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Daniel Abreu: “Vivimos en una profesión en la que la gestión cultural siempre te lleva a la casilla de salida”

Como intérprete, ha desarrollado su trabajo en distintas compañías y colectivos de danza y teatro del panorama nacional como Provisional Danza y Matarile Teatro, y como creador, atesora una dilatada trayectoria creativa dibujada por más de sesenta producciones, que han podido verse en más de 40 países, donde han sido reconocidas por crítica, público y diversos galardones, situándola en una de las más destacadas agrupaciones de la actualidad dancística desde hace años.

Su proyecto de compañía surge casi imperceptiblemente en el año 2004, siendo el volumen de creaciones y de colaboraciones lo que dieron lugar al concepto de lo que hoy conocemos como Cía. Daniel Abreu.

Como consecuencia de todo este trabajo creativo, Daniel Abreu ha sido invitado a impartir diferentes talleres y cursos, en los que comparte su visión creativa y de herramientas técnicas corporales y de expresión.

En el año 2018 es nombrado director artístico de Lava Compañía de Danza, residente en el Auditorio de Tenerife, para quien crea la galardonada obra Abisal.

Paralelamente continúa cercano a otras realidades creativas, como la de dirigir proyectos para otras agrupaciones y creadores como Fattoria Vittadini, Zagreb Dance Company, la Compañía Nómadas, 10 & 10 Danza, Proyecto Titoyaya y Teatre Tanca Zawirowania, entre otras.

En el año 2011 entra a formar parte del prestigioso grupo de artistas que conforman el programa europeo Modul Dance.

Entre el reconocimiento cosechado a lo largo de su trayectoria destacan el Premio Nacional de Danza 2014 en la categoría de creación, otorgado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte; el Premio a la Mejor Dirección en el INDIFESTIVAL de Santander 2010; el Premio del Jurado a la Coreografía en el XVIII Certamen Coreográfico de Madrid (2005); el Premio Fundación AISGE a un bailarín sobresaliente, para asistir al American Dance Festival (2005) recibido en el marco del XVIII Certamen Coreográfico de Madrid (2005) y la mención como Bailarín más Destacado del IV Certamen Coreográfico de Maspalomas (1999).

En el año 2018, su obra La Desnudez recibe el Premio Max a la Mejor Coreografía, Mejor Espectáculo de Danza y Merjor Intérprete Masculino de Danza, y en el año 2019, su obra Abisal recibe el Premio Réplica al Mejor Espectáculo de Danza, Mejor Banda Sonora y Mejor Vestuario para Leo Martínez.

¿Qué ha sentido cuando ha recibido la noticia de que es finalista de esta edición de los Premios Max en el apartado de mejor intérprete masculino de danza?

Imagínate que te digo que me parece fatal. Imagínate que te diga eso (risas). ¿Te imaginas? Felicísimo de que el jurado haya visto el trabajo, y lo haya valorado. Además, sé que el jurado es gente de la profesión, con lo cual todavía lo agradezco muchísimo más. Estar dentro supone mayor visibilización para el trabajo.

En mi trayectoria yo me doy cuenta que el reconocimiento público hace que los trabajos luego sean mucho más accesibles a los públicos. En la compra de espectáculos esos premios tienen un gran peso.

Habría dos vertientes, la del orgullo personal de que se haya visto el trabajo, y por otro lado lo que te comentaba antes de la venta de espectáculos, que es una realidad por más que queramos negarla. Según el estatus que tengas estás más o menos presente. Y este trabajo para mí significa mucho. De los que más significan en mi carrera, no porque tenga poca memoria respecto a otros trabajos, sino que significa porque ha supuesto, con una edad y enfrentándome como intérprete ya maduro, asumir un proceso difícil. Difícil y satisfactorio a la vez. Difícil porque entraba en territorios en los que yo no había entrado, a pesar de que la obra sea un reflejo de lo que yo he hecho hasta ahora. Físicamente me requería de otra concentración, y eso ha hecho que yo estuviera muy volcado en los espacios en los que yo podía producir y en los espacios de silencio, en los que había días que me daba cabezazos contra la pared por no saber cómo accionar y poder calmar esa frustración. Esto fue como una semilla que se planta, en la que tenía que estar en el estudio, y esperar a que algo saliera. Y verme dentro de todo ese proceso de transformación, no sólo venía desde la actividad, sino también desde el vacío más absoluto, ha sido un gran regalo. Y que eso además sea visible, y que estos profesionales del jurado lo hayan tenido en cuenta, y que además acabe como finalista de los Premios Max… es que más feliz no puedo estar.

 

¿Es la primera vez que está nominado a los Premios Max?

