Masescena

Malena Alterio, Luis Bermejo y Pablo Rosal celebran la vuelta al Teatro del Barrio de «Los que hablan», tras dos años girando con éxito

Los que hablan surgía como reacción a una época, la actual, en la que la palabra sencillamente ha perdido su integridad y su acción. “Podríamos plantearnos, con la suma irresponsabilidad de que es bandera nuestro utilizado presente, participar de esta barbarie, de este aquelarre, de esta, como aquella, quema de libros, y bien cargados de cinismo, oportunismo y cualquier otro ardid, perpetrar más entretenimiento para el gozo de la desventurada civilización. Pero en un gesto ignoto, siempre hacia lo desconocido, nos proponemos con una audacia extemporánea permitir que lo divino de la palabra renazca en nuestras vidas forzadas a no creer”, expresaba Rosal en el programa de mano de la pieza. Así reivindicaba su voluntad de “resignificar la palabra con una inocencia nacida en el siglo XXI, a eso nos disponemos”. 

Año y medio después, decenas de miles de personas han visto ya el que resultó uno de los fenómenos teatrales de la pasada temporada. En el Teatro Central de Sevilla, el Auditorio Centro Niemeyer de Avilés, el Teatro Gayarre de Pamplona, el Teatro Lava de Valladolid, el Teatro Marcelo Grande de Tomelloso… En medio de tanta mala noticia, un éxito teatral así, es casi un milagro. 

Ahora, Los que hablan vuelve a su casa, el Teatro del Barrio, los miércoles de junio a las 19.30h y coincidiendo en cartel con Castroponce. Teoría y praxis para una vanguardia del siglo XXI, un monólogo que ha escrito, interpreta y dirige Pablo Rosal: una hibridación entre la performance, el payaso y la filosofía que ha creado, dirige e interpreta Pablo Rosal, en un intento de exponer los lugares comunes de Teatro y Política, y sus consecuentes roces, usos mutuos y derivas. 

 

Los que hablan

 

Volviendo a Los que hablan, la pieza pretende reencontrar, borradas todas las pistas, la experiencia del personaje originario del escenario, la experiencia animal del primer hablante. El molde, el maniquí. Presentar ante el espectador seres pre-culturales, siempre frágiles, en la cuerda floja, nunca acabados, antes de conseguir ser alguien. Mostrar al ser humano suspendido, tembloroso. Desposeerlo de esta absurda seguridad que ha obtenido desesperadamente y presenciar gloriosamente sus probaturas, sus honestos fracasos. 

Darnos el gusto de observar con ternura todo lo que el ser humano ha añadido al alma, por interés del ego. Este es el sacrificio que propone nuestra obra. 

No es la novedad lo que ansía este espectáculo, sino devolvernos la elementalidad, congregar a los espectadores en un gran e íntimo ‘No sé’. He aquí su apuesta artística: su ética. No podemos vanagloriarnos de que lo que se necesita hoy día es hacer menos si lo hacemos a través de una historia y un discurso, que no deja de añadir, de ser la forma victoriosa de nuestro tiempo. Se trata de un espectáculo de verdadera renuncia al drama. Se trata de comprender realmente lo que el silencio es. 

Dejar morir la palabrería y encontrarnos al fondo, todos, callados. 

 

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