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Es mi palabra contra la mía: el combate humorístico de Luis Piedrahita contra la insatisfacción

Después de una pandemia mundial y a las puertas de una guerra, qué sería de nosotros sin humor, bálsamo para hacer nuestra rutina más llevadera. Benditas personas, humoristas, capaces de subirse a un escenario y contar con gracia, ingenio y donaire situaciones comunes con las que podemos sentirnos identificados. Esta descripción y adjetivos son atribuibles a Piedrahita, cómico que todo lo que toca no sé si lo convierte en oro, pero sí en risas, como ocurrió con espectáculos anteriores como Las amígdalas de mis amígdalas son mis amígdalas y El castellano es un idioma loable, lo hable quien lo hable.

En Es mi palabra contra la mía, Luis Piedrahita cumple su amenaza: “olisquea la realidad con afán de cerdo trufero y saca a relucir los aspectos más absurdos de nuestro día a día” y más concretamente, analiza por qué nadie está contento con su suerte. El alto quiere ser bajo, el joven, mayor, el soltero, casado… Puede ser que la cosa sea quejarse por quejarse, pero con el humor como herramienta, todo es más sencillo y no hay mejor terapia que reírnos de nuestras propias miserias.

Con solo pisar la moqueta de la sala, sabemos que estamos ante un espectáculo de humor. Mientras en otras representaciones los minutos previos al comienzo parece tiempo perdido, en esta, el colaborador y guionista de El hormiguero, interacciona y juega con los presentes, sin estar aún físicamente, gracias a la enorme pantalla cinematográfica situada al fondo del escenario; incluso una vez empezado el espectáculo, no duda en detenerlo al escuchar el sonido de un teléfono móvil. En este introito tenemos dos características repetidas a lo largo de los 80 minutos de duración: interacción con el público y facilidad para la improvisación. El autor de siete ‘best sellers’ de humor pregunta, conversa y ríe con el respetable como si de una animosa conversación se tratara. Iba a utilizar la fórmula de la ruptura de la cuarta pared, pero sería un error, porque aquí directamente no hay pared. En un momento determinado, los asistentes, si lo desean, podrán participar en una dinámica con un premio para el ganador. Con respecto a la improvisación, Piedrahita comenta situaciones particulares a raíz de las respuestas y juega al despiste comunicándose con el exterior. Y hasta aquí puedo leer.

Si estudiamos la amplia cartelera teatral comprobamos la proliferación de espectáculos de humor, incluso lugares especializados en este arte; pues hacer reír a alguien, para mí siempre es un arte. Entre tanta competencia sana, la diferenciación es el camino del éxito. El escritor y director, junto a Rodrigo Sopeña, del largometraje La habitación de Fermat, es único y ampliamente conocido por su humor blanco e inteligente que comienza como sutil para terminar como corrosivo. En este microclima, Piedrahita –ataviado con un traje azul obscuro y sus características gafas– deleita a los presentes con el don de palabra, adjetivos por doquier, comparaciones ingeniosas, frases célebres e incluso sonoros pareados. Es capaz de enlazar chistes y de saltar de tema en tema sin despeinarse, aunque como es habitual en él se atuse el pelo, con la habilidad propia de los magos. Hablando de magia, la función a la que asistí contó con la presencia de un conocido mago ilusionista, Jorge Blass, quien nos dejó boquiabiertos con uno de sus números. Una muestra más de la repercusión de este show, del que seguro contará con más personajes conocidos.

Volviendo a la temática de su espectáculo, que cuenta con la colaboración en el guion de J.J Vaquero y R. Sopeña, en el nombre ya podemos observar su ingenio y don para los juegos de palabras, así como su actitud combativa ante la realidad en la imagen central. Piedrahita, participante en el exitoso programa El club de la comedia, golpea con fuerza y atino a asuntos tan cotidianos como una mudanza, con todo lo que ello implica. La sabiduría y la ingenuidad, ambas relacionadas con la edad. La dificultad de hacer nuestras necesidades fisiológicas en baños ajenos. La calidad textil de nuestra vestimenta u otros más abstractos como la muerte o el amor. Temas de apariencia fútil o banal pero de enorme profundidad y propicios para divagar. Este cómico es experto en sacar punta, disertar y realizar digresiones y parlamentos de pequeñas realidades para extrapolarlas a una mayor. Un ingenio al alcance de pocos. Además, sus reflexiones no finalizan con una gracieta, sino con una moraleja, enseñanza o reflexión, aplicable a cada uno de nosotros.

La puesta en escena, a veces sutil otras surrealista, es perfecta y guarda similitud con la idiosincrasia de este genuino monologuista. Algunos de sus chistes, reflexiones, o los a la vez, van acompañados de imágenes proyectadas en la pantalla de enormes dimensiones situada a su espalda, incrementando el interés de los espectadores y haciendo más dinámico el show cómico. También contribuyen los efectos de luces con una iluminación intimista y cambiante, con interesantes juegos de intensidades, por Ezequiel Nobili y la música de tensión y de concurso de Alejandro Dolina. En definitiva, un espectáculo sobresaliente, humano y divertido donde el único protagonista es el humor.

 

Luis Piedrahita vuelve a los escenarios con un monólogo ingenioso, inteligente y desternillante acompañado de su locuacidad y don para la palabra, sumergida en humor. Si no me creen: es “Mi palabra contra la mía”

 

Guion y dirección: Luis Piedrahita

Colaboradores de guiñó: J.J Vaquero y R. Sopeña

Música: Alejandro Dolina

Producción ejecutiva: Ximena Feijoo

Coordinación de producción: Andrés Salom

Ilustraciones: Riki Blanco

Animaciones & gráfica: Riki Blanco y Candela Peña

Iluminación: Ezequiel Nobili

Técnica: Libe Aramburuzalaba

Vestuario: García Madrid

Prensa: DYP

Producción: PRODUCCIONES EL ESPECTADOR

 

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