El escenario del Teatro Bellas Artes acoge uno de los textos más intensos y emblemáticos de Rainer Werner Fassbinder. Estrenada originalmente para teatro en 1971 y llevada al cine en 1972, la obra mantiene intacta su capacidad de incomodar y fascinar al espectador, sumergiéndolo en un universo de pasiones desbordadas y relaciones tóxicas.
La trama nos presenta a Petra von Kant (Ana Torrent), diseñadora de moda de éxito, rodeada de maniquíes, telas y lujos incapaces de ocultar su vacío interior. A su lado permanece Marlene (Julia Monje), secretaria silenciosa, sometida a una relación de servidumbre nunca cuestionada. La irrupción de Karin (Aura Garrido), joven de origen humilde con aspiraciones de modelo, enciende en Petra una pasión arrebatada que pronto se transforma en dependencia y obsesión. Lo que empieza como promesa de amor termina convertido en vínculo tóxico, marcado por el desequilibrio de poder y el miedo a la soledad.
Es de agradecer que se apueste por títulos como este, quizá no del todo conocidos por el gran público, pero imprescindibles para salir de la inercia de comedias ligeras o dramas convencionales. Presentada como película al 22º Festival Internacional de Cine de Berlín y considera como un clásico del nuevo cine alemán, Fassbinder plantea una dramaturgia implacable que responde al modelo del Kammerspiel: unidad de espacio, tiempo real y absoluta dependencia de la palabra como motor de la acción. La estructura sigue el arco descendente de la protagonista, desde la aparente seguridad inicial hasta la devastación final, un itinerario trazado con precisión quirúrgica.
Los temas que atraviesan la obra refuerzan esa construcción dramática. El amor se desvela como una máscara de la posesión; la pasión, como un arma de control. La soledad funciona como telón de fondo inevitable, un vacío que ni el éxito profesional ni el deseo logran llenar. También late una reflexión sobre la condición femenina: relaciones de poder entre mujeres, maternidad, dependencia afectiva y la imposibilidad de un afecto libre de dominación. El silencio y la palabra se erigen como polos dramáticos: mientras Petra se desgarra en torrentes verbales, la ausencia de voz de Marlene adquiere un peso simbólico que trasciende cualquier diálogo.
La dirección de Rakel Camacho es una apuesta escénica arriesgada que transforma el espacio único de la obra en un territorio cargado de significado. Cada objeto, gesto y desplazamiento, cuidadosamente coreografiado junto a Julia Monje, tiene peso dramático, aunque a primera vista pueda parecer aleatorio. Algunas escenas, especialmente las desarrolladas en la cama circular, transmiten una sensación de ritualidad, como si los personajes repitieran gestos de poder, deseo y sumisión en un patrón casi ceremonial. A pesar de estar recomendada para mayores de 18 años, la obra mantiene un erotismo contenido, nunca gratuito, centrado más en la psicología y el juego de relaciones que en lo físico.
Camacho (“El cuarto de atrás”, “Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio”, “Una novelita lumpen”) encuentra también un hilo conceptual muy interesante en la relación entre arte, deseo y sublimación. Inspirándose en la idea freudiana de la sublimación, la directora conecta la obsesión de Petra con la moda y la creación estética con un mecanismo de canalización de sus afectos, deseos y frustraciones. La moda deja de ser solo un telón de lujo y se convierte en extensión de la personalidad de Petra, un lenguaje a través del cual expresa control, amor y vulnerabilidad.

Los personajes son un campo de batalla emocional donde deseo, dependencia y ambición se entrelazan sin concesiones. Representada únicamente por mujeres, la obra demuestra que la dominación no necesita patriarcado: la pulsión entre Petra, Karin y Marlene se percibe en la manera en cómo se enfrentan, se buscan y se rechazan.