No, estuve en el año 2018. La desnudez estuvo nominada en tres categorías: coreografía, espectáculo e intérprete masculino, y tuvimos la suerte de llevarnos las tres estatuillas. Además, sé que pesan, pesan mucho (risas).

 

Daniel Abreu 15

 

Usted ya es un reincidente…

Esa palabra no sé si me gusta. Pero si, si, repito. Aunque lo de reincidente me suena fatal, perdóname. Es como decir: “Otra vez ahí”.

 

¿Qué nos cuenta El hijo, la pieza por la que es finalista?

En mis últimas obras he entrado dentro de lo simbólico de la psicología de una manera un poco más profunda. Si bien La Desnudez esta que te contaba del año 2018 hablaba del mito de la pareja. Luego hice otras obras que hablaban de los ancestros, como una especie de mirada histórica que nos conforma a nivel de personalidad, a nivel de conceptos mucho más internos. El hijo plantea qué es el futuro, qué significa ser hijo, qué significa ser una proyección de un conjunto de creencias de valores, de afectos. Qué significa ese futuro. Cuando yo empecé con la obra, y por eso yo pasaba mucho tiempo en silencio, no sabía muy bien cómo traducir todos aquellos conceptos teóricos que venía, sobre todo, de la psicología sistémica… No sé si sabes que otra de mis ramas es la psicología, por eso hablo de esto de una forma más profunda, y por eso mis producciones beben mucho de ahí. Los conceptos teóricos estaban claros, pero ¿cómo se traduce esto en la escena?

Mientras estuve en ese cómo lo traduzco, no salía nada. Simplemente me dejé llevar y construí una serie de escenas. Muchas están basadas en la iluminación porque era una manera de contar qué es lo que se proyecta a través de sombras, a través, simplemente, de reflejos. Toda la coreografía estaba montada a partir de ahí. Yo no sabía que estaba montando hasta que de pronto está la obra. Creo que tiene una coherencia porque mi trabajo consiste siempre en proponer y escuchar lo que sucede. Tampoco meto demasiada cabeza. Y surgió algo, que hoy día todavía… Verás. Esta mañana me desperté pensando en una escena de la obra y dije: “Qué lista es la manifestación de la obra, o ese acto, que me sorprende contándome hoy, casi un año después, que esto tenía sentido. Y esto está explicando esto…” A mí me sorprendía que muchos de los espectadores, sin yo contar demasiado, me devolvían esos constructos teóricos que yo había estudiado y había absorbido para la obra. Eso llega, y llega de una manera casi instintiva. No es algo consciente.

 

¿Cuándo se cruza la danza en su vida?

No sabría decírtelo. Desde joven, en el instituto, ya alguna compañera me invitaba a hacer coreografías de esas de bailes con artistas conocidos de aquella época. Me viene a la cabeza Madonna. Yo hacía los coros y ella hacía playback. Una cosa como bastante de juego que poco a poco se fue convirtiendo en algo profesional.

Todo, absolutamente todo lo que tiene que ver con mi carrera artística no ha sido algo premeditado, sino que he visto poco a poco que lo que hago conecta con un sector del público que interesa, que es reconocido algunas veces, y he llegado así. No tengo ningún momento de origen.

Es la primera vez que voy a decir esto, pero en mi familia hay personas sordas, cuyo lenguaje es prácticamente el físico, no hay nada más que el lenguaje gestual. Y sí que he podido comentar alguna vez que igual el origen puede venir de ahí, de haberme impregnado de un lenguaje que está mucho más allá de la palabra, y eso me llevó a bailar.

 

 

Todo un Premio Nacional de Danza como usted, que le conceden en el año 2014, ¿cuál es el futuro a corto y largo plazo de Daniel Abreu?

El futuro es incierto. Creo que vivimos en una profesión en la que la gestión cultural siempre te lleva a la casilla de salida. Es verdad que soy una persona a la que se conoce su trabajo, el nombre es conocido, pero a la hora de empezar un proyecto, a la hora de buscar de alguna manera esos apoyos que permiten que suceda, y no hablo sólo de los económicos, hablo de otros a muchos niveles, y también lo he hablado con otros compañeros, me siento como que siempre vuelvo a la casilla de salida. Ese es el futuro. Es tan incierto como al comienzo. Quizás en el comienzo uno tiene más ganas, más ilusión, tiene más sueños, pero la vida te va enseñando que la realidad es otra, que hay cosas muy buenas, pero hay cosas que suponen un desgaste. Pero estoy ahí, intentando sortear ese desgaste que es el que ya tengo, ese desgaste que sé que supone empezar de nuevo.

