrativa y sirve de contrapunto a la protagonista. A través de su presencia se perciben las dudas y tensiones propias de un líder enfrentado a decisiones históricas. Pese a que en algunos momentos su figura podría ganar más definición, los enfrentamientos y diálogos con Carmen transmiten con claridad la complejidad de su papel en la Transición, mostrando tanto su cautela política como el peso de sus responsabilidades. Por último, Víctor Massán da vida a Don Juan Carlos, cuya presencia en escena no es central, pero cumple un papel clave al mostrar la amistad con Carmen y subrayar la influencia que tuvo en algunas de las decisiones políticas de la época.
La escenografía es parca pero eficaz. Mesas y escritorios evocan fotogramas de cine clásico, delimitan los espacios y centran la atención en los personajes y sus interacciones. Esta sobriedad se potencia con un diseño de iluminación basado en claroscuros, que en determinados momentos marca el inicio de la acción y refuerza la tensión dramática. Además, los sonidos seleccionados dibujan y recuerdan momentos concretos, cargados de simbolismo y capaces de reforzar la memoria histórica de la obra. El conjunto logra crear un ambiente elegante y concentrado, donde cada elemento cumple un propósito y contribuye a reforzar la narrativa sin distraer al espectador. En definitiva, una obra imprescindible, que sorprende por su valentía y consigue involucrarnos en la historia de una figura singular.