Ana Torrent construye a Petra von Kant como un personaje de contrastes extremos. Desde la proyección de poder y seguridad, pasando por el enamoramiento y la entrega que lleva a la dependencia y sumisión, hasta la ruptura y caída, esta archiconocida y multipremiada actriz de cine y televisión hace que cada estadio se sienta inevitable y auténtica. Su interpretación logra transmitir la otra cara del éxito: detrás de la apariencia de control y logro profesional, se esconde la fragilidad de alguien aferrada a los afectos para sostenerse. Finalmente, en la desolación y el abandono, la actriz deja ver la vulnerabilidad extrema de Petra, mostrando que la grandeza puede convivir con la soledad más absoluta. Con una precisión extraordinaria, Ana Torrent convierte a Petra en un personaje intenso, complejo y profundamente humano, cuya tragedia atrapa al espectador desde el primer instante.
Desde su primera aparición, Aura Garrido imprime a Karin un aire de juventud, deseo y espontaneidad que captura de inmediato la atención de Petra. Su interpretación refleja la evolución de la protagonista sobre ella: del enamoramiento inicial, lleno de fascinación y misterio, a la transformación en objeto de dependencia y manipulación, sin perder nunca su lado caprichoso y audaz. Garrido, rostro habitual en películas y series televisivas de enormes éxitos, transmite esa mezcla de ingenuidad y determinación que la hace irresistible y peligrosa a la vez.
Por su parte, Julia Monje da vida a Marlene como un personaje silente, pero siempre presente, cuya fuerza reside en la precisión de su gestualidad facial y corporal. Con sutileza, transmite emociones y tensiones sin necesidad de palabras: la sumisión y dependencia hacia Petra conviven con destellos de resistencia silenciosa y pequeñas transgresiones que tensionan la dinámica del trío, generando un equilibrio constante.
Sidonie, por Maribel Vitar, refleja la hipocresía de las apariencias dentro del relato. Con sutileza e ironía, muestra cómo la imagen y las conveniencias pueden enmascarar intereses y falsedades, ofreciendo un contrapunto al drama intenso del trío protagonista. Por último, la madre, interpretada por María Luisa San José, actriz imprescindible del cine y teatro de nuestro país, aporta un aire irónico y cercano. Su mirada cómica sobre la vejez introduce un contraste ligero y necesario dentro del entramado dramático.
El diseño de la obra es otro de sus grandes aciertos. La escenografía de Luis Crespo sorprende por su aparente desorden, cuidadosamente planificado para reforzar la narrativa y la psicología de los personajes. La abundancia de cabezas de maniquí, junto al sistema de poleas y la pantalla acristalada polivalente, permite cambios dinámicos e incluso números musicales sin romper la unidad de la habitación. La combinación de elementos eclécticos y detalles que remiten al kitsch aporta una mirada contemporánea a la obra de Fassbinder, creando un escenario visualmente impactante y funcional. El vestuario, diseñado por Pier Paolo Álvaro y Roger Portal, refleja la moda como extensión del deseo y la identidad, mientras que la iluminación de Mariano Polo acentúa emociones, silencios y conflictos, modulando la tensión y contribuyendo a la atmósfera íntima y ritual de la obra.
Autor: Rainer Werner Fassbinder
Dirección: Rakel Camacho
Reparto: Ana Torrent, Aura Garrido, Julia Monje, Maribel Vitar y María Luisa San José.
Diseño de escenografía: Luis Crespo
Diseño de vestuario: Pier Paolo Álvaro y Roger Portal
Movimiento escénico: Rakel Camacho y Julia Monje
Diseño de iluminación: Mariano Polo
Espacio sonoro: Pablo Peña y Darío del Moral
Caracterización: Ruth Alcalá
Diseño de cartel y fotografía: Javier Naval
Ayudante de dirección: Ana Barceló
Ténico de iluminación: Edgar Calot
Técnico de sonido: Sergio Sánchez Bou
Una Producción de Pentación Espectáculos y Nave 10 Matadero





