¿En qué momento profesional se encuentra?
En la carrera profesional de una bailarina, a los treinta años, empiezas a plantearte que ya no eras la jovencita de la compañía. Yo entré en el Stuttgart Ballet muy joven, tanto que, en mi primera gira, yo tenía 17 años y como era menor de edad, necesité la autorización de mis padres para ir a China. Siempre me he sentido la más peque, pero llega un momento en el que llevas muchos años y experiencias detrás. Me siento una bailarina formada ya, pero con ganas de seguir explorando y encontrando cosas nuevas en mi carrera. Es un momento perfecto en una carrera, físicamente me encuentro bien y mentalmente también.

¿Cuáles son sus próximas metas en el mundo del ballet?
Nunca he sido una persona muy ambiciosa en este sentido. Siento que siempre he seguido una corriente que me llevaba hacia algún sitio y he ido absorbiendo todo lo que recibía. Más que metas, espero que mi carrera me siga sorprendiendo cada día, seguir encontrando ballets con los que disfrutar, y seguir dando lo mejor de mí en los años que me queden como bailarina.

Yendo al pasado, ¿cómo aparece la danza en su vida?
A los once años, yo hacía gimnasia rítmica, que era un deporte muy exigente y que me estresaba mucho. No podía aguantar eso de las competiciones. Una vez a la semana te obligaban a hacer una clase de ballet, cosa que no gustaba a ninguna gimnasta, pero yo lo disfrutaba mucho. La profesora de ballet me animó a hacer las pruebas de acceso para el Conservatorio Profesional de Danza de Valencia y sin saber nada de ballet, ni haber hecho nunca nada de puntas, ahí fui yo y así empezó mi historia con el ballet. Entré siendo una alumna muy diferente al resto, porque podía hacer cosas de gimnasia rítmica, como elasticidad y saltos. Fue como construir la casa por el tejado y de repente, estaba en un estudio frente a una barra haciendo cosas muy simples que no tenía mucha idea de cómo hacerlas. Fue un cambio bastante brusco que mentalmente me costó superar, pero descubrí el disfrute del ballet.

¿Cuál es la enseñanza más importante que le inculcaron sus maestros Rafael Darder, padre e hijo?
Mi primer año fue con Rafael Darder, padre, que se iba a retirar, y luego continué mi formación con su hijo Rafa, para quien era su primera clase después de dejar de bailar. Éramos un grupo de bailarines jóvenes, muy motivado, que nos llevábamos súper bien e hicimos cosas increíbles en el conservatorio. Siempre me han encantado sus clases, se las han trabajado mucho y también eran muy artísticas. ¿Cómo ilusionarte con un trabajo tan mecánico como hacer barra? Ellos nos inculcaron esa motivación para seguir haciéndolo mejor y disfrutar con el trabajo.

No quería competir en gimnasia rítmica, pero el Prix de Lausanne le dio la oportunidad de su vida.
Es una historia muy interesante porque ni gané ni pasé a la final. Yo venía del conservatorio y me sentía un poco fuera de lugar porque no sabía nada del mundo del ballet fuera de Valencia, pero técnicamente era muy fuerte. Lo que fue muy bonito es que hacían una clase para la gente que no pasaba a la final. Lloré mucho porque no había pasado a la final y me propuse hacer lo que me diera la gana en la clase. Recuerdo sentirme súper bien haciendo la clase y después me dieron un papel con todas las becas y escuelas que querían que entrara en ellas. Agradezco mucho a la vida esa oportunidad. A veces, no es necesario ganar o el reconocimiento de alguien para poder seguir adelante, y plantarte sabiendo lo que vales, puede ser el momento en el que la gente reconozca tu valía.

¿Por qué se decantó por el Stuttgart Ballet?
No sé por qué, el destino quizás. Sí es verdad que Rafa Darder se graduó en Stuttgart y nos contaba muchas historias. Desde la audición, sentí que era un sitio para mí, me sentí muy cómoda y después de dieciséis años puedo decir que es una compañía que aprecio un montón, un estilo de danza con el que me identifico, un repertorio fantástico, de clásico a moderno, con historias muy dramáticas, que me gustan mucho. Luego está el ambiente de una compañía en la que sientes que formas parte de una familia.

