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Fobias

Mis fobias propias incluyen El Principito y todo lo que haya escrito Saint-Exupéry, la mitad de Sánchez Ferlosio, casi todo Azorín, un par de libros de Delibes, Proust y sus magdalenas… Hablo de literatura. De libros que no son literatura, no hablo.

En el cine, me pasa una cosa curiosa con El silencio de los corderos, que debería darme miedo y me da sueño, mucho sueño. No recuerdo haber visto nunca el final. Me encuentro con Jodie Foster y su enemigo Hannibal y se me abre la boca. En teatro, me confunde siempre Don Gil de las calzas verdes. Por fas o por nefas, se me embarulla. Sale doña Juana con sus calzas verdes y aunque lo intento, dejo de prestar atención. Debería de reírme, supongo, pero es que no sé de qué hablan al cabo de un ratillo. Ayer por la tarde fui a verla en San Juan, que estaba a tope, para celebrar el último día del Teatro en los barrios. Representaba La Teatrera. Me llevé a la troupe de niños: dos míos y Álex, un ucraniano de nueve años que se queda en casa esta semana mientras dure el campus de fútbol sala. Me temo que lo de Don Gil es genético. A los dos minutos, los españoles me estaban diciendo, con los ojos y con la palabra, que no se enteraban, que nos fuéramos a tomar un Nestea, qué bebida. Les obligué a quedarse, a ver si me enteraba yo, aunque se oía poco desde donde estábamos. El ucraniano entiende bastante para llevar aquí cuatro meses, habla menos, y en verso… pues imagínense. Nos duró la obra veinte minutos, luego claudiqué y se tomaron un Nestea, qué bebida.

La gente sí se estaba muy callada, aunque se reía poco. Vamos, que es una tara familiar lo de Don Gil, una de esas cosas que no deberíamos confesar a nadie. Álex descubrió las gambas rebozadas, con gabardina se decía en los bares aquellos con el suelo lleno de serrín y boletos para vaya usted a saber qué, en los que no se bebía Nestea, qué bebida, solo botellines, chatos y mirindas, luego pepsicolas, hasta que llegó la modernidad y la cocacola se hizo fuerte y lo copó todo, que el capitalismo tiende al oligopolio, que se lo oí a Juan Manuel de Prada el otro día en la radio y me parece que tiene razón, como la tenía con Las máscaras del héroe y la perdió con La tempestad, qué difícil es estar a la altura de uno mismo.

“Jane Austen era una dama completa y muy sensible, pero una mujer muy incompleta y bastante insensible”. No, no es de Mark Twain, sino de Charlotte Brönte, que también odiaba los libros de Austen. Mark Twain no estaba solo y si alguno de ustedes comparte mi desconcierto con Don Gil o mi sueño cuando veo El silencio de los corderos, estoy dispuesto a hacer un club, pequeñito, en el que nos dediquemos a diseccionar los motivos de nuestras fobias. Saint-Exupéry o la misma Austen también me valen. Después le pedimos a Álex que nos lo traduzca al ucraniano para internacionalizar nuestras conclusiones.

 

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