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Luz Arcas y La Phármaco regresan al teatro de La Abadía de Madrid del 28 al 31 de enero

Una propuesta de danza que es una experiencia poética, plástica e intuitiva que indaga en la fugacidad, la muerte y la memoria
Una obra que habla de la memoria y los imaginarios colectivos en un tiempo de individualismos, y sobre la muerte y la vejez, temas de gran relevancia en un contexto como en el que estamos viviendo en la actualidad

En Toná, los cuerpos y los objetos (el vestuario, los elementos escénicos) son atravesados por lo invisible (la música, el movimiento) y agitados hasta la extenuación: un exceso de vida que acaba por agotarlos y devolverlos a lo inerte.

Una obra que indaga en la fugacidad, en la muerte y la memoria.

Como apunta Luz Arcas, “los materiales sobre los que trabajamos provienen del imaginario de nuestra infancia, de las canciones y de los miedos que aún nos persiguen. Nuestro proyecto aborda todo lo relativo a la muerte y al duelo desde el folclore, con una presencia muy importante de los verdiales como fuente de inspiración. Y ha significado un paréntesis muy importante respecto a lo que yo venía haciendo. Es algo menos denso, más orgánico y salvaje.

Toná surgió en los viajes a Málaga para visitar a mi padre, bastante enfermo. En su casa, donde me crie, me reencontré con referencias, iconos, símbolos que tenía casi olvidados. Recordé anécdotas y miedos, reconectando con el folclore de mi infancia. Quería bailar un sentimiento que es propio de ese folclore: la muerte como celebración de la vida, la fiesta y la catarsis individual y colectiva.

La memoria colectiva y los imaginarios populares son cruciales porque nos acogen y nos salvan del individualismo invitándonos a elaborar un relato compartido. Como todo lo relacionado con el pueblo, esta memoria cultural está llena de problemas, sin duda, pero volver a ella, para ensuciarla, renombrarla, y así, vitalizarla, es un acto de libertad frente al totalitarismo cultural o cualquier intención neoliberal de imponer o capturar un sentido, que solo esa colectividad puede administrar performativamente. También es un acto de resistencia contra el intento de nuestro sistema de desterrar y negar la enfermedad, la vejez y la muerte, que nos hace débiles cultural y espiritualmente y, por lo tanto, dominables”.

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