¿Recuerda qué bailó en su debut profesional?
Mi debut fue en la gira de China, donde hice papeles muy pequeñitos, pero mi primer debut de verdad fue con “Giselle” en Stuttgart y hacía de Cuerpo de Baile en el segundo acto. Como era de las más bajitas me pusieron en la primera fila y tenía miedo de no poder ver a las de detrás por si había algún cambio, así que sentí más responsabilidad en esa posición.

¿Cómo ha vivido su ascenso por la escala de rangos hasta convertirse en bailarina principal?
Todo fue muy rápido y ahora me parece tan lejano, pero estoy muy contenta de haber pasado por todos los rangos de una compañía. Soy muy trabajadora y respetuosa, pero creo que también es importante ser humilde y el talento, además de estar en el momento preciso y en el lugar adecuado, y tener suerte. La combinación de todos los factores ha hecho que mi carrera haya sido tan rápida y buena. Creo que el paso por el Cuerpo de Baile es muy importante en la carrera de una bailarina para aprender que forma parte de un grupo. Aunque mi tiempo como Cuerpo de Baile fue muy cortito, lo disfruté mucho y me dieron la base de lo que soy, y me hicieron respetar y aprender su importancia. Luego fueron viniendo oportunidades, como bailar “El lago de los cisnes” a los 19 años, y haber podido superar esa prueba y la presión que conlleva, fue increíble. Y así hasta llegar a bailarina principal y aún no me he cansado.

¿Cómo se define como bailarina y qué tipo de roles se adecúan más a sus características?
Cuando me preguntan si soy más clásica o moderna, la respuesta es que yo necesito las dos cosas para sentirme realizada, aunque sí es verdad que el repertorio del Stuttgart Ballet me define muy bien porque me permite ir de lo más clásico a lo más moderno. Me defino como una bailarina muy humana y que intenta darle humanidad a todos los ballets que interpreta, y muy sincera en el sentido de que aporto un poco de mi personalidad a cada rol: puedo ser la princesa Aurora de “La Bella Durmiente”, pero también me encanta encontrar nuevos movimientos con la danza moderna.
¿Hay algún rol que le haya marcado especialmente?
Sobre todo, los ballets de John Cranko. Son ballets preciosos, que he bailado un montón, y aunque los baile cien mil veces, sigo encontrando detalles que los convierten en eternos y de los que es imposible cansarte. Todos ‘los Crankos’ tienen mucha personalidad dentro. Puedes ver el rol de Tatiana de “Onegin” bailado por diferentes bailarinas y es un ballet totalmente diferente, y es porque Cranko abría un abanico muy grande a las posibilidades de interpretación. Su logro está en llevar a un mundo más real a la bailarina clásica con tutú de princesita; ahora es un personaje más real y humano, con el que la gente se identifica más.

Con una carrera vinculada al Stuttgart Ballet, ¿qué aporta la invitación de otras grandes compañías internacionales?
Los guesting son muy importantes en mi carrera. Mi primer guesting fue con el Australian Ballet y yo era súper jovencita cuando nos invitaron a bailar “Don Quijote” a Daniel Camargo y a mí. Después de tantos años en el Stuttgart Ballet es imposible no plantearse si te estás estancando, pero haber salido, conocido y disfrutado con otras compañías, me ha ayudado a poner las cosas en perspectiva y saber que en Stuttgart me siento como en casa. Esa combinación entre bailar en el Stuttgart Ballet y los guesting me ha ayudado a formarme, a conocer mundo y a vivir experiencias maravillosas, como que te llamen de Japón para bailar “La Bella Durmiente” en dos semanas, cosa que me ha pasado recientemente.
Por último, ¿qué es la danza para usted?
Siento que la danza y el ballet son parte de mi identidad, me definen y son parte de mi vida. Cuando he visto dejar de bailar a gente cercana a mí en los últimos años, muchos me han dicho que se sienten perdidos. Cuando me preguntan: «tú, ¿qué eres?», la respuesta es: «yo soy bailarina». Forma parte de mi identidad.