Me gustaría, también, dar un paso más con la compañía, dar un paso a la hora de trabajar con mucho más equipo, pero también es verdad que necesito encontrar el colchón donde pueda poner todas esas ganas y toda esa experiencia. Y muchas ganas de seguir aprendiendo.

 

¿Qué le falta al mundo de la danza en nuestro país?

Yo creo que a la danza no le falta nada. A la formación en danza, a los bailarines españoles, a la danza en sí no le falta nada. Hay mucho talento en nuestro país a nivel de creadores. Nos faltan recursos, a lo mejor, para poder competir con producciones que tienen otro nivel de factura, que son mucho más empacadas, que tienen mucho más riesgo económico… Y no hablo de subvenciones o de ayudas para no entrar en un discurso un poco manido, hablo de poder vivir de nuestro trabajo con lo que supone. Una mayor presentación de obras. A veces los teatros sólo se atreven a programar una o dos producciones de danza al año, y eso no permite que nosotros podamos crecer como artistas, acertar y equivocarnos. Podría seguir nombrándote detalles, pero yo creo que no tenemos nada que envidiar a los de fuera, pero tenemos que envidiar el nivel, digamos, de inversión económica que tienen, venga de donde venga. Y el nivel de exhibición que tienen, que es muy alto. En España hacer treinta bolos de un espectáculo es todo un éxito. Yo he tenido la suerte de hacer mucha gira con mis espectáculos y de superar esa cifra. Pero cuando llegamos a treinta es el mayor éxito que se puede tener. En cambio, existen otras manifestaciones artísticas con menor representación, o con más, que no se pueden sostener. A nosotros al igual nos cuesta. Piensa que los bailarines y los coreógrafos muchas veces tienen que dividirse en la docencia, en dar clases de yoga o de pilates, para poder sostener no sólo la economía personal, que eso al fin y al cabo la profesión te enseña a ser bastante resiliente, sino poder llevar a cabo producciones, poder llevar a cabo proyectos y compartirlos con un inmenso público que cada vez es mayor.

Habría que preguntarse porqué los festivales de calle atraen a tanta gente, y están tan masificados los espacios para espacios no convencionales. En cambio, para los teatros hay muy poca programación. Algo pasa. Yo no tengo la respuesta. Sólo tengo la pregunta.

Uno puede trabajar a nivel de dúos, de solos, sin necesidad de invertir mucho dinero, pero si quieres crecer, si quieres avanzar, si quieres competir con productos que vienen de fuera, evidentemente tienes que hacer una apuesta. Pero a veces esa apuesta acaba arrastrando el propio patrimonio. Ya no es sólo el patrimonio material, sino también es ese patrimonio físico, no es sólo la economía, es también lo que comentábamos antes de volver a empezar, como si fuera el juego de la oca, y donde vamos a la casilla de salida y volvemos a comenzar. ¿La experiencia da algo? Sí, da mucha sabiduría, pero no te posiciona en ningún sitio. La mayoría de festivales apuestan por gente joven y nuevas ideas, y es fantástico, pero esta capa intermedia de danza contemporánea no está contemplada ahí, hay poco donde acudir. Por ejemplo, en Francia y Alemania sus artistas tienen sentido y los apoyan con presencia, no hablo de dinero público, sino de la posibilidad de vender nuestro producto y poder presentarlo.

Es un poco delicado hablar de esto porque siempre parece que estamos llorando. Yo quiero quitar el llanto para poder hacerlo de otra manera, pero tampoco sé cómo hacerlo.

 

¿Algún coreógrafo o producción le ha marcado en su vida profesional?

No hay un artista. Hay muchos. Y te voy a decir que toda la gente que asiste a los talleres que imparto, la gente que ha trabajado conmigo, ellos me han aportado muchísimo, porque me han enseñado a cómo manejarme en este camino.

Una de mis grandes maestras, porque trabajé y sigo en contacto con ella, es Carmen Werner. Por cercanía y por humanidad, porque es una mujer muy generosa que me ha enseñado y me ha aportado. Yo soy un asiduo del teatro y voy a ver a mis compañeros. Todos me emocionan. Pero alguna coreografía de Mats Ek o Pina Bausch me han dejado temblando en la butaca. Todo me aporta. Cuando voy a ver espectáculos me fijo en los bailarines, en la coreografía, en la iluminación, me fijo absolutamente en todo, voy con alma de aprendizaje. También ocurre que a los cinco minutos de determinadas cosas creo que no son para mí, bien porque ya lo he visto o porque creo que no me va a aportar absolutamente nada. Pero aún así hay una parte de mí que valora que eso se ponga en escena porque por ser parte de la profesión sé el inmenso esfuerzo que supone representar un minuto en escena. Hay muchas cosas implicadas ahí.

